La xenofobia como “solución” al problema del delito

Christian Joanidis

Recientemente Sergio Berni hizo referencia a la necesidad de herramientas para poder expulsar a los extranjeros que delinquen. La Ministra de Seguridad no sólo hizo un pedido en la misma línea, sino que además presentó estadísticas en las que muestra que hubo un crecimiento en la participación de extranjeros en hechos delictivos.

Es llamativo que después de tanto tiempo de ausencia de estadísticas sobre delito en la Argentina, la primera conclusión que se obtiene de estos novedosos índices es que los extranjeros son una pieza fundamental de las redes del delito en la Argentina. Es también llamativo que gente vinculada a la seguridad y que se supone son profesionales de la seguridad, hagan hincapié en estas herramientas para expulsar extranjeros cuando hay tantas otras cosas, más urgentes y necesarias, que resolver.

Si fuéramos un país lo suficientemente avanzado en materia de combate al delito, me parece que el pedido de la cartera de seguridad es algo plausible. Porque no se puede permitir que los delincuentes vengan de todas partes del mundo para cometer ilícitos en nuestro país. Sin embargo, dada la situación de emergencia en la que se encuentra la Argentina, estas herramientas que reclaman con tanta vehemencia se tornan absurdas.

Lamentablemente no me queda más que pensar que quienes ocupan puestos relevantes en el Ministerio de Seguridad, ante su propia ineptitud, prefieren elegir un chivo expiatorio y es por eso que deciden al unísono reclamar por estas medidas. A nadie que entienda las raíces del delito y que conozca la forma en que deben combatirse sus síntomas, se le ocurriría sugerir que el problema de la delincuencia se combate deportando a los extranjeros que delinquen.

Incluso si hablamos de combatir los síntomas del delito, vienen a mi mente varias docenas de medidas que serían, no sólo más efectivas, sino además de más fácil aplicación, que estas normas de deportación. En este sentido, asegurarse que los sistemas preventivos funcionen adecuadamente es la principal prioridad. Para eso hay que asignar los recursos que corresponden a las fuerzas de seguridad: recursos humanos y económicos. En segundo lugar hay que hacer que el sistema punitivo funcione apropiadamente: una vez que las fuerzas de seguridad actúan, tanto fiscales como jueces deben velar por que se cumpla la ley. En tercer lugar hay que asegurar el efectivo encarcelamiento de aquellas personas que han demostrado ser un peligro para la sociedad. Y todas estas medidas que enuncié aquí no tienen nada que ver con la nacionalidad del delincuente.

Ahora bien, todas estas acciones sólo sirven en el muy corto plazo. Hacer foco en ellas durante un lapso de tiempo que supere los dos o tres años tiene consecuencias muy graves para la sociedad: aumenta la marginalidad, el resentimiento y se termina constituyendo un sistema de opresión más que de justicia, por el cual se busca siempre castigar y nunca promover oportunidades. Por eso es que junto con un plan de corto plazo para controlar los síntomas, es necesario desarrollar un plan de largo plazo para que todos los que vivimos en la Argentina sepamos convivir en paz. 

En este plan de largo plazo debe asegurarse que todos los argentinos tengan trabajo, para así dignificar su vida y alejarlos del camino del delito. Además se debe fomentar la inclusión y la educación. La primera para que todos seamos parte de esta sociedad y la segunda, para que todos aprendamos desde la escuela las normas básicas de convivencia. Y aquí tampoco hice mención a ninguna diferencia entre extranjeros y no extranjeros.

Lo digo de nuevo: combatir el delito no pasa por estigmatizar a los extranjeros. Este brote de xenofobia que se promueve desde el propio gobierno me resulta sumamente llamativo en un país que nace de la inmigración. También me sorprende que este reclamo venga justamente de quienes se llaman “progresistas”.

La delincuencia no es una cuestión del lugar en que alguien nace, sino de un sinfín de factores, entre ellos, las posibilidades que brinda un país, sus leyes y la forma en que funciona su justicia. Y en esto nada tienen que ver los extranjeros, sino nosotros, que no hemos sabido construir las instituciones que puedan garantizar los derechos de todos. Es más, somos los nacidos aquí, los que vivimos aquí, los que hemos sido incapaces de mantener unida a esta sociedad y ahora está divida en dos: los que tienen y los que no. Y esa división, a mi parecer, es la primera causa de la delincuencia.

Hablar hoy de expulsar extranjeros es una barbaridad, sobre todo sabiendo que esta sugerencia viene de los que se supone que son expertos en seguridad. Hay no sólo algo de innoble en esta xenofobia, sino también cierta cobardía en querer ocultar el fracaso de su gestión en estos pedidos que estigmatizan a todos aquellos que han nacido en otro lado y que hoy viven en nuestro país, contribuyendo con su trabajo y su vida a engrandecerlo.