Marcar el límite

Christian Joanidis

No se trata de mano dura, de gorilas o de dictaduras: los límites existen. En un lugar se termina la tierra y empieza el mar, porque los límites marcan la separación entre dos cosas distintas. Como sociedad, hay cosas que queremos y cosas que no queremos, cosas que nos gustan y cosas que no nos gustan. Y hay una frontera, un lugar que termina marcando el final de aquello que queremos y el principio de aquello que no queremos.

Nos hemos obsesionado tanto con el miedo a las dictaduras y a la violencia, que entramos en pánico apenas alguien se nos para en el camino y nos dice “más de aquí no se puede ir” e interpretamos eso como el fin de nuestra libertad. Porque creemos que ir más allá nos hace siempre ser mejores, ignorando la geografía básica de nuestro planeta: llega un punto que de tanto ir en la misma dirección nos terminamos acercando al punto de partida.

Los límites son algo natural y nos guste o no se van a terminar marcando solos: el problema es que es más doloroso cuando se los deja surgir espontáneamente que cuando se los planifica. Porque el límite va a nacer cuando el caos llegue a tal punto que algún loco termine por enfrentarlo con las herramientas que tenga a mano en un momento de desesperación.

Marcar un límite no es terminar con la libertad, marcar un límite es, ante todo, entender que vivimos en sociedad y que hay que garantizar por sobre todas las cosas y al mismo nivel la dignidad de todas las personas. No se trata de discursos y de ideas de alto vuelo, sino de las cuestiones más básicas que hacen a nuestra vida diaria. La música de mi vecino es para mí, cuando supera un determinado volumen, la causa de mi falta de descanso: altera mi vida, me hace infeliz. Por eso es que el volumen de la radio de mi vecino tiene que tener un límite.

Pero en este país hay muchas leyes y sólo algunas pocas se cumplen. Porque pareciera que las normas se escriben para tranquilizar la conciencia de la gente: nos creemos que si está escrito, entonces está todo bien… pero luego nadie hace cumplir lo que con tanta diligencia se redactó. Yo no pido mano dura, no pido represión, sólo que se cumpla la ley. Pero en esto de cumplir la ley no hay términos medios, es un sistema binario: o se cumple o no se cumple. Si el Estado no puede hacer que se respete una norma de tránsito, si no tiene la capacidad de supervisar que los autos estacionen donde deben, mucho menos podrá juzgar y apresar a un asesino. Es una cuestión obvia: quien no puede lo poco, no puede lo mucho.

Pero esta ley escrita, que nada tiene que ver con la vida que llevamos, nos ha terminado por volver un pueblo que no cree en las normas y que no las respeta: las reglas son para los demás. Los que más tienen, cuando no respetan las normas de tránsito, creen que el mal que causan es menor. Pero el mal es grande: alimenta ese ciclo infinito de no respetar nada. Y el que no tiene sale a robar. El daño parece más grande, pero es el mismo principio. A nadie le importa nada, porque nadie respeta y por lo tanto nunca se castiga a nadie.

Legisladores absurdos, que hacen leyes para la clase media, terminan generando un compendio de artículos que sólo se pueden aplicar en algunas partes de la ciudad de Buenos Aires. ¿O acaso se puede ir a verificar la habilitación de la instalación de gas en las villas? Entonces la ley existe y sólo la cumplen unos pocos, porque los demás no pueden hacerlo. Leyes pensadas para los que las hacen y no para todos.

Antes que una ley escrita que no se cumple, es mejor que no se escriba nada. Tener leyes perfectas que nadie va a cumplir es el colmo de la hipocresía: es creerse que ese cartón pintado en el escenario es una ciudad. 

Es una cuestión de cultura: no cumplimos las leyes y no estamos dispuestos a cumplirlas. Y si el Estado se hace presente para que se respeten enseguida vemos reminiscencias de dictadura. Odiamos los límites. Pero las leyes son límites y si no estamos dispuestos a tolerarlos, entonces tendremos que acostumbrarnos al delito, porque el delito es justamente eso, es aquello que ha cruzado el límite de la ley. Y si no queremos entender que este “hasta aquí llegaste” es necesario y que los primeros en entenderlo debemos ser nosotros, entonces no nos asombremos si los demás tampoco lo quieren entender.

Antes de combatir el delito a capa y espada es necesario que todos tengamos en claro que existen las leyes, que existen los límites. Y si esa frontera existe, no se puede cruzar y quien la cruza deberá afrontar alguna consecuencia. Pero nada cambia instantáneamente, es cuestión de tiempo. No podemos negarnos a los límites. Y antes que ejercerlos contra los más débiles, porque eso sería violencia, debemos ejercerlos contra los más fuertes.

Una buena forma de comenzar a marcar este camino de respeto es detectando y actuando sobre las faltas y contravenciones, porque es la forma de educar a todo un país. Venimos de muchos años de estar cruzando todos los límites, ahora es tiempo de respetarlos y de no permitir que nadie los pase: porque donde uno cruza, cruzan todos. Habrá confrontaciones, habrá disconformidad, pero sin límites el futuro será de los más salvajes, mientras que con límites podremos ir construyendo un país que garantice los derechos de todos.