Ocultar la pobreza

Recientemente salió a la luz que el Instituto Nacional de Estadística y Censos demoró la salida de un índice de pobreza. A esta altura a nadie le puede sorprender eso, parece una maniobra más del kirchnerismo, que nos quiere convencer a fuerza de relato de que vivimos en un mundo feliz. Pero el relato se cruza con la realidad y todos sabemos que la pobreza aumentó en estos últimos años: Ya lo dicen las mediciones privadas.

Pero dejemos de lado la cuestión del relato y la indignación que nos provoca que nos quieran engañar, a las puertas del fin de ciclo se torna ya irrelevante. Hace cuatro años que no medimos la pobreza en nuestro país, pero en este caso no se trata sólo de un índice más, sino de un debate que los ciudadanos necesitamos tener para definir cómo concebimos a la Argentina. Parece exagerado pero no lo es, porque hablar de pobreza es hablar de casi todo a la vez.

El primer paso antes de comenzar cualquier medición es la definición de lo que se quiere medir. En el caso particular de la pobreza, tenemos que preguntarnos qué es ser pobre en la Argentina. De más está decir que las mediciones de ingresos son muy poco representativas, porque la pobreza no tiene que ver con un ingreso, sino con la forma en que uno vive, con el acceso a los servicios y el grado en que se respetan y garantizan los derechos de las personas. Pero este no es un debate meramente técnico, sino más bien todo lo contrario: Definir el límite por debajo del cual se encuentra la pobreza es reflexionar sobre qué cosas no estamos dispuestos a tolerar, qué cosas nos parecen lo suficientemente aberrantes como para trazar una línea a partir de la cual es inminente la intervención del Estado para poner algún remedio a la situación. Es una cuestión social, de proyecto de país y de sensibilidad de todos los argentinos. Continuar leyendo

Scioli en el teatro

No podría haber elegido un mejor lugar para presentar su plan de gobierno. Al mejor estilo de Hamlet, decidió mostrar toda la realidad del modelo en un escenario: toda la complejidad, toda la trama y las miserias de esta “década ganada” se vieron reflejadas en esta obra. Y todos los presentes supieron representar su papel. Hamlet quería combatir al rey, incomodarlo, Daniel Scioli, todo lo contrario.

El descastado finalmente se erigió en líder, tomó el papel. Pero no logra ser más que eso: un papel. Los mismos funcionarios que lo denostaron hoy están en primera fila, acostumbrándose a aplaudirlo, porque tienen la esperanza de perdurar como pieza fundamental del oficialismo por muchos años más. Puede ser muy difícil para todos ellos tener que salir a trabajar en serio. Y en esa gran representación tampoco faltaron las grandes palabras, apegadas a la tradición de la ficción, claro está. Un discurso inundado de imposibles, de enunciados que es muy fácil lanzar al aire, pero cuya concreción es casi inviable. Pero más absurdo es que quien con tanta convicción vocifera es el mismo que pasó ocho años de inacción en la provincia de Buenos Aires.

Pero, por otro lado, la palabra, sin que lo queramos, desnuda la realidad. Nadie asevera lo obvio, nadie se para frente a un grupo de personas para decirles con la mayor de las convicciones que la Tierra seguirá girando. Es lo obvio, es lo que esperamos. Pero Scioli dijo que la inflación será de un dígito: ¿Acaso hay inflación en la Argentina? El Instituto Nacional de Estadística y Censos y los funcionarios insisten en que no, pero el gobernador de la provincia de Buenos Aires en su puesta en escena nos habla de un país que tiene que bajar la inflación. Continuar leyendo

Un legado preocupante

El tiempo pasa y con él se van enfriando hasta las emociones más fuertes. ¿Cómo veremos dentro de diez años esta etapa del kirchnerismo que ya está llegando a su fin? ¿Qué diremos de nosotros mismos cuando contemplemos esta época desde otra perspectiva?

En un par de años solamente, el fanatismo de quienes han sabido lucrar con la “epopeya” kirchnerista desaparecerá y no habrá seguramente demasiado que confiesen haber sido adeptos de este gobierno. Las remeras del Nestornauta serán una suerte de reliquia y la pregunta de “¿vos no eras de La Campora?”, la negaran tres veces y cantará el gallo. No sería extraño que con el mismo fervor con el que vitorearon a Cristina, termine siendo denostada en un futuro no muy lejano.

Ni hablar de quienes han estado dirigiendo esta relato, al igual que hicieron otros en el pasado, darán la espalda a su anterior benefactor al grito de “muerto el rey, viva el rey”. Ni las fotos con los jerarcas del viejo régimen los harán confesar su pecado de antaño. ¿O acaso queda algún menemista? Tampoco quedarán kirchneristas.

¿Y qué diremos los demás? Los que nos mantuvimos al margen de la locura, pero vimos con nuestros propios ojos como se desperdiciaba una oportunidad única de ser un gran país. Seguiremos hablando de aquel “Argentina potencia”, rememorando los tiempos en los que éramos el mejor alumno de América Latina… ¿seremos junto con Venezuela el peor en diez años? Nuestros ojos mirarán a nuestros hermanos latinoamericanos, que alguna vez supieron vernos como un ejemplo y envidiarán su pasado y su porvenir.

La mayoría veremos con horror la locura en la que estuvimos envueltos. No podremos creer que durante doce años nos gobernaron un grupo de prepotentes que socavaron hasta los cimientos de la república. Y diremos con consternación: “Pero la gente los votó”. Esta etapa será la prueba más contundente de que una democracia sin república es como manejar por la cornisa: un descuido y nos fuimos para abajo.

Pero yo creo que sobre todo nos lamentaremos por el cambio cultural que este Gobierno ha impreso en la Argentina. Nos hemos convertido en un país donde el trabajo no es un valor, donde la gente se ha acostumbrado, todavía más que antes, a esperar del Estado lo que tiene que venir de su propio esfuerzo. Pero también fue la década de los derechos, de aquellos que reclamaban para sí, sin darse cuenta que lo que unos reciben alguien lo tiene que dar. Con el latiguillo de que se le sacaba a los grupos concentrados para darle a la gente, todo era válido. Se fomentó más que nunca la falsa idea de que los recursos públicos son infinitos. Todo es para todos. Todo fue para todos. Pero al final no fue para nadie, porque no había recursos ni para empezar a distribuir.

También se ha generado una división en nuestro país. Se ha empujado todas las situaciones a resolverse con un conflicto: patria o buitres, Clarín o Cristina… son innumerables las contraposiciones que nos han acostumbrado a los argentinos a pensar que en todo hay una batalla: uno gana y otro pierde. La realidad no es un juego de suma cero, no se trata de que uno gane y otro pierda, sino de pensar cómo hacemos para ganar todos. Se habló mucho de redistribución, pero poco de generación. Porque si no se piensa cómo hacer para generar la riqueza, lo que se redistribuye es la pobreza, práctica que han llevado adelante tanto Venezuela como Cuba. El foco siempre estuvo en sacarle a otros en lugar de buscar la forma de que haya más para todos.

A fuerza de mentiras, el kirchnerismo logró convencer a muchos de cosas que son absurdas fantasías. La inflación no viene de la excesiva emisión, sino de malvados grupos concentrados que quieren ver sufrir a la gente. Y tal vez, muchas de estas mentiras perduren varias décadas en el imaginario popular. Es que es más fácil pensar que los problemas los produce una entidad maligna, a esforzarse por entender las verdaderas causas.

En diez años, mientras esté tomando un café con un amigo, evocaré con asombro esta “década ganada”. Recordaré lo cerca que estuvimos de perder nuestra república. Y espero también, que dentro de diez años también pueda decir con alivio “por suerte, los que vinieron después se encargaron de que la república siga existiendo”. Pero no tengo la misma esperanza con el cambio cultural que sufrió nuestro país. Tal vez dentro de diez años, ese mismo café de por medio, me esté quejando de que nuestros valores han cambiado y que todavía, a pesar de los esfuerzos hechos, no los hemos recuperado.

Esperando el final: ¿podrá la gestión sustituir al mito?

Todos creemos que el día que el actual gobierno ceda el mando al nuevo podremos respirar aliviados, pensamos que llegará ese “por fin se terminó”; sin embargo, será en ese preciso instante en donde todo comenzará.

Este gobierno ha tenido, hay que reconocerlo, una increíble capacidad para contener a todos los estamentos sociales, dándoles al menos algo de lo que necesitan (o quieren) para aplacarlos y serenarlos. Durante estos once años ha sabido negociar con todo el mundo oportunamente, ha abierto de a un frente por vez y ha sabido fustigar con todas sus fuerzas ese frente. Y con esa habilidad ha logrado navegar diversas tormentas y seguramente llegará intacto para entregar el mando a su sucesor. Más allá de las discrepancias que yo tenga con el kirchnerismo, debo reconocerle este gran mérito. Y a raíz de esto no puedo evitar preguntarme si quien venga después tendrá esta capacidad de surcar tormentas. Continuar leyendo