El bienvenido ocaso de la industria automotriz

El título del artículo es tal vez más una expresión de deseo que una realidad, pero soy un hombre de esperanza. Yo creo que la industria automotriz tiene que caer. No ahora, no en unos meses, pero tiene que empezar a declinar. Ya la sostuvimos demasiado tiempo, entre todos, con nuestros impuestos. Y hay que tener claro que la plata que se gasta para mantener con respiración artificial a una industria poco competitiva como la automotriz, es plata que falta en otro lado: escuelas, hospitales o incluso en subsidios a industrias que resultan más útiles al país.

Hoy la industria automotriz no tiene ningún sentido en el futuro de la Argentina. Ya lo sabemos, sin las muletas que le hemos provisto a esta industria en los últimos 30 años no podrá seguir con vida. No importa lo que hagamos como país, nunca podremos ser más competitivos que Brasil o China: los autos en el futuro tendrán que ser importados.

Si invertimos recursos para desarrollar una industria, tenemos que apuntar a algún sector en el que podamos ser competitivos, más allá de nuestro tipo de cambio, claro está. Rematar a bajo precio nuestro trabajo no es ganar competitividad, es pretender salvarse con una medida cortoplacista. Si haremos un esfuerzo para sostener a una industria, que sea parte de un plan estratégico. Podría tolerar que se sostenga a la industria ferroviaria, que se fomente la transformación de los productos del agro, pero nunca podré apoyar que se propulse la fabricación de algo tan superfluo como un auto: algo cuyo uso es más una costumbre o una aspiración antes que una necesidad.

Este plan estratégico tiene que delinear aquellas industrias que maximizan la creación de empleo, minimizan la importación de productos y agregan valor. Por cuestiones logísticas podemos ser competitivos en todo aquello que implique integrar verticalmente la cadena del agro: es decir, no exportar granos, sino productos que se acerquen más al consumidor final. Esto, en muchos casos no requiere ni demasiada inversión ni demasiado conocimiento, sino más bien voluntad política.

Pero volvamos a la industria automotriz. ¿Qué hacemos con las suspensiones y los despidos? Es preferible ofrecer un subsidio por desempleo antes que seguir invirtiendo millones para que a las grandes multinacionales les cierren los números. Y permítanme aclarar algo, para que a estas multinacionales les cierren los números en la Argentina realmente les tiene que ir demasiado bien. No confundamos las cosas: un subsidio por desempleo no es una limosna, porque se puede dar ese subsidio y pedir que el beneficiario haga algo a cambio. Lo sé, no es un trabajo, pero es al menos una forma digna de ganarse una ayuda.

Mientras tanto, el dinero que ahorramos por no estar financiando a grandes corporaciones automotrices lo podemos volcar en planes para desarrollar industrias competitivas que terminen siendo un buen negocio para todos los argentinos. Toma tiempo, no es fácil, pero no hay otro camino: el futuro sólo se puede conquistar con esfuerzo e inteligencia.

Por eso, el ocaso de las automotrices no es para mí una mala noticia, sino el prólogo de la historia de un país que supo desarrollar una industria fuerte, que se basa en sacar lo mejor que tenemos y ofrecérselo al resto del mundo, dejándonos muy buenas ganancias a todos los argentinos. Es el comienzo de un final necesario, para que nuestros impuestos no se vayan en sostener algo que no es sostenible.

Hay intereses en juego, es evidente. Pero por una vez necesitamos tener el coraje y la seguridad de seguir adelante, dejando atrás los alaridos de industriales que sólo lloran su pérdida. Hay que dejarlos caer. Los empresarios asumen riesgos, es así en todo el mundo. Esto significa que a veces ganan y a veces pierden. Hoy le tocó el turno de perder a las automotrices.

La persistencia de la pobreza

En estos días dos nuevos informes reforzaron lo que todos sabemos: en la Argentina hay pobreza. Un estudio del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires indica que el 28,4% de las personas en la ciudad de Buenos Aires no logra cubrir la Canasta Total, que es aquella que cubre las necesidades básicas de una persona, garantizándole una vida digna. El otro estudio es el de la UCA, que asevera que el 30% de las personas del conurbano viven en la pobreza.

Continuar leyendo

Tiempo de dejar creer en los mitos

Durante esta última veintena de años, y no sólo en la Argentina, las compañías automotrices han hecho lobby para que todos nosotros, los ciudadanos, pongamos plata de nuestro bolsillo para garantizar su subsistencia. No directamente, claro, pero la infinita bondad con la que son tratadas estas compañías por el Estado se financia con dinero que todos nosotros aportamos a través de nuestro trabajo diario.

Es un lobby del que torpemente se hacen eco sindicatos y políticos, incluso los medios y la sociedad en general. Es un lobby que engaña, que a fuerza de falacias consigue lo que casi ninguna empresa logra en el mundo: que el Estado transforme su negocio inviable en uno viable.

Todos entran en pánico cuando una automotriz amenaza con cerrar o con suspender a sus trabajadores. Los sindicatos inmediatamente corren detrás de la fuente de trabajo: absurdo y anacrónico eufemismo para referirse a su ignorancia para proponer soluciones que garanticen un trabajo digno a todos y que se pueda sostener en el tiempo. Porque lo importante no es que la fuente de trabajo no se destruya, sino que haya trabajo para todos.

Tal vez por sostener una fuente de trabajo no se está permitiendo que las mismas se multipliquen. Un ejemplo concreto: ¿qué genera más trabajo, mil pesos gastados en un restaurante o mil pesos gastados en un auto? En el primer caso se trata de una actividad de mano de obra intensiva, en el segundo, la mayor parte del dinero se termina gastando en materia prima y energía. Porque si bien el auto se construye con trabajo, cuestan más la materia prima y la energía utilizadas que los salarios. Pero la pereza intelectual de los sindicatos no les permite hacer este balance y se arrojan sobre la fuente de trabajo que se pierde, en lugar de concentrarse en la fuente de trabajo que se podría generar. Siempre los ojos puestos en el hoy y nunca en el futuro.

Desde el gobierno inmediatamente se les presta ayuda -subsidios, financiación, exenciones y facilidades- para que puedan seguir generando un producto que la gente quiere a toda costa: los argentinos parecieran estar más enamorados de sus autos que de sus mujeres. Se piensa en la pérdida para la economía y entonces se incurre en una pérdida aún mayor, para evitar aquella que era menor. Así absurdo como suena, así sucede. Si la gente no compra autos, porque no puede, entonces gastará su dinero en otra cosa, por lo que aquello que no absorbe la industria automotriz, lo absorberá otra industria.

Pero nadie se da cuenta de esto. Parece que si la gente no gasta su dinero en comprar un auto, entonces prenden fuego los billetes. Si desaparecen las automotrices, entonces otro sector se encargara de dinamizar la economía y de contribuir a su desarrollo. No es necesario que todos los ciudadanos “ayudemos” a estas gigantescas empresas para que sigan desarrollando su lucrativa actividad a costa nuestra.

Con el tiempo algunos negocios que se consideraban genuinos han pasado a ser odiados por todos. Pensemos en el tráfico de esclavos: en algún momento se dejaron de comerciar esclavos. A nadie se le ocurrió continuar con este negocio porque se iban a perder fuentes de trabajo o porque la economía iba a perder dinamismo. Lo mismo sucede con las tabacaleras: nadie en su sano juicio diría que hay que fomentar el consumo de tabaco para que no se pierdan fuentes de trabajo de la industria tabacalera. Y por último, nadie aceptaría reducir las normativas con respecto al cuidado del medioambiente que tienen que respetar las petroleras (las pocas que tienen y que cumplen), sólo para dinamizar la economía.

Ninguna nación cayó porque el tráfico de esclavos se terminó, ninguna economía quebró porque disminuye el consumo de tabaco. Pero parece que el mundo se va a hundir si se fabrican menos autos. Este mito lo han creado las propias automotrices, sobre todo los ejecutivos de las mismas, para salvar sus trabajos y sus salarios.

La industria automotriz es además un problema para la salud de nuestro planeta. Incentivarla implica directamente incrementar la contaminación y por lo tanto atentar contra nuestro nivel de vida. La sociedad ha desacreditado ya a las tabacaleras y a las petroleras. Pronto será el turno de las automotrices. ¿Llegará el día en que también les haremos juicio por los problemas respiratorios y la disminución en la esperanza de vida que nos causan sus productos? Hoy la Ciudad de Buenos Aires, según la Organización Mundial de la Salud, registra niveles de contaminación que son perjudiciales para la salud. Sabiendo esto,  ¿quién quiere ahora que haya más autos circulando? ¿Quién quiere que con nuestro dinero se financie la contaminación de nuestro aire y la consecuente reducción de nuestros años de vida?

Los tiempos de nuestra ignorancia, aquellos en los que veíamos la contaminación y creíamos que era un signo de progreso, ya se terminaron. La industria automotriz no es la única forma de dinamizar la economía y tampoco es la única que genera puestos de trabajo. No sólo eso, los productos de la industria automotriz contaminan nuestro aire y disminuyen nuestra calidad de vida. Pero todo esto lo ignoran los principales actores de nuestra escena nacional, e incluso del mundo entero (recordemos que varios países han rescatado a GM de la quiebra). Es hora de que dejemos de creer en estos mitos de las automotrices.