Ni derecha, ni izquierda: república

La polarización de las cuestiones es algo natural. Comienzan a surgir en la sociedad las ideas y van decantando, lo que da como resultado que solo algunas de ellas se nos presenten como alternativas reales. Esto suele suceder prácticamente ante cualquier toma de decisión: se presenta un  problema, van sugiriendo soluciones y de todas estas sugerencias se selecciona una cantidad limitada de alternativas, que son las que en definitiva se van a analizar y entre las que se va a decidir. Es una cuestión de limitación humana: me cuesta imaginar a un grupo de gente eligiendo entre más de tres o cuatro alternativas reales.

Este mismo proceso se da a nivel nacional e incluso mundial. Después de la Primera Guerra Mundial todo el mundo se había polarizado en torno a dos opciones: capitalismo o comunismo. La derecha y la izquierda. Eran extremos nítidos: con solo escuchar hablar a alguien era muy fácil saber de qué lado estaba. Como siempre, había un enorme colorido entre una opción y otra, pero era innegable que esas dos eran las madres de todas las alternativas.

A veces nos cuesta dimensionar cuánto nos marcan, a todos, los hechos de la historia mundial. Los conceptos de izquierda y derecha han calado tan hondo que hoy, casi treinta años después de la caída del muro y el desguace del comunismo, esta polarización sigue vigente en los discursos. Muchos votantes rechazan a Mauricio Macri porque es de derecha y tienen afinidad con el Gobierno porque lo consideran de izquierda. Ambas afirmaciones no son más que la mezcla de nombres actuales con conceptos perimidos. Continuar leyendo

La izquierda como atraso

Allá por los 70 el mundo hablaba en dialecto comunista. No se podía ser un intelectual sin ser de izquierda y todo el mundo estaba enamorado de esos regímenes que mostraban el paraíso del proletariado, mientras en su seno ocultaban las mayores brutalidades. Pero la realidad es más fuerte que el relato y la llamada izquierda, afín a la doctrina marxista, ha visto su fin allá por el 89, cuando caía el muro de Berlín. Sólo algunos países sobreviven bajo el rótulo del comunismo, que demostró su evidente fracaso. Sin embargo, sólo unos muy pocos son realmente fieles a esa doctrina, el resto son sólo un sistema totalitario, una tiranía sin color ni contenido.

En el mundo entero esas ideas han desaparecido, porque quedó demostrado que las cosas estaban cambiando y la gran mayoría de los países desarrollados entendieron por fin que nada podía pasar por el marxismo. Y así fue como el rojo, excepto en algunos reductos, se vio extinto en pocos años.

Pero en Argentina, tal vez sea por esa sistemática negación que tenemos al futuro, hoy hay todavía personas que sueñan con ideas de izquierda. Tal vez la culpa de esto la tenga el hecho de que en muchas universidades públicas todavía existen docentes aferrados a esas entelequias del pasado: nunca tuvieron que salir del claustro a conocer la realidad y por eso seguramente el marxismo les resulta seductor.

Hoy la izquierda representa el mayor de los atrasos, es la mirada al pasado y el resentimiento del paraíso perdido. Y con todo eso sobre sus hombros sale a buscar la revancha. Hoy tenemos un ministro de Economía que aplica recetas de izquierda: porque la izquierda, por su propia naturaleza, niega la libertad a las personas. Tanto afán por mejorar la vida de las personas los convierte en jueces y mesías. En su obsesión transforman sus buenas intenciones de un mundo mejor en una epopeya totalitaria: los demás tenemos que recibir ese mundo mejor por las buenas o por las malas. De ahí surgió el terrorismo que implementó la izquierda en el pasado.

Y el actual gobierno, que parece nutrirse de la izquierda, todo lo quiere controlar, en todo quiere inmiscuirse. La Unión Soviética cayó por una sola razón: la pérdida de eficiencia. Todo costaba mucho más, porque un control tras otro sólo hacen que crezcan las burocracias. Así, uno termina haciendo y diez controlando. Por eso las personas en los sistemas comunistas vivían en la pobreza: hay muy poca gente trabajando y por lo tanto escasean los bienes y servicios.

Cuando estaba haciendo mi maestría, en el curso de macroeconomía nuestro profesor dijo una vez que “las economías pueden ser más o menos planificadas, pero siguen siendo lo mismo”. Porque no hay una economía de izquierda y otra economía de derecha, sólo que la izquierda quiere digitar todo. Y así es como empiezan a surgir los problemas. Pero la poca creatividad de los que se conciben a sí mismos como “progresistas” sólo sabe solucionar los problemas con controles. Y si algo no funciona, entonces se necesitan más controles. Así bajó el dólar, con controles. Pero el problema persiste, sólo que explotará por otro lado o bien se difiere su explosión en el tiempo.

En la Unión Soviética, cuando las cosas estaban mal, se intentaba suplantar la realidad con el relato, de ahí la persecución que realizaba el régimen para con todos aquellos que intentaban mostrar lo que sucedía. El comunismo totalitario también creía que a fuerza propaganda se podía transformar la realidad.

Es que la izquierda, más que una ideología, más que una doctrina, ha demostrado ser una colección de métodos para transformar las cosas, métodos regidos por los principios del control y la propaganda. Lo sé, todos los totalitarismos tienen esos métodos, lo que sólo quiere decir que la izquierda no es más que otro totalitarismo: las ideas se convirtieron sólo en la forma en que se justifican las aberraciones.

En nuestro país también se aproxima la caída del muro. Pronto este experimento que fue el Kirchnerismo verá su fin. Pero mientras en la Argentina haya personas que sigan teniendo fe en que la izquierda es un camino viable para nuestro país, entonces corremos el riesgo de volver a caer en este error.

Yo no creo que el Kirchnerimos tenga ideología, simplemente ha sabido leer en la sociedad un anhelo que los 90 ayudaron a construir: más Estado y más izquierda, para contrarrestar el saqueo que se hizo bajo la falsa bandera del neoliberalismo. El Kirchnerismo, que nació bajo el rótulo del peronismo, encontró en la izquierda la justificación para todo lo que vendría después de la 125, punto de inflexión en el discurso del gobierno. Pero eso fue lo que hizo que personajes que han estado siempre en espacios de izquierda se hayan puesto al servicio del poder: les vino bien el viraje ideológico.

Pero ciertamente todo esto fue posible porque en la Argentina no tenemos esa aversión por la izquierda que tienen otros países. Todavía creemos que más Estado y más control todo lo pueden: es ese totalitarismo que parece inspirarnos como país. Este proceso concluirá y nuestro actual ministro de Economía, con todas sus metodologías soviéticas también se irá. Pero más importante que su conclusión es que no se vuelva a repetir en la historia de nuestro país un nuevo experimento como este, que a fuerza de fanatismo nos hizo perder una década que podría haber sido verdaderamente ganada.

Categorías obsoletas

Las categorías en las que se organiza nuestro pensamiento son, en última instancia, la forma en que comprendemos nuestra realidad. Y es justamente esta imagen que tenemos de la realidad la que nos termina llevando a implementar determinadas soluciones. Vayamos a un tema concreto como el de la inflación para analizar esto: si yo creo que la inflación es la consecuencia de la especulación de empresarios inescrupulosos, entonces mis medidas estarán orientadas a detectar a estos empresarios y neutralizarlos. Porque mi comprensión de la realidad me indica ese camino. Si yo creo que la inflación está vinculada a la emisión de moneda, entonces reduciré la emisión. El problema es que la realidad es una sola y si no logro comprenderla, las medidas que tome nunca la van a transformar en el sentido que quiero o necesito.

En la Argentina se sigue hablando de izquierda y derecha. Este es un esquema mental no sólo completamente sesgado, sino además obsoleto. Sesgado porque se califica como “de derecha” a todas las personas maquiavélicas y perversas que buscan que los ricos exploten a los pobres, que quieren exterminar a los pobres y sobre todo imponer un neoliberalismo salvaje que destruya todo. Los que son “de izquierda” buscan el bien de las personas, aborrecen el autoritarismo y quieren un mundo mejor para todos. Este sesgo sin asidero está casi enquistado en el imaginario popular, evitando por lo tanto que se exploren las alternativas “de derecha” en busca soluciones plausibles para nuestros problemas.

Por otro lado, se trata de una dicotomía obsoleta, que vio su fin con la caída del muro de Berlín. Sin embargo las personas se siguen alineando a uno y otro lado, los partidos se declaran de derecha o de izquierda y los analistas políticos siguen usando estos términos con una liberalidad que da cuenta de su falta de profundidad intelectual. Hemos comprendido con el tiempo que las soluciones a los problemas no son ideológicas, sino fácticas. Es decir, que si hablamos del problema del delito, no podemos remitirnos a cuestiones ideológicas, sino que tenemos que buscar una solución eficiente y eficaz. Por supuesto que hay distintas ideas y esto bueno: se puede construir desde las ideas,pero no desde la ideología, porque la la ideología es ciega, pero la idea es lúcida. Hablar de soluciones de derecha o de izquierda es simplemente anacrónico. La aplicación de un esquema similar al del método científico debiera ayudarnos a exponer ideas y encontrar la mejor solución.

El paradigma actual va comprendiendo lentamente que no existen estas soluciones de izquierda o de derecha, sino simplemente soluciones. La implementación de bicisendas en la ciudad de Buenos Aires no es una medida de derecha, ni es una medida de izquierda. Tiene su fundamento en una concepción de lo que debe ser una ciudad, pero su implementación está alejada de esta dicotomía que tanto atrae en nuestro país. En lo que se refiere al transporte hay dos tendencias opuestas: la primera que aboga por el transporte individual y la segunda que aboga por el transporte público. Son dos ideas contrapuestas, pero no son ideologías: no hay izquierda y derecha, sólo el análisis de un problema y la búsqueda de una solución. Cuando digo que actualmente se está superando este paradigma es porque si uno mira ciudades de nuestro país que están en manos de distintos partidos encontrará que la gestión de las mismas no está signada por cuestiones ideológicas que derecha o izquierda, sino por posturas frente a los problemas. El gobierno actual de la ciudad, constantemente fustigado por ser de derecha, ha tenido en lo que se refiere a gestión y transporte público medidas dignas de un progresismo rabioso. ¿Cómo encaja esto en la definición de “derecha”?

Sin embargo, en lo discursivo se sigue apelando a estos conceptos, porque a la gente le gustan, le permiten tomar partido rápidamente al que no tiene la persistencia del intelecto: descarta a quien se reconoce como contrario a la ideología que él cree tener. Los políticos inescrupulosos siguen hablando de gorilas, derechas y dictaduras para calificar a sus oponentes, porque son palabras fuertes que apelan a las emociones de los argentinos. Pero sea dicha la verdad, nadie de la escena política actual puede ser señalado de esta forma tan llana

Yo digo que izquierda y derecha son alas perimidas porque ya no sirven. Antes de la caída del muro estos conceptos podían servirnos para comprender, aunque de una manera extremadamente simplificada, nuestro mundo. Pero hoy ya no. Y cuando estas categorías se vuelven obsoletas, también lo es nuestra comprensión de la realidad y por lo tanto cualquier solución o medida que pongamos en práctica sobre la base de estos esquemas se confrontará con un mundo al que no pertenece.

Mientras la política se siga construyendo desde la izquierda y la derecha, desde una concepción ideológica y no de ideas, seguiremos varados en esta lucha contra fantasmas. Y los hechos nos demuestran, que los fantasmas nos están venciendo. Izquierda y derecha son alas perimidas que ya no nos dejan volar, sino que nos atan al más absurdo de los suicidios colectivos.