El punto de no retorno de la delincuencia

Parece algo absurdo pensarlo de esta manera, pero el delito es un oficio. Es algo que reprobamos, incluso algo que condenan las leyes, pero eso no implica que no sea un oficio. De hecho es también el medio de vida de muchas personas. Nada de esto implica que no debamos perseguirlo y castigarlo, pero analizarlo desde esta perspectiva puede ayudarnos a comprender esta realidad tan compleja y que tanto nos preocupa hoy a todos los argentinos.

Con el tiempo las personas tomamos un oficio y lo vamos desarrollando. Después de varios años de dedicarnos a lo mismo nos convertimos en expertos, lo cual tiene puntos a favor y puntos en contra. El punto a favor es que sabemos hacer tan bien eso que hacemos, que generalmente nos pagan más. El punto en contra es que si queremos cambiar de trabajo, si buscamos algo nuevo en que aplicarnos, entonces tenemos que aprender todo otra vez. Lo peor es que al empezar de nuevo perdemos ese valor agregado que tenía nuestra experiencia y entonces ganamos menos: lo que no le gusta a nadie.

Por otro lado es también cierto que por la propia naturaleza del ser humano uno tiende a quedarse donde está, a menos que haya una fuerte razón para cambiar. Por lo que todos hacemos aquel trabajo que sabemos hacer, porque es lo que nos sale bien y con lo que nos sentimos cómodos.

La otra cuestión es un poco más compleja. Cada persona en su vida va desarrollando habilidades. Por ejemplo, el vendedor tiene la habilidad de vender. Puede vender autos o electrodomésticos, pero será muy difícil que aprenda a llevar adelante la administración de un consultorio médico. Puede aprender, pero queda claro que sus habilidades hoy son otras y que si tiene que buscar un trabajo buscará algo que tenga que ver con sus habilidades.

Hasta aquí es todo bastante intuitivo y lo podemos ver fácilmente en nuestra vida diaria. ¿Qué pasa cuando traspasamos estos conceptos al oficio de delinquir?

El primer punto es que quien está habituado a delinquir se ha convertido en un experto. Lo ha adoptado como modo de vida y le va seguramente bastante bien. Dedicarse a otra cosa le resultará desde ya menos rentable, lo que termina siendo una gran motivación para que persevere en su oficio.

Además, el delincuente ya está habituado a lo que hace y por lo tanto, a menos que haya una gran motivación para el cambio, seguirá haciendo aquello que tan bien le sale y con lo que se siente cómodo: delinquir.

En tercer lugar, el delincuente ha desarrollado una serie de habilidades que son específicas de su profesión. Habilidades que difícilmente le pueden ayudar a insertarse en otro ámbito que no sea el del hampa, por lo que si no le va bien robando autos, verá de encontrar alguna otra tarea dentro del mismo ambiente. Este es otro de los motivos por los que más policía nunca solucionará el problema del delito, porque quien sólo sabe ganarse la vida de forma ilícita, no suele ver que pueda aplicar las habilidades que ya tiene en otra cosa: y el hecho de que haya más policías en la calle no cambia esa situación.

De todo esto se concluye, con cierto pesimismo, que no es tan fácil rehabilitar a quien vive de la delincuencia. No quiero decir que es imposible, porque tal vez el delincuente tenga experiencias que lo motiven a cambiar. Sin embargo, queda claro que en general es difícil que abandonen ese camino que hace tiempo recorren.

Entonces, si entendemos que sacar a la gente de la delincuencia es muy complicado, lo que tenemos que evitar, si realmente queremos solucionar el tema del delito, es que la gente no entre en ese círculo, porque una vez que están allí, pareciera que se trata de un punto sin retorno. Incluso si somos completamente pesimistas con respecto a quienes ya se dedican a la delincuencia, si logramos que no haya nuevas personas aprendiendo las habilidades de la delincuencia, el nivel de delito irá disminuyendo con el tiempo.

Este es el principal motivo por el cual el foco no debe estar en la parte represiva del delito, que obviamente es necesaria. Pero el foco debe estar en asegurarse que las nuevas generaciones crezcan sanas y alejadas de situaciones que las fuercen a tomar el camino de la delincuencia. Más policía, penas más duras, deportaciones, etc. no trabajan sobre la creación de delincuentes, que es en definitiva el verdadero problema, sino que sólo se ocupan de reprimir a los delincuentes que ya existen. Esto es como querer solucionar el problema de una pérdida de agua sacándola a baldazos: el esfuerzo es grande pero infructuoso, a menos que se cierre la llave de paso el agua seguirá saliendo. Lo mismo sucede con el delito: reprimir a los delincuentes sólo mejora las cosas circunstancialmente, lo importante es asegurarse que tengamos una sociedad justa y equitativa donde los jóvenes puedan adquirir habilidades que les permitan vivir en sociedad y no habilidades que los lleven a delinquir.

Marcar el límite

No se trata de mano dura, de gorilas o de dictaduras: los límites existen. En un lugar se termina la tierra y empieza el mar, porque los límites marcan la separación entre dos cosas distintas. Como sociedad, hay cosas que queremos y cosas que no queremos, cosas que nos gustan y cosas que no nos gustan. Y hay una frontera, un lugar que termina marcando el final de aquello que queremos y el principio de aquello que no queremos.

Nos hemos obsesionado tanto con el miedo a las dictaduras y a la violencia, que entramos en pánico apenas alguien se nos para en el camino y nos dice “más de aquí no se puede ir” e interpretamos eso como el fin de nuestra libertad. Porque creemos que ir más allá nos hace siempre ser mejores, ignorando la geografía básica de nuestro planeta: llega un punto que de tanto ir en la misma dirección nos terminamos acercando al punto de partida. Continuar leyendo