La verdadera traición de Hollande

El presidente francés, François Hollande, ha sido tema de la prensa del corazón por la revelación de su affaire con una actriz, Julie Gayet, y su subsecuente separación de la que hasta ese momento era su novia y Primera Dama, Valérie Trierweiler.

Pero, además del desagrado que causa a los franceses que la prensa hable de cuestiones privadas en un país que tradicionalmente consideró -como corresponde- mucho más graves en sus funcionarios los escándalos de dinero que los de polleras, hay otra traición que está cometiendo Hollande y que dice bastante más sobre su personalidad que estas supuestas correrías. Y vale la pena mencionarla porque permite muchas analogías con la política local. Y más allá.

Hollande es un presidente sobrevenido. Nadie lo imaginaba en ese puesto hasta muy pocos meses antes de la elección. Su ascenso a la pole position se debió muchísimo más a una combinación de circunstancia y oportunidad que a sus propios méritos.

No es que fuese un outsider en política; pero era un hombre de partido, de bajo perfil y de personalidad tan chata como a primera vista parece.

La contingencia que lo sacó de las sombras fue la caída en desgracia del ex director del FMI Dominique Strauss-Kahn, número puesto para la candidatura socialista y por lo tanto quien más chances tenía de ocupar la presidencia de Francia hasta el día que estalló el escándalo en el hotel Sofitel de Nueva York; un caso detrás del cual se adivinó la mano negra del entonces jefe de Estado, Nicolás Sarkozy, que habría querido librarse de su rival más peligroso. La cosa no resultó, porque ya los franceses estaban cansados de él y no querían darle otro mandato; estaban dispuestos a votar a cualquiera que se le pusiese enfrente. Así llegó Hollande a la presidencia. Y se nota, porque su gestión es tan mediocre que “Sarko” ya sueña con volver y parece que tiene chances de hacerlo… pero ésa es otra historia.

Un libro de reciente publicación en Francia, escrito por Céline Amar y cruelmente titulado Hasta aquí todo va mal (Jusqu’ici tout va mal, Ed. Grasset, enero 2014), revela que, pese a los escasos méritos que ha mostrado hasta ahora Hollande para la gestión de Estado, el tipo se la cree.

Hubo un hombre clave en su carrera; el nombre quizá no les diga mucho a los argentinos, pero su protagonismo en la consolidación de la Unión Europea fue muy grande, al punto de que los franceses lo hubieran votado como presidente, pero él, caso raro en política, declinó la candidatura socialista. Algo llamativo en tiempos en que abundan los políticos que se postulan para funciones que les quedan grandes. Y si no, repasemos el panorama nacional…

El nombre de esta rara avis es Jacques Delors, 88 años. Ministro de Economía de Francia entre 1981 y 1984 y presidente de la Comisión Europea entre 1985 y 1994.  Siendo favorito para la presidencial francesa de 1995, renunció a presentarse. Retirado de la vida política, sigue interviniendo regularmente en el debate público, Y, sobre todo, goza de la estima y el respeto de los franceses. A este hombre, Hollande decía deberle la carrera. Eso, hasta que llegó a la presidencia y se le subieron los humos a la cabeza.

En efecto, Delors apadrinó a Hollande desde su think tank, llamado Club Témoin, que funcionó entre 1993 y 1997. Gracias al respaldo de las personalidades allí agrupadas, Hollande llegó a la jefatura del Partido Socialista que ejerció de 1997 a 2008 y volvió a ocupar una banca en la Asamblea nacional de 1997 a 2012 (la había perdido en 1993).

Jacques Delors y François Hollande, en 1993En enero de 2013, el Bundestag (parlamento alemán) abrió sus puertas para celebrar con toda solemnidad el 50º aniversario del Tratado franco-alemán de amistad firmado por Konrad Adenauer y el general Charles De Gaulle, que puso fin a siglos de discordia y abrió el camino a la unidad de Europa. Cécile Amar revela en su libro que las autoridades alemanas deseaban la presencia de Jacques Delors en el acto, pero “las mezquindades del Eliseo [ejecutivo francés] decidieron otra cosa”.

Ausente, Delors fue de todos modos homenajeado, pero por la jefa de gobierno alemán, Angela Merkel: “Quiero evocar a Jacques Delors, quien, con perspicacia había señalado, antes de la introducción del euro, que una cooperación política más estrecha, especialmente en materia de política económica, era de la mayor importancia”.

No sin cinismo, interrogado por esta ausencia, Hollande respondió, aludiendo a la edad de Delors: “Yo creía que le costaba desplazarse”.

Pero este no fue el primer destrato hacia su padrino político. En mayo de 2012, a días de asumir como presidente, los periodistas le preguntaron: “¿Invitará usted a Delors (al acto de asunción)?”. “Por supuesto que lo voy a invitar”, respondió. Mentira, no lo hizo.

En marzo de 2013, Hollande hizo referencia en un discurso al proyecto de “nueva sociedad”, uno de cuyos inspiradores fue Jacques Delors, pero sin citarlo

Y el estudio comparado entre las ideas de gobierno formuladas por Delors en 1995 (reproducidas en sus Memorias en 2004) y los anuncios hechos por Hollande a fines de 2013, en un intento por sacar a su Gobierno del pantano, arroja sorprendentes resultados: el actual Presidente se entregó de lleno al copy-paste, otra vez, sin citar al autor.

Hollande escucha con atención un discurso de su mentor político, Jacques DelorsCécile Amar dice en su libro: “François Hollande borra a Jacques Delors de su vida y poco a poco de la política. En varias ocasiones, preparando un discurso europeo, sus ghost writers vinieron a ver al Presidente: ‘Aquí habría que citar a Jacques Delors’. ‘Sí, habría, pero no’, les respondía secamente el jefe de Estado. Como Presidente, considera que no le debe nada. ¿Por qué? Es su carácter. François Hollande quiere creer que se hizo solo, detesta que se lo juzgue, no quiere compararse y rara vez actúa gratuitamente. (En los 90) creyó que sería ministro gracias a Jacques Delors, pero el presidente de la Comisión Europea no se presentó. Él se sintió decepcionado. Delors no le sirve para nada desde que dejó la política”.

En nuestro país, abundan los ejemplos de este tipo de ingratitud. Es más, no falta quienes creen que es un mérito político o al menos un paso necesario para afirmar la autoridad. Pero lo cierto es que sólo los mediocres eluden manifestar gratitud porque creen que los debilita, cuando es de grandes el ser agradecido. Acomplejados por su falta de brillo y capacidad y/o conscientes de lo fortuito de su ascenso, empiezan negando toda deuda moral o política y se inventan una historia distinta, un relato, y terminan creyéndoselo ellos mismos.

Cuando Jorge Bergoglio fue elegido Papa, uno de los tópicos de la prensa mundial fue lo difícil que sería la coexistencia de dos pontífices. Francisco, con su constante expresión de agradecimiento y afecto hacia Benedicto XVI, demostró lo contrario. Quien es grande, puede ser humilde. Y, sobre todo, no pierde tiempo en mezquindades de cartel.

Una izquierda obsesionada “sólo” con el aborto

En su larga entrevista con Civiltà Cattolica, el 19 de septiembre pasado, el Papa dijo que la Iglesia no podía “seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos”.

Francisco se explayó sobre otros temas, pero en los ambientes progresistas y de izquierda la atención se centró en esa frase celebrada como expresión de la llegada de vientos “revolucionarios” al Vaticano.

Cuando al día siguiente el Papa dijo que cada niño “injustamente condenado al aborto, tiene el rostro del Señor”, creyeron ver en esto una contradicción con lo anterior.

Pero Jorge Bergoglio no había dicho en la entrevista lo que ellos quisieron oír. Sucede que en realidad es la izquierda la que está concentrada “sólo” en esa temática.

Desde que Francisco llegó al papado los cultores de lo políticamente correcto multiplicaron sus advertencias de que “este Papa no es revolucionario”. Motivo: no introduciría cambios en materia de aborto, eutanasia o matrimonio homosexual. En los días previos al comienzo de la Jornada Mundial de la Juventud, en Río de Janeiro, un politólogo brasileño de izquierda llegó a pronosticar que el encuentro sería un fracaso porque el Papa no tenía “nada para decir” sobre “los temas que preocupan a los jóvenes”, es decir, “el papel de las mujeres, el aborto y el divorcio, entre otros”.

La dimensión de la convocatoria desmintió un pronóstico inspirado en una idea reduccionista de lo que son las expectativas de los jóvenes en el mundo actual.

Sin referirse a la agenda “progresista”, Francisco llegó al corazón de los jóvenes porque su mensaje apunta a las causas de los dramas humanos antes que a las consecuencias. Al revés de lo que hace el progresismo. A la lógica eficientista del sistema capitalista y su consecuente “cultura del descarte” –que Bergoglio no se cansa de fustigar- el progresismo le opone otra lógica, que acaba siendo funcional a la primera: para esta tendencia, el aborto “libre” es la “solución” a todos los problemas: contaminación ambiental, calentamiento climático, pobreza, hambre, e incluso, desde una mal disimulada concepción eugenésica, también para las discapacidades genéticas.

Es llamativo que, en un mundo desesperanzado, donde la globalización adquiere con demasiada frecuencia el rostro desalmado del frenesí de dinero –que parece autorizar y promover todos los tráficos ilícitos, incluido el de personas- el único programa de la izquierda sea aborto y marihuana libres. Y esto no es virtual. Basta revisar las plataformas y los discursos de las fuerzas “progresistas” que compiten en las próximas legislativas de octubre para ver que esas “reivindicaciones” ocupan un lugar de privilegio en todo programa de izquierda que se precie de tal.

Un “realismo” muy alejado de todo ideal o valor superior inspira estas concepciones. Y lleva a esos sectores a ubicarse como contracara de la imagen estereotipada que ellos mismos tienen de la Iglesia como antiabortista y antigay. La “obsesión” que atribuyen a la Iglesia, la practican ellos. No sólo es su prioridad, también es la vara con la cual miden qué y quien es o no “revolucionario”.

Según esta visión, basada estrictamente en cuestiones de “moral reproductiva”, ser “progresista” es aceptar el llamado “matrimonio para todos”, abolir el celibato sacerdotal y, sobre todo desacralizar la vida, relativizando los interdictos sobre su fin y su principio (eutanasia y aborto).

Por otra parte, sólo una visión reduccionista de la juventud puede llevar a pensar que a los jóvenes no les interesa la trascendencia, la solidaridad o el servicio al otro, que no son sensibles a la convocatoria a una vida heroica y que, en cambio, únicamente quieren “marihuana libre”.

Que el Papa argentino con su mensaje y sus gestos esté llevando esperanza y consuelo a miles de corazones, que interpele a los poderosos  y al mundo entero por la “globalización de la indiferencia”, que haya contribuido a crear el marco para un entendimiento que evite una guerra en Siria, que esté abriendo puentes de diálogo entre religiones, como forma de colmar una de las brechas por las cuales se cuela la violencia en el mundo, todo eso no es revolucionario para el “progresismo”.

Francisco eligió no hablar de “esos temas” en primer lugar, porque está librando una batalla cultural, consciente de que, para que una civilización cambie, primero debe cambiar la pauta cultural. El suyo es un combate para vencer la cultura de la indiferencia en la cual vivimos, mientras que otros no enarbolan más bandera que la de supuestos “derechos” inspirados en un individualismo extremo (digno del liberalismo que dicen combatir); en el fondo, un egoísmo que olvida al conjunto social y sus esperanzas.

Un humilde que llegó a Papa

Así fue recibido Francisco en la favela Varginha, como alguien que les perteneces, “pobre” entre los pobres, rico de corazón, como ellos.

Hoy, en Río de Janeiro, el Papa volvió a estar con los suyos. Por años, como obispo primero y arzobispo después, recorrió las periferias existenciales y geográficas de Buenos Aires.

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Morir en democracia

No debería suceder en ningún día del año. Pero que este 9 de julio que pasó hayamos tenido que velar a Ariel Solano (*), el “Ruso”, 33 años, un tipo macanudo (hermano, además, del querido “Pini”, Rubén), asesinado la noche anterior por delincuentes que lo fusilaron con alevosía para robarle la moto, debería hacer que nos preguntemos qué clase de Patria estamos construyendo.

Una en la cual la vida no tiene ningún valor, porque un argentino puede caer víctima de la violencia delictiva ante la falta de reacción de una sociedad que “no ha llorado lo suficiente” (como nos decía el cardenal Jorge Bergoglio) y ante la más absoluta indiferencia de un Estado al que algunos se atreven sin embargo a llamar “gran reparador”. La política se ha vuelto obscena y nos miente en la cara.

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Un Papa que no es de izquierda ni de derecha

Inclasificable. Así ven muchos a Francisco. Con cien días de pontificado cumplidos, todavía sigue siendo materia de debate si el nuevo Papa es de izquierda o de derecha. Progresista o conservador.

Hubo cierta perplejidad frente a un Pontífice al que no es posible encasillar. ¿Dónde ubicar a quien fustiga el capitalismo salvaje y la dictadura del dinero, pide una Iglesia pobre para los pobres y critica incluso a los obispos demasiado aferrados a los tesoros materiales, pero que a la vez llama a defender el estatus jurídico del embrión humano y denuncia la presencia de un “lobby gay” en el Vaticano?

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El día que Bono de U2 anticipó a Francisco

En el año 2005, el músico irlandés Bono, líder de la banda U2, explicó su fe en Cristo en unos términos impactantes, sobre todo porque iban en contra de lo políticamente correcto, o de lo “razonable”, como diría Jorge Bergoglio. Leídas hoy, sorprenden por su identidad con el mensaje papal.

“No tengo una idea hippie de Cristo”, dijo en aquella oportunidad Bono, en conversación con el periodista Michka Assayas, para el libro, Bono on Bono. “Me refugio en la Gracia y acepto que Jesús tomó mis pecados sobre la cruz”.

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