Recordemos el genocidio armenio

Claudio Avruj

Tras la hecatombe que significó (y significa) el genocidio armenio, la Argentina albergó a una de las comunidades armenias más numerosas. Miles de refugiados hambrientos, sin idioma, huérfanos y desposeídos llegaron a nuestro país y aportaron su cultura a nuestra identidad, tal y como lo documenta el último trabajo de investigación de Nélida Boulgourdjian-Toufeksian y Juan Carlos Toufeksian, recientemente publicado bajo el título “Inmigración armenia en Argentina”.

La consistente lucha de la comunidad armenia por la memoria y la verdad fue lo que posibilitó que la Argentina aprobara en el año 2007, la Ley Nº 26.199, la cual reconoce el genocidio armenio, y que la Ciudad de Buenos Aires continuara ese mismo camino al año siguiente con la Ley Nº 2.675.

Sin embargo, a 98 años de haberse iniciado el plan sistemático del Imperio Otomano para eliminar a la población armenia, nos encontramos con una cruel realidad: no todos los estados del mundo hacen propio este reconocimiento, y eso reaviva el sentimiento de impunidad que se representa en el negacionismo, y que hiere y mata nuevamente a las víctimas; y a su vez, e incomprensiblemente, el mundo parece satisfecho con sólo recordar el asesinato de un millón y medio de armenios sin examinar las causas del exterminio; como si la famosa pregunta que Hitler le hizo a sus generales para alentarlos a cometer el genocidio contra el pueblo judío siguiera vigente: “¿Quién habla hoy del aniquilamiento de los armenios?”.

Como dicen los historiadores Laura Kitzis y Enrique Herszkowich, “la memoria no pregunta, sino que responde. No cuestiona, sino que explica. No interroga qué del pasado tiene el presente, sino que sólo evoca ritualmente un pasado inmóvil”. El desafío es, entonces, no dejar inmóvil ese pasado, ya que inmovilizarlo es silenciarlo.

Recordar hoy el genocidio armenio es un acto de construcción de memoria. Por eso, en este nuevo aniversario, junto a las expresiones de solidaridad, se debe fomentar la educación, la difusión, la interrogación y la concientización; y se debe buscar que en todos los rincones del mundo se hable como corresponde, con propiedad y reconocimiento: se trata del genocidio armenio.