Una nueva gestión escolar

Claudio Chaves

Manuel Gálvez, uno de los mejores novelistas históricos de la Argentina, cuenta en uno de sus libros una graciosa anécdota acerca de los males de la educación centralizada. Resulta que siendo inspector de enseñanza secundaria conversaba cierta vez con su colega, Larsen del Castaño quien, entre risueño y sorprendido, le decía que en la época que se estudiaba griego llegó al Colegio Nacional de una pequeña capital de provincia. “Como dominaba el idioma de Homero decidí asistir a esa clase. Mi asombro llegó al infinito cuando un alumno comenzó a recitar la lección. ¿Qué estará enseñando el profesor? me preguntaba un tanto descolocado sin abrir los ojos para no humillarle. Pero acabada la clase lo mandé llamar.

El hombre que se acercaba encogido, al hallarse frente a quien con media palabra podía hacerle echar a la calle, dijo:
-Discúlpeme señor inspector. Soy padre de familia, con doce hijos. Pedí una cátedra y me dieron la de griego. Le ruego por mis criaturas…
-Bien, lo haré trasladar. ¿Pero que enseña usted como griego?
-Quichua, señor”.

Esta anécdota, tan graciosa como criolla, revela el dislate de aquel modelo educativo concentrado en Buenos Aires e impuesto a rajatabla por la Ley Lainez de 1905. La gestión escolar centralizada en Buenos Aires permaneció así hasta la década del 90. Por esos años el mundo, y la Argentina no fue ajena a ese movimiento, vivió un proceso general de descentralización, desregulación, privatización y avance de las libertades jamás pensado. De modo que una profunda reforma en la gestión escolar fue el corolario de aquella ola mundial. Aunque, es justo decirlo, el Congreso Pedagógico Nacional celebrado bajo la presidencia del doctor Alfonsín había avanzado en propuestas similares como el federalismo, la regionalización, la provincialización y la desconcentración. El gobierno del doctor Menem no hizo otra cosa que implementar las reformas propuestas por el Congreso Pedagógico y la dirección internacional de los hechos.

Ocurrida la descentralización sobre las provincias, sus Ministerios de Educación se apoderaron de la gestión concentrándola sobre sí mismos sin facilitar un proceso de delegación de poder sobre las escuelas que era la dirección natural de los hechos. Cuando todo estaba dado para profundizar el camino, avanzar en la autonomía y descargar responsabilidad y poder en la comunidad tanto educativa como familiar, el establishment educativo provincial se apoderó de la situación en complicidad con los gremios. Concentró todo en los ministerios provinciales torciendo el sentido de la reforma. Es bueno advertir que el espíritu democrático propio de los tiempos que se viven no admite centralizaciones extremas. Los totalitarismos rechazan la autonomía y la autogestión porque en ellas se verifica la participación de la gente. Ya, en la década kirchnerista, el centralismo aumentó su voltaje.

Los CENS, una valiosa experiencia abortada 

La educación del adulto comenzó en el país en 1968 con la creación de la Dirección Nacional de Educación de Adultos (DINEA) que con el tiempo desarrolló centros educativos a lo largo y ancho del país. Si bien era una Dirección en el marco del Ministerio Nacional de Educación, las unidades académicas funcionaban bajo una gestión descentralizada y en acuerdos con la sociedad civil por medio de convenios con sindicatos, empresas y la Iglesia. El Estado cedía poder a la comunidad y a las entidades conveniantes quienes ofrecían espacio físico para la escuela, proponían al Director del Cens, elevando una terna a la DINEA quién elegía uno de ella. Los docentes eran seleccionados por el Director en acuerdo con la entidad conveniante y con el proyecto educativo de la escuela, evitando de esta forma las Juntas de Clasificación que como ente ajeno a la escuela decidía y decide por medio de concursos o actos públicos que docente trabaja y quién no. El salario lo abonaba el Estado pero la liquidación, deduciendo ausencias y llegadas tardes las efectivizaba el Director. Aquellos viejos CENS, destruidos en su espíritu por la burocracia educativa estatal y los gremios, eran un espacio dónde la participación, la valoración de la individualidad y el sentirse artífice de un proyecto compartido por una comunidad escolar, conformaba la esencia de la filosofía pedagógica.

De no haber sido destruida la gestión descentralizada de los CENS, se podría haber partido desde esa experiencia hacia formas novedosas de autogestión que puede ser una solución para elevar la calidad educativa, al conformar unidades académicas homogéneas, solidarias con el proyecto e identificadas con la filosofía escolar y que deposita en la comunidad el poder real del proceso educativo. Estas escuelas que se han desarrollado en distintos países del mundo con el objeto de mejorar la enseñanza es una experiencia que nos debemos. Debería ser una oferta educativa más, optativa y decidida en el marco de la más plena libertad ejercida por la comunidad docente y familiar.