Con las manos atadas

Claudio Chaves

Tiene razón el presidente Mauricio Macri en responsabilizar al Gobierno anterior por el avance del narcotráfico y el delito. Cuando el ex gobernador Daniel Scioli se anime a contarnos, ahora que no está bajo la mirada admonitoria del matrimonio Kirchner, quién le ataba las manos, según le confesó al marido de Carolina Píparo, los argentinos estaremos en condiciones de identificar con nombre y apellido a los cómplices y los encubridores.

De todos modos, no alcanza ni con una cosa ni con la otra. Lo que hace falta es voluntad y la voluntad brota de las convicciones fruto de las ideas. Aun en ojotas o alpargatas, si se tiene voluntad, se vence a la delincuencia.

El combate contra el delito lleva implícito un debate cultural e ideológico. Aquellos que piensan que esto es un error se equivocan o son ingenuos. Si fuera como ellos dicen, el kirchnerismo habría solucionado el asunto, dado que resolverlo reditúa votos. No lo hizo, dejó al pueblo y a la patria en una indefensión absoluta. Al atarse al progresismo, quedó preso de esta cosmovisión y nos embromó a todos.

El kirchnerismo ha tenido una postura zigzagueante frente a este flagelo. Una primera etapa de negación del tema hasta la irrupción de Juan Carlos Blumberg. Frente a la imponente movilización, aceptó el endurecimiento de las leyes, quizás porque no era la solución. Luego, con Cristina Kirchner se retornó al progresismo. En la nueva etapa se dieron los argumentos más contundentes. Se justificó el delito cubriéndolo con un manto de piedad. Los delincuentes son la consecuencia de una sociedad injusta, afirmaban.

La diputada Diana Conti observó que la ley debía ser durísima con los ladrones de guante blanco y no como hizo Blumberg, que puso énfasis en ladrones de poca monta, justo a él que le habían asesinado a su hijo. Desconociendo el principio fundamental de la Revolución francesa, como es la igualdad ante la ley.

Frente a la marcha de Blumberg, el Gobierno nacional hizo hablar a los familiares de muertos por la violencia policial y así la señora Dolores Demonty apuntó: “La mano dura que pide Blumberg es para los pobres, porque el empresario propone iniciativas sólo contra los que secuestran, porque los que son secuestrados son los que tienen dinero [sic]”. Sorprendente definición que, sin embargo, va en la dirección del pensamiento del que fuera secretario de Cultura de la Nación, José Nun, que en el cierre de un Congreso en Mar del Plata, en agosto de 2006, dijo, frente al problema de inclusión que padecemos: “El problema no son los pobres, sino los ricos”.

En una nota que el diario La Nación le realizó al juez de la Corte, Raúl Zaffaroni el 18/2/09, el jurisconsulto afirmó: “Frente a la inseguridad creada en el mundo por el retroceso del Estado de bienestar: ¿Cómo se compensa esta sensación? Mostrando que la principal amenaza que hay es el delito común” [sic]. Con este argumento, el delincuente pasaría a ser un chivo expiatorio de una situación que le es ajena y que habla de la injusticia del capitalismo. En síntesis, el delincuente es una víctima. Remató con la siguiente afirmación: “Uno no va a excarcelar a un violador múltiple, a un homicida. Se excarcela a un chorrito. ¿Qué ganás con tenerlo adentro?”.

En este colectivo podemos adicionar a la fallecida Carmen Argibay Molina. Ante al célebre violador de Recoleta y cuando se había construido su identikit por declaraciones de las damnificadas y expuesto su rostro en los comercios de la zona, puso el grito en el cielo porque se estaba linchando a alguien sin juzgarlo.

Por su lado, Néstor Kirchner afirmó que la seguridad no se logra con palos en la mano. Es muy complicado entender esta doctrina. ¿Será que no va a ser utilizada la represión contra los delincuentes? ¿Y contra la ferocidad de criminales carcomidos por la droga, qué hacemos? El progresismo no tuvo ni tiene respuestas.

En la misma oportunidad en la que Néstor Kirchner le exigió a Scioli que aclarara quién le ataba las manos, afirmó: “No queremos derrotar la inseguridad en la Argentina, ni con torturas, ni con desaparecidos, ni con persecuciones injustas”. Al confundir demagógicamente la guerra contra la subversión con la guerra contra el delito dejó a los argentinos indefensos.

Cuando el general Julio Argentino Roca inició su Campaña al Desierto, resuelta por ley del Congreso Nacional, aseguró frente a los robos, los asaltos y los incendios que realizaban los indígenas y generaban un clima de inseguridad invivible: “Hay que ir a buscarlos a sus guaridas y causarles un terror y un espanto indescriptibles”. El progresismo odia a Roca.

¿Serán capaces los funcionarios del actual Gobierno de resolver el problema del narcodelito en los términos que se merecen o repetirán la malhadada conducta del progresismo? El problema es ideológico.