No solo el kirchnerismo es viejo, la mayoría de sus detractores también lo son

Cuando se aborda la historia sin tener oficio, las cosas no salen bien. Ocurre que en este último tiempo han brotado, como las arrugas en la senectud, una ristra de libros y exposiciones culturosas abocadas a explicar a Juan Domingo Perón y al peronismo que repiten, o para decirlo educadamente, que recuperan las viejas ideas que sobre él se tenía en los años cuarenta y cincuenta. Esto es, que era un fascista, un protonazi o un dictador enemigo de la democracia y las instituciones, y sus acusadores -los de aquellos años-, almas bautismales ofrecidas al altar de la República. Un disparate como luego veremos. Descargan sobre su figura males que eran de todos, pero que no se quieren ver. El asunto se agrava aún más, pues estos noveles autores que se hallan bajo el desagradable influjo del actual Gobierno se han almorzado sin degustar la idea de que el kirchnerismo es peronismo y en consecuencia un revival light de aquella dictadura. ¡De tal palo, tal astilla! Imaginan. Continuar leyendo

Justo y Perón

La Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, mediante un acuerdo entre el PRO y el FPV, ha tomado una buena decisión: levantar en la Plaza Agustín P. Justo un merecido monumento al general Perón quien fuera Presidente constitucional en tres oportunidades. La idea de por si atractiva es si se quiere novedosa, al unir en un espacio geográfico a dos ex Presidentes a quienes una historiografía con alto voltaje ideológico, por no decir mal intencionada, ubicó en las antípodas del pensamiento y la política. De la Legislatura parten voces que procuran modificar el nombre de la Plaza y sustituir el nombre por el de Perón atento a que Justo ha sido, afirman, el emblema de la Década Infame y el general de los trabajadores su contracara. Si así es la idea y el proyecto, repiten un grave error que se arrastra desde hace muchos años.

Perón ingresó a la política de la mano del general Sarobe, por lo tanto de Justo, como miembro del ala liberal del Ejército en la revolución del ‘30. Castigado por Uriburu, referente del nacionalismo extranjerizante, fue enviado al norte del país por su condición de justista. En tres cartas a Sarobe, hallables en su archivo personal, Perón revela su afinidad y simpatía por Justo. Al aproximarse las elecciones de 1932 le dice a su superior en una misiva fechada casualmente el 17 de octubre de 1931: Continuar leyendo

La estatización del pensamiento

Con motivo  del nombramiento del militante de Carta Abierta, Ricardo Forster, como Secretario de Estado para coordinar el Pensamiento Nacional, muchas voces se levantaron y el asunto aparece como muy opinado. El periodismo y la intelectualidad  han dejado correr páginas y declaraciones donde una de las preocupaciones centrales ha sido: ¿le corresponde al Estado llevar adelante dicha tarea?  Las respuestas fueron muy variadas y en general críticas.

Por mi parte me pregunto: ¿es saludable estatizar al pensamiento como se hizo con las AFJP, Repsol, Aerolíneas, Ciccone y demás yerbas? Estatizaciones acompañadas por un abanico social y político muy amplio de la sociedad argentina que creen ingenuamente que el avance del Estado siempre es necesario para la defensa de la Patria. Bueno… ¡ahora no se quejen! El gobierno nacional ha decidido estatizar el pensamiento para impedir que se diluya y se contamine por el neoliberalismo, que naturalmente ¡siempre es extranjerizante!

 

¿Qué es el pensamiento nacional?

La idea del Pensamiento Nacional surgió en la Argentina de la mano del nacionalismo, cuerpo doctrinario que hizo furor en el mundo inmediatamente después del Primera Guerra Mundial. En nuestro país  ingresó, gracias al libre fluir de las ideas, en la década del 20’y como hecho político, con el golpe de Estado del 30’, en la figura de Uriburu. Desplazado del poder, dos años después,  alcanzó la Presidencia el general Justo, un hombre que se reivindicaba liberal, pero que sin embargo debió implementar medidas intervencionistas porque la atmósfera mundial torcía la brújula hacia esos lares. El nacionalismo vernáculo, sin embargo, bautizó a esos tiempos como Década Infame casualmente por intentar Justo, al menos desde las ideas y los discursos, asociarse al liberalismo que en el mundo estaba de capa caída. El nacionalismo, entonces, ganó adeptos también en la Argentina; y sin lograr constituirse en partido político alcanzó algo mucho más trascendente, instalar la ideología nacionalista, nacida en Europa, como esencia y componente sustancial de nuestra cultura, mejor dicho, construir en el imaginario popular e intelectual la idea de  que nuestra cultura guarda en sus pliegues, componentes nacionalistas que provienen de un pasado remoto y arcádico. Confundiendo aviesamente cultura con ideología. Pues los nacionalistas no aceptan que su dogma es una construcción intelectual moderna, precisamente del siglo XX. El revisionismo histórico fue su más alta creación en el territorio del pensamiento argentino.

Así las cosas el nacionalismo permeó a la totalidad de los partidos políticos e impregnó con sus principios las décadas siguientes. Estatismo, intervencionismo, nacionalismo cultural fueron algunos de los valores que hicieron furor en la década del 60’ y el 70’.  Ganó al peronismo, a los radicales del programa de Avellaneda, a los Demócratas Progresistas de Lisandro de la Torre, a los conservadores, a los desarrollistas e incluso a ciertos socialistas.

Sin embargo el mundo del siglo XXI ha dado una vuelta de campana respecto de aquellos años. Huele a viejo esta ideología que ha perdido el encanto de la controversia para transformarse en una “cultura oficial”. Congelada en el pasado y en el poder.