El fracaso del progresismo

El trípode sobre el cual se asienta la inconcreta ideología progresista sostiene que el Estado es un justo distribuidor de la riqueza, garante de la equidad social y promotor del desarrollo económico. Resabio de la cultura decimonónica alemana que afirmaba que cuando un órgano del Estado ejecuta un acto de servicio, ese acto es necesariamente bueno. Así las cosas el estrepitoso fracaso del progresismo en la Argentina se asoma a la vista de todos aunque todos, aún, no lo perciban.

Seguridad, educación, salud y justicia conforman las cuatro obligaciones indelegables de todo Estado que se precie de estar al servicio de su pueblo. En esto hay una absoluta coincidencia entre los distintos cuerpos de doctrina, incluido el liberalismo moderno. Pero cuando uno observa a cada uno de estos rubros descubre que en los últimos doce años han retrocedido respecto de la calidad del servicio ofrecido anteriormente (educación, salud y justicia) y la inseguridad ha escalado a niveles jamás vistos. Continuar leyendo

Los clichés educativos

Pedro Godoy es un notable pensador chileno, un  talentoso historiador y un agudo polemista. Es asimismo docente y un incisivo crítico del progresismo en cualquiera de sus expresiones terrenas: históricas, políticas, culturales y pedagógicas. Sorprendentemente, ha sido invitado al país en distintos momentos por un sector del kirchnerismo que no ha reparado que las ideas del profesor chileno nada tienen que ver con el mamarracho ideológico que nos gobierna.

Vía mail nos  enviamos lo que cada uno por su lado publica en distintos medios. A propósito de una nota mía en Infobae sobre  la situación educativa argentina y el fin de un ciclo, me dirigió una de su autoría  que  voy a transcribir, en sus aspectos centrales, y ampliarla, puesto que sus argumentos son tan abiertos que permiten agregados y adiciones. Su queja fundamental se dirige  hacia una forma de pensamiento enhebrado artificiosamente con frases hechas que han  construido una visión pedagógica causante de la actual crisis  a la que Godoy denomina el  “bla bla magisterial”. He aquí algunas de estas ideas fuerza:

“Los exámenes hay que abolirlos porque trauman. Los uniformes son camisas de fuerza en consecuencia, libertad en la indumentaria. La motivación es la matriz del aprendizaje. Todo alumno puede aprender. La clave es la estrategia usada por quien enseña. Memorizar es retro. La escala de notas fluye del rendimiento del curso. Autodisciplina es democracia. Disciplina, fascismo. Hay que mediar en vez de sancionar. El docente es sólo un facilitador. Tatuajes, aros, moños, porro… son expresiones de la identidad juvenil y, como tal, tolerables. La clase debe ser entretenida. Muchos rojos: falla del educador. El conductismo pasó de moda, hoy se impone el constructivismo. Estas consignas, como fondo, tienen un coro: Aprender a aprender”. Hasta aquí Godoy.

Sin necesidad de compartir al pie de la letra su visión pedagógica podríamos decir que lo que ocurre en Chile es similar a lo que pasa en la Argentina y el resto de los países iberoamericanos ganados para una pedagogía de izquierda soluble.

A los conceptos vertidos por Godoy podríamos agregar otros, propios del coleto progresista vernáculo como por ejemplo: urge desincentivar la competencia escolar  pues este es un principio cruel del modelo capitalista que abruma la autoestima de los más flojos.  No hay que premiar a los mejores pues esto es un mecanismo que atenta contra  la igualdad, valor fundamental del modelo educativo progre ignorando, esta corriente ideológica,  que un alumno es diferente al otro y en esta desigualdad descansa la naturaleza humana. La educación debe ser para la libertad y no para igualar, principio del iluminismo que asumió un siglo después el pensamiento de izquierda.

¿Qué evalúa un progre? El proceso  de aprendizaje mediante la observación profesional docente, jamás por  una prueba que recoja los conocimientos adquiridos en un momento dado. Las evaluaciones  deben ser segmentadas por sectores sociales, puesto que los pobres no disponen del mismo bagaje cultural que los sectores acomodados, consolidando de esta forma, la fragmentación social,  desde los saberes. Un alumno es sujeto de derechos, dice esta corriente, y no se entiende por qué es un sujeto cuando se trata de un alumno y por qué no se habla de las obligaciones y los deberes. Los derechos remiten al individuo los deberes al bien común.

Finaliza su artículo Godoy con una frase que, en este caso, comparto integralmente. “Los slogans enumerado permiten exhibir cáscara de modernos y lapidar a quienes se oponen como megaterios. Desde mis estudios, experiencias y sentido común tales frases clichés son rieles que precipitan el sistema a la catástrofe y  sogas que ahorcan a los mismos educadores.”

Pedagogía de los peores

La educación argentina está en crisis. Cae sobre ella la sospecha fundada de que en sus claustros reina la ley del menor esfuerzo, que los docentes hacen lo que pueden y que los alumnos no estudian como antes. Así las cosas, la escuela antigua aparece como la Arcadia perdida a la que hay que volver en beneficio de nuestros hijos. Por estas y otras razones que van en la misma dirección no se entiende la reforma de la escuela primaria promovida por la Provincia de Buenos Aires.  Propuesta impolítica ¡si las hay!, incomprensible a la luz del  ánimo de los argentinos, sensibilizados por la decadencia educativa. Retirar los aplazos del boletín de calificaciones porque estigmatiza y no estimula es como prohibir en el deporte escolar la palabra derrota. Los que ganaron ¡ganaron! Los que perdieron…es un contratiempo. ¡Un disparate!

Al forzar los términos creando neologismos como una suerte de bálsamo espiritual para no herir susceptibilidades, caemos en la zoncera de construir palabras que hablan de lo que no queremos decir, de ideas que no revelan lo que  pensamos, para finalmente desvirtuar la realidad. Continuar leyendo

Una nueva gestión escolar

Manuel Gálvez, uno de los mejores novelistas históricos de la Argentina, cuenta en uno de sus libros una graciosa anécdota acerca de los males de la educación centralizada. Resulta que siendo inspector de enseñanza secundaria conversaba cierta vez con su colega, Larsen del Castaño quien, entre risueño y sorprendido, le decía que en la época que se estudiaba griego llegó al Colegio Nacional de una pequeña capital de provincia. “Como dominaba el idioma de Homero decidí asistir a esa clase. Mi asombro llegó al infinito cuando un alumno comenzó a recitar la lección. ¿Qué estará enseñando el profesor? me preguntaba un tanto descolocado sin abrir los ojos para no humillarle. Pero acabada la clase lo mandé llamar.

El hombre que se acercaba encogido, al hallarse frente a quien con media palabra podía hacerle echar a la calle, dijo:
-Discúlpeme señor inspector. Soy padre de familia, con doce hijos. Pedí una cátedra y me dieron la de griego. Le ruego por mis criaturas…
-Bien, lo haré trasladar. ¿Pero que enseña usted como griego?
-Quichua, señor”.

Esta anécdota, tan graciosa como criolla, revela el dislate de aquel modelo educativo concentrado en Buenos Aires e impuesto a rajatabla por la Ley Lainez de 1905. La gestión escolar centralizada en Buenos Aires permaneció así hasta la década del 90. Por esos años el mundo, y la Argentina no fue ajena a ese movimiento, vivió un proceso general de descentralización, desregulación, privatización y avance de las libertades jamás pensado. De modo que una profunda reforma en la gestión escolar fue el corolario de aquella ola mundial. Aunque, es justo decirlo, el Congreso Pedagógico Nacional celebrado bajo la presidencia del doctor Alfonsín había avanzado en propuestas similares como el federalismo, la regionalización, la provincialización y la desconcentración. El gobierno del doctor Menem no hizo otra cosa que implementar las reformas propuestas por el Congreso Pedagógico y la dirección internacional de los hechos.

Ocurrida la descentralización sobre las provincias, sus Ministerios de Educación se apoderaron de la gestión concentrándola sobre sí mismos sin facilitar un proceso de delegación de poder sobre las escuelas que era la dirección natural de los hechos. Cuando todo estaba dado para profundizar el camino, avanzar en la autonomía y descargar responsabilidad y poder en la comunidad tanto educativa como familiar, el establishment educativo provincial se apoderó de la situación en complicidad con los gremios. Concentró todo en los ministerios provinciales torciendo el sentido de la reforma. Es bueno advertir que el espíritu democrático propio de los tiempos que se viven no admite centralizaciones extremas. Los totalitarismos rechazan la autonomía y la autogestión porque en ellas se verifica la participación de la gente. Ya, en la década kirchnerista, el centralismo aumentó su voltaje.

Los CENS, una valiosa experiencia abortada 

La educación del adulto comenzó en el país en 1968 con la creación de la Dirección Nacional de Educación de Adultos (DINEA) que con el tiempo desarrolló centros educativos a lo largo y ancho del país. Si bien era una Dirección en el marco del Ministerio Nacional de Educación, las unidades académicas funcionaban bajo una gestión descentralizada y en acuerdos con la sociedad civil por medio de convenios con sindicatos, empresas y la Iglesia. El Estado cedía poder a la comunidad y a las entidades conveniantes quienes ofrecían espacio físico para la escuela, proponían al Director del Cens, elevando una terna a la DINEA quién elegía uno de ella. Los docentes eran seleccionados por el Director en acuerdo con la entidad conveniante y con el proyecto educativo de la escuela, evitando de esta forma las Juntas de Clasificación que como ente ajeno a la escuela decidía y decide por medio de concursos o actos públicos que docente trabaja y quién no. El salario lo abonaba el Estado pero la liquidación, deduciendo ausencias y llegadas tardes las efectivizaba el Director. Aquellos viejos CENS, destruidos en su espíritu por la burocracia educativa estatal y los gremios, eran un espacio dónde la participación, la valoración de la individualidad y el sentirse artífice de un proyecto compartido por una comunidad escolar, conformaba la esencia de la filosofía pedagógica.

De no haber sido destruida la gestión descentralizada de los CENS, se podría haber partido desde esa experiencia hacia formas novedosas de autogestión que puede ser una solución para elevar la calidad educativa, al conformar unidades académicas homogéneas, solidarias con el proyecto e identificadas con la filosofía escolar y que deposita en la comunidad el poder real del proceso educativo. Estas escuelas que se han desarrollado en distintos países del mundo con el objeto de mejorar la enseñanza es una experiencia que nos debemos. Debería ser una oferta educativa más, optativa y decidida en el marco de la más plena libertad ejercida por la comunidad docente y familiar.

La novedad es que nadie hace nada

Que las cosas no están bien en el país es algo que se percibe cotidianamente. Se podría decir que la vida de los argentinos no está al tope del ranking de la felicidad. Ciertamente hay males presentes, generados por la actual administración kirchnerista, y males que vienen de  larga  data.  Entre los primeros, la inflación, la escandalosa importación de gas y combustible, el aislamiento respecto del mundo, el fracaso del Mercosur, la fractura social, la sobrecarga impositiva, la inseguridad, la violencia cotidiana, etc, etc, etc.

Los de larga data se remontan a un pasado no tan lejano. En el caso educativo se visibiliza a partir de la década del 80’ y, desde este tiempo hasta ahora, la situación ha empeorado. Ciertamente la escolaridad ha crecido cuantitativamente, y eso es muy bueno. Pero tiene un flanco débil,  la masividad conlleva la pérdida de la calidad educativa, a la que hasta ahora no se le ha  encontrado remedio.

Pero lo más gravoso es que se observa un retroceso de la jerarquía que la escuela y los docentes portaban, hasta no hace tantos años.

La pérdida de autoridad de las instituciones escolares es resultado, entre otras cosas, de la pérdida de autoridad del docente. Tan grave es esta situación que nadie, en una institución escolar ni en las líneas educativas de conducción ministerial, se atreve a tomar decisiones que impliquen medidas correctivas que pongan en juego la continuidad escolar de alumnos, francamente revoltosos o con graves problemas de socialización.

Los alumnos deben permanecer en las escuelas “sea como sea”; ¡ése es el mandato!

Observar las imágenes filmadas por un grupo de inadaptados, castigando sin ton ni son a un compañero con retraso madurativo, esto es, un minusválido, hiela la sangre, y lo peor quizás no sea eso. Lo dramático, lo incomprensible, es que los adultos responsables de la educación no hayan tomado medidas drásticas contra estas conductas antisociales. La parálisis de autoridad es claramente verificable cuando el funcionario pertinente  anuncia que la inconducta social de los jóvenes se tratará en talleres, reuniones, con presencia de  sicólogos, sico-pedagogos, orientadores.

En fin, concluye, lo analizaremos entre todos.

Es decir, no se hará nada.

Lo que uno se pregunta es de qué se va hablar con jóvenes de 15 ó 16, años que tienen derecho al voto, y que sin embargo atropellan brutalmente a un compañero en inferioridad de condiciones. Lo hecho, hecho está. Deberán disculparse y luego marcharse.

Lo peor es que los adultos responsables de educar piensan que ese salvajismo debe ser conversable. Llegado a ese punto, los violentos deben irse de la escuela, como fue siempre. Cuando había autoridad. ¿A otra escuela? ¡Sí! O… a otro turno. Pero ¡deben irse! Deben saber que en sociedad hay conductas que traen consecuencias.

Por otro lado, los docentes y directivos ¿no perciben ese clima de agresión en las aulas antes de que lo irracional estalle? Para, de ese modo, mediar y remediar conflictos futuros.

La violencia en la escuela siempre existió. Desde Juvenilia con el bullying de porteños contra provincianos. O el bullying del quinto año de la Escuela de Concepción del Uruguay contra el Presidente Sarmiento, cuando la visitó en 1870, según lo contara años después uno de esos estudiantes, el periodista y escritor Fray Mocho, hasta el bullying que narrara don Arturo Jauretche en sus memorias, cuando salía a relucir algún cuchillito en la primaria y las maestras se asustaban. Y los miles de ejemplos en cuentos y películas. Lo que cambió no es la “novedad” de la violencia sino la novedad de que nadie hace nada. Las autoridades están borradas. ¡Eso es lo que  ha cambiado!

Alguien debiera hacerse responsable, (ideología, cultura, corrientes sicológicas) de que la autoridad tenga mala prensa. De que la responsabilidad no cotice y que los deberes valgan menos que los derechos.

Estas ausencias han llevado a que la Legislatura Nacional se pronuncie frente a estos problemas de las aulas. Algo que debiera haber sido resuelto en niveles más bajos, si la autoridad no se hubiera perdido.

Frente a la inacción generalizada y al paso que vamos, la misma  Legislatura  debiera  discutir ya, una ley que obligue a los padres a que sus hijos se bañen.

Educación y pobreza

Cuando leí el artículo que Iván Petrella, director académico de la Fundación Pensar, publicó en el diario La Nación, el 2 de agosto de 2013, se disparó en mi memoria histórica algunos hechos que deseo compartir con mis lectores y, también, con el joven pensador.

En su relato acerca de la necesidad de dejar de lado los debates ideológicos, que en nada contribuyen a la hora de las realizaciones, pone como ejemplos de la ineficacia de los ideologismos, dos obras implementadas por distintos gobiernos: una por el alcalde de Medellín y la otra, un emprendimiento educativo en el Harlem.

Por la primera se embellecen barrios pobres, que el autor observa como política de izquierda y al mismo tiempo se refuerza la seguridad que atribuye a espíritus de derecha. En síntesis un político resuelto a solucionar los problemas de la pobreza no duda en tomar las medidas que sean necesarias para hacerlo. Fin.

En el caso de las escuelas del Harlem se trata de una modalidad de intervención escolar sobre familias desamparadas hasta el punto de llegar a sustituirlas cuando el abandono es total, modificando sus costumbres y sus prácticas. Algo que el progresismo no aplaudiría, según nos dice Petrella.

Más allá de estas observaciones, acerca del juego de las ideologías, aspecto sobre el cual no voy a opinar, el artículo me invita a traer al presente viejas prácticas educativas que hemos dejado en el  olvido. De manera de ser nosotros y nuestra historia  los inspiradores de urgentes reformas que nos debemos.

La Ciudad Infantil

En el mes de julio de 1949 el gobierno de Perón inauguraba en el barrio de Belgrano, Echeverría y Dragones,  un complejo escolar denominado Ciudad Infantil. Dos hectáreas dedicadas a la educación de los niños. En una de ellas, el edificio central donde se hallaban los dormitorios, las aulas, los salones de juego, de espectáculos, gimnasios, cancha de básquet, biblioteca y todas las dependencias necesarias y pertinentes a un hogar-escuela. Que de esto se trataba.

Los pasillos que conducían y comunicaban estaban pintados y decorados con colores suaves y dibujos expresivos, con representaciones de Blanca Nieves o Caperucita Roja. En torno al edificio principal se extendía la Ciudad Infantil, propiamente dicha, una verdadera planta urbana de juguetería, realizada a escala reducida, en proporciones adecuadas a los niños y con proyecciones a un mundo imaginario. Un mercado, un Banco, un bar, un mundo fantástico. ¡Un cuento de hadas! O para decirlo  con palabras del General Perón: “La Ciudad Infantil hará posible que nuestros niños pobres vivan como no vivieron antes los niños ricos de esta Patria de la abundancia”.

En esta ciudad se atendía niños de dos a siete años. Pero todo el ciclo que continuaba en otros hogares-escuela iba hasta los diecisiete. Tenían que ser niños pobres, preferentemente  huérfanos o que no podían ser atendidos por sus  padres. Había externos e internos. Los internos dormían separados por sexo en dormitorios espaciosos proveyéndoseles la ropa de cama. Los dormis, primorosos, debían ser cuidados por ellos mismos como poderoso motivo de educación. Eran visitados semanalmente por médicos y odontólogos.

En fin, una educación  integral. La caída de Perón se llevó por delante estas instituciones. Quizás un orgullo que no debimos haber perdido.

La educación que nos debemos

La obra de aquel gobierno ya no es patrimonio del peronismo. Ni sus valores, ni sus principios. Hoy son de todos los argentinos. La justicia social ya no se discute. Es un derecho adquirido. Sin embargo ha quedado en el olvido aquello de que los únicos privilegiados son los niños.

Hay que recuperar lo destruido. Hoy, los problemas de la niñez y la juventud son más graves que en aquellos años. Sin embargo nada se ha hecho. La droga, la violencia y la delincuencia asota a niños y jóvenes.

Es imperdonable que en la “década ganada” los niños hayan perdido. Con menos de lo que se ha ido en subsidios y corrupción se hubieran podido levantar estas experiencias educativas a lo largo y ancho de nuestro país. Nada, absolutamente nada puede disculpar la desidia de funcionarios que arrogándose ser la expresión de  mayorías populares han dejado en la calle a cientos de miles de niños a merced del vicio y de la muerte.

La Argentina que viene deberá saldar esta deuda.

Una nueva reinvención del peronismo

Tiene razón Darío Giustozzi, intendente de Almirante Brown y segundo en la lista encabezada por Sergio Massa, del Frente Renovador, cuando afirma “no hay fin de ciclo, hay fin de mandato”, lo que es todo una declaración  político-ideológica de su parte y una sabia mirada al conjunto de los políticos con posibilidades reales de poder. Pues nadie cuestiona los pilares fundantes del modelo.

Aunque también es cierto que al presentar, Massa y él, una lista distinta y recortada del Frente para la Victoria, el camino que inician estos ex kirchneristas consiste en apartarse  del tronco que les dio origen. Y las consecuencias políticas de esta fractura cobran una dinámica y una velocidad que sus autores no podrán manejar, al menos en su totalidad. El clima social será decisivo a la hora de precisar un discurso, un programa, el tono y los sonidos.

Por otro lado es un buen punto de partida la fractura con el Frente para la Victoria. Eso explica mucho más que cualquier análisis meduloso e intencionado.

La reacción del gobierno no se ha hecho esperar y los ataques han comenzado, pues Mazza, Giustozzi y otros intendentes, antiguos  amigos del gobierno nacional, vienen a confirmar el viejo dicho popular de que no hay “peor astilla que la del mismo palo”.

Una oposición novedosa

La novedad política del Frente Renovador, lo que le da potestad y fuerza, es el carácter territorial de la feliz experiencia. Esta creación política bonaerense reviste  una impronta y un sesgo que ningún opositor al gobierno ha logrado en la provincia. Esto es, una fuerza con base territorial en las intendencias, similar a la que tiene el Frente para la Victoria.  No se trata de  políticos que, con una inmensa fortuna, compran, alquilan, publicitan y “desde afuera” procuran captar voluntades y luego “si te he visto no me acuerdo”. Ellos se quedarán y serán dueños de su triunfo o su derrota.

Es una fuerza que  gobierna municipios, que se opone a otra, que también gobierna municipios, la provincia y la nación. Es un choque en el mismo andarivel.

Por lo tanto la discusión seguramente se dará sobre políticas concretas y no sobre ideas abstractas. Seguridad, educación, salud, servicios y la manera de gestionar más eficientemente en cada uno de estos tópicos. Allí va a estar, supongo, el núcleo del debate.

La permanencia  de Daniel Scioli al lado del gobierno nacional lo facilita, pues si se hubiera aliado a Massa la discusión política tendería a ser sólo con la presidente, cosa que le haría perder energía controversial a algunos intendentes más cercanos al kirchnerismo. Ahora, los alcaldes del Frente Renovador, al quedar liberados de la alianza con Scioli, podrán enfocar sus críticas, sin complejos, a la gobernación. Que es el objetivo central del Frente Renovador.

Gente enojada

Con la irrupción del Frente Renovador hay mucha gente molesta. Políticos, opinólogos y periodistas, entre otros. Cada uno tendrá sus razones, seguramente atendibles. Pero voy, en este caso, a abordar el enojo de aquellos que observan maliciosamente el carácter camaleónico del peronismo. Que se reinventa, sin remordimientos, ni autocrítica. Que le da lo mismo los 90’ que los 2000.

Como primera aproximación diría que luego de la caída del Muro de Berlín y el ocaso del comunismo se acabó la Guerra Fría y con ella la etapa de las ideologías fuertes. Se acabó también la “revolución”. El debate moderno es conducir la evolución. Y eso se hace en el marco de instituciones respetadas por todos y de horizontes previsibles al conjunto.

Antes de estos acontecimientos  había sucumbido otro cuerpo doctrinario fuerte como fue el nacionalismo. En el bunker de Berlín y en Hiroshima le dijeron adiós a la historia, al menos hasta nuevo aviso.

Desaparecido del horizonte político dos cuerpos doctrinarios fuertes, la realidad convoca a otras sustancias. Estamos en esos tiempos.

Por otro lado no se le puede exigir a los políticos lo que sí le debiera pedir a los intelectuales y filósofos y aún no han encontrado.

Si el peronismo ha sido capaz de dar diferentes respuestas en distintos tiempos, a lo mejor lo que pasa es que no existe más el peronismo. Al menos como históricamente se lo ha conocido. Sin embargo lo que perdura del justicialismo histórico, lo que se conserva en su horizonte cultural, es su vocación por los humildes y su opción preferencial  por el movimiento obrero y sus dirigentes.

Cuando Roberto Lavagna sonaba como candidato peronista para acompañar a Mauricio Macri, estaba todo bien si iba solo. Cuando se sacó la foto en Córdoba y allí estaba Hugo Moyano,  las cosas cambiaron. Del radicalismo conocemos su escasa voluntad de mezclarse con la dirigencia gremial. El denominado peronismo disidente que por multitud de razones enfrentó al kirchnerismo jamás lo hizo con el movimiento obrero que acompañaba al gobierno. Quizás esto sea lo que aun perdura del peronismo. ¡Y no es poca cosa!