La crisis de los partidos políticos

Últimamente se lee o escucha que el peronismo sirve tanto para un barrido como para un fregado. Esto es, que como el camaleón “cambia de colores según la ocasión”. Se afirma que, en su afán de perpetuarse en el control de los cargos, sigue a pie juntillas las directivas de quien manda, que siempre es, al menos en los últimos tiempos, el que detenta el poder central. Esta “obsecuencia” lleva a pensar que se trata de un partido de Estado que responde ciegamente a las autoridades constituidas legalmente.

Se citan infinidad de ejemplos: es el partido que levantó la mano para privatizar y algunos años después las levantó para estatizar. ¡Como si fuera lo mismo! Es el partido que sostuvo la integración al mundo, el ingreso al Grupo de los 20, el paraguas con Inglaterra por el asunto de Malvinas y años después despotricó contra las potencias hegemónicas, las relaciones carnales y estableció una alianza estratégica con Venezuela y Cuba en contra de los EEUU como se vio en Mar del Plata en el 2005. ¡Cómo si todo fuera lo mismo! Es el partido que apoyó la desregulación de la economía y años después regula a tambor batiente. ¡Cómo si fuera lo mismo!

Es el partido de apertura al mundo que fomenta la participación de los sectores económicos, dinámicos y competitivos, en el mercado mundial y años después se cierra a “vivir con lo nuestro” al grito de “Patria sí, colonia no”. Cualquier individuo bien pensante, rápidamente, comprende que se trata de valores muy diferentes. Diría, opuestos. Imposible que estén al mismo tiempo en la misma cabeza y para abordar los mismos problemas. Esta ambigüedad, cierta intelectualidad más sofisticada, la comprende bajo el criterio de que la realidad mundial que le tocó al peronismo, a la caída del Muro de Berlín, no es la misma que la que tuvo que administrar a partir del 2001. Por lo tanto en un tiempo se privatiza y en el otro se estatiza. En uno se desregula y en otro se regula. En uno se está con el mundo capitalista desarrollado y en otro con el “socialismo del siglo XXI. ¡Así de sencillo! Veamos este último asunto.

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El revisionismo histórico se saca chispas

Que los cenáculos culturales afines al kirchnerismo son una secta es tan sólo una verdad de Perogrullo. Galasso le dice no al Instituto Dorrego, porque ve en alguno de sus componentes cierta inclinación nacionalista, rosista-uriburista, y O’Donell, despechado, descalifica luego a Galasso por tener un esquema de análisis marxista. Estos desencuentros entre kirchneristas son raros, máxime cuando vemos que en la inauguración del Congreso del Instituto Dorrego, tres de los que estaban sentados a la mesa son marxistas. Y no lo digo con espíritu macarthista, sino sencillamente porque no se entienden estas descalificaciones mutuas entre bueyes sin cornamentas. Si así son entre ellos, ¡cómo serán con los de afuera!  Extremadamente ásperos y descalificatorios. De cada idea hacen un asunto de vida o muerte. Patriota o cipayo. Bueno o malo. Negro o blanco.

El origen de las discordias

Con la irrupción, al finalizar la primera guerra mundial, de la revolución soviética y de los distintos nacionalismos en boga en Europa, se extendió la creencia, pronto asumida masivamente, de que las instituciones liberales ya nada tenían para ofrecer. A derecha e izquierda creció la idea de revolución como única posibilidad de cambio. La llegada a nuestras playas de la nueva atmósfera mundial ganó adeptos y la crisis del 30 cerró un ciclo. Sin embargo la idea de dependencia o imperialismo, que hoy reactualiza el kirchnerismo cultural a través del Instituto Dorrego, no fue originaria de nuestro país. Habían contribuido a su desarrollo, por un lado el pensamiento de Lenin, quien en su líbelo “El imperialismo, etapa superior del capitalismo” actualizó el marxismo de cara al siglo XX. Y por el otro, el auge de los nacionalismos alemán, italiano y japonés que profesaban el mismo discurso contra Gran Bretaña y los EEUU, en su condición de naciones liberales. Samir Amin, Franz Fanon, Edward Said, Noam Chomsky y Paulo Freire, entre otros, abrazaron la doctrina del imperialismo y la dependencia cultural. En nuestro país, Raúl Scalabrini Ortiz en el prólogo a su libro Historia de los ferrocarriles argentinos, copió textualmente y sin citar párrafos del libro de Lenin.

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