Entendiendo la Revolución de Mayo

No pensaba escribir sobre la  Revolución de Mayo pues daba por hecho que era un tema agotado y saldado en la historia de nuestro país. Sin embargo, al oír los discursos oficiales, leer lo que se ha escrito y escuchar las exposiciones docentes en los acto escolares no tengo otro camino que salir al encuentro de lo que considero son apreciaciones erróneas y apresuradas de nuestro pasado.

En primer orden, no hay ninguna posibilidad de extrapolación de aquella época con la nuestra. Por más que se fuercen los acontecimientos y la personalidad de algunos de sus hombres es imposible algún paralelo con la contemporaneidad. Moreno, Belgrano o Saavedra, por caso, solo pueden ser entendidos a la luz de aquellos años y no de los nuestros y menos traerlos para justificar o criticar el presente. Dicho esto pasemos a la historia.

La Revolución de Mayo no debe ser comprendida como un movimiento de ruptura con España. Todo por el contrario. Invadida por Napoleón  al producirse el golpe de Estado de Fernando VII contra su padre Carlos IV e instaurado el hermano  de Napoleón  como Rey, por decisión del Emperador, se sucedieron una serie de levantamientos populares contra el francés, alcanzando su punto más alto en las jornadas  del 2 de mayo de 1808 en Madrid cuando el pueblo insurreccionado contra el invasor fue brutalmente reprimido por las fuerzas francesas. A partir de ese momento España, sin autoridades constituidas según la tradición monárquica, ingresó en un terreno de convulsión social y política que se trasladó del mismo modo a América. Si ya no había Rey y la estructura monárquica había desaparecido, las autoridades americanas por aquellos nombrados habían caducado.

Si a esto le adicionamos que el pueblo español combatía al invasor con nuevos referentes  y novedosas formaciones políticas como fueron la Juntas Populares, como la de Galicia, Murcia o Córdoba, por caso, los Virreyes de América y autoridades emparentadas no podían ni debían continuar en su cargo. Así lo entendieron los distintos Cabildos de América que en nombre del pueblo tomaron el toro por las astas promoviendo la formación de Juntas como en España, para acompañar la lucha popular española. No para romper vínculos, sino para estrecharlos.

Aquella lucha del pueblo español se hacía bajo el influjo de las ideas liberales triunfantes en el mundo desde la Revolución Francesa. Juan Bautista Alberdi aseguraba sobre los hechos de Mayo: “La Revolución Argentina es un detalle de la Revolución de América, como esta es un detalle de la de España; como esta es un detalle de la Revolución Francesa y europea.” En síntesis la España insurreccionada contra Francia lo hacía en los términos ideológicos de esta última nación: el liberalismo revolucionario. Contradictoriamente, el pueblo español hacía suyo el ideario francés, españolizándolo. Las ideas liberales de los hombres de Mayo les vinieron de España. Por lo tanto es un proceso de adecuación americana a la realidad peninsular. Desde América acompañamos aquella revolución liberal y popular.

La democracia occidental, nuevamente bajo ataque

Escribía Anatole France  en 1919: “Los pueblos gobernados por sus hombres de acción y sus jefes militares derrotan a los pueblos gobernados por sus abogados y profesores. La democracia es el mal, la democracia es la muerte. Hay un solo modo de mejorar la democracia, destruirla.

Por su parte Oswald Spengler afirmaba: “La política, la sangre y la tradición deben levantarse para destruir el intelecto y la abstracción y sus consecuencias la razón y la democracia. El sentido de la política es claro, revertir este estado de caos y decadencia, de elecciones sin sentido, partidos superfluos y egoístas, parlamentos paralizados”.

Un liberal de pura cepa como Raymond Aron dudaba acerca de los valores de la democracia y por aquellos años meditaba: “Lo que nos sorprendía a todos  -y con razón-  era el contraste entre la parálisis de los regímenes democráticos y el resurgimiento espectacular de la Alemania de Hitler y los índices de crecimiento de la Unión Soviética. ¿Qué gobierno podía salir de la competencia entre partidos que se perdían entre intrigas parlamentarias. En algunos momentos llegué a pensar, quizás hasta decir en voz alta: si para salvar a Francia hace falta un régimen autoritario que así sea”.

En nuestro país la intelectualidad no le iba a la zaga, Ignacio Anzoátegui escribía: “El voto secreto es el voto cantado a bocca Chiesa. Pero la contención tiene un límite, tras el cual estalla el griterío de las revoluciones. Porque el pueblo no quiere que se lo encierre en el meadero del cuarto oscuro; quiere cantar su voto por las calles y los caminos. Quiere gritar ¡Viva! Y ¡Muera! Porque eso es tener conciencia de Patria, inexplicada conciencia de Patria, que es lo que en definitiva vale.”

Hasta aquí algunas ideas que fueron el reflejo  de la crisis que sacudió al mundo entre las dos guerras mundiales, el surgimiento de la revolución soviética y el nazismo. La intelectualidad puso en duda los valores de la democracia y los pueblos, al retorno de la guerra, se llevaron por delante las instituciones y los valores democráticos. 

Ciertamente, como asegura Arturo Perez-Reverte, Occidente dio cuenta de sus errores y derrotó los dos grandes males del siglo XX: el marxismo y el nacionalismo, ideologías nacidas de la cultura occidental, y las ideas liberales, republicanas y democráticas volvieron a florecer tras la caída del Muro de Berlín. El fracaso de los dos grandes cuerpos de doctrina del siglo XX dejó en pie al liberalismo, que los derrotados denominan peyorativamente neoliberalismo. Luego de treinta años de esta experiencia las cosas  no están bien y nuevamente nos hallamos en guerra, dice el escritor español.

Una nueva crisis de valores

La caída del comunismo llevó al capitalismo a abrazar a la totalidad del globo. Este capitalismo tardío benefició a Oriente sumergiendo en una profunda crisis al viejo continente. Los inmigrantes que marcharon a Europa, desde las colonias independizadas en búsqueda de un futuro mejor, encuentran ahora a sus hijos y nietos atrapados en una economía que no crece, siendo cultivo de un malestar que generó, entre otras cosas,  los graves disturbios del 2005 en París y 2011 en Tottenham. En el caso de Francia, con miles de autos quemados y la ciudad en vilo. En aquella oportunidad, Nicolas Sarkozy, Ministro del Interior, calificó a los jóvenes revoltosos de escorias. Al ser elegido Presidente, la fractura social de Francia se puso en evidencia. Aspecto que podría aclarar, sin justificar, las expresiones del terrorista Coulibaly, desaparecidas de la web,   que responsabilizaba a todos los franceses por elegir políticos de la manera que lo han hecho. La movilización del domingo 11 de enero tiende a construir puentes.

El nuevo  terrorismo globalizado hunde sus raíces en un islamismo extremo. Está dispuesto a acabar con la democracia como otros extremismos occidentales se lo propusieron. Los argentinos de esto sabemos algo. Pérez-Reverte en el artículo citado reproduce el texto de la pancarta de una militante islámica en Inglaterra: “Usaremos vuestra democracia para destruir vuestra democracia”. Por su lado, el líder de Boko Haran  afirma: “Un hombre no puede ser musulmán sin rebelarse contra la democracia”. Estos ataques al liberalismo provienen desde afuera de Occidente, en su forma intelectual, pero crecen  en sectores sociales europeos marginados, en forma política.

¿Estos extremistas proponen un  modelo de sociedad como antes lo hicieron el marxismo o el nacionalismo, con sus planes quinquenales y dirigismo estatal? La única experiencia de gobierno de los nuevos extremistas se ha dado en Afganistán cuando los talibanes se apoderaron de ese país. La excelente novela “Cometas en el Cielo” de Khaled Hosseini  es un desgarrante relato de una sociedad sometida a la barbarie por estos personajes vomitados por el paleolítico y padecidos por los afganos como una horrible pesadilla. Rigidez moral, sometimiento de la sociedad a sus valores y un antimperialismo caníbal cercano a los argumentos de Franz Fanon en su libro: “Los condenados de la tierra.”  

Finalmente, el fundamentalismo no es solo patrimonio del terrorismo globalizado. También lo ejecuta el liberalismo en su forma extrema al pretender forzar por las guerras la universalización de la democracia.