Educación, la cara moderna de la justicia social

Por estos días se  debate en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires la creación de un Instituto de calidad y equidad educativa, que en el marco del Ministerio de Educación, asuma la responsabilidad de diagramar acciones y políticas tendientes a mensurar los niveles académicos, los conocimientos y los saberes del conjunto del colectivo escolar. La propuesta impulsada por el Jefe de Gobierno avanza en la dirección de promover y hacer carne en la sociedad porteña la idea, generalizada en el mundo actual, que la educación de calidad es la cara moderna de la justicia social.  Una educación de calidad y para todos.

Claro que para lograrlo hay que saber dónde estamos parados y desde qué lugar partimos. El Instituto es, pues, una herramienta formidable que puede contribuir, con datos fidedignos, a estos conocimientos.

Sin embargo no es tarea fácil  introducir en el sistema educativo  reformas que alteren lo cotidiano y las prácticas habituales pues, como “un animal de costumbres”, el sistema se cierra y las novedades inquietan. Ciertamente los miedos no tienen sentido. Aunque el miedo no es zonzo, dado que muchas veces para movilizar la pesada carga burocrática de un sistema que se resiste al cambio es preciso que actúe una fuerza externa que active lo que la maquinaria  auto protege.

La oposición

Se podría decir que el conjunto de la oposición mira con recelo la propuesta del Gobierno. Aunque con matices y diferencias. Mientras la izquierda rechaza en bloque la idea, pues la calidad es un valor propio del modelo capitalista que desnaturaliza el proceso social de aprendizaje, al transformar en mercancía a la educación (sic), el Frente para la Victoria lo rechaza al asumir la representación parlamentaria de los gremios docentes que se han quedado sin escaños en la Legislatura. Por coincidencia ideológico-política la alianza del  F.P.V. y los gremios persigue un objetivo claro, infligirle una derrota al PRO y privar a Macri de una creación tan oportuna como el Instituto, perjudicando también al ciudadano porteño que observa inquieto el amesetamiento  de la educación capitalina.

El abanico de legisladores de UNEN es un rompecabezas. En principio acuerdan con la necesidad de una educación de calidad y en implementar políticas que avancen en esa dirección, divergiendo, sólo, en aspectos menores. Estos temas, técnico-pedagógicos, podrían ser acordados y consensuados fácilmente si el diablo de la política menuda no hubiera  metido la cola.

Es que UNEN no logra una postura unívoca. En asuntos de política nacional, Sanz y Carrió no piensan lo mismo que Pino o Binner respecto de las AFJP, la ley de prensa, Venezuela o Macri, por poner algunos ejemplos. Los unifica la lucha contra la corrupción pero no alcanza para ser gobierno o establecer acuerdos con fuerzas externas. UNEN nació en Capital para vencer al PRO, entonces cómo se conjuga esto con buscar a Macri en el escenario nacional. Apoyarse en Macri, para vencerlo es un contrasentido.

Este contrasentido atenaza a UNEN en la ciudad de Buenos Aires. Sus legisladores y sus jefes políticos deberán ser más precisos a la hora de aspirar a ser gobierno o para resolver problemas a los ciudadanos como es el caso del Instituto.

Educación y pobreza

Cuando leí el artículo que Iván Petrella, director académico de la Fundación Pensar, publicó en el diario La Nación, el 2 de agosto de 2013, se disparó en mi memoria histórica algunos hechos que deseo compartir con mis lectores y, también, con el joven pensador.

En su relato acerca de la necesidad de dejar de lado los debates ideológicos, que en nada contribuyen a la hora de las realizaciones, pone como ejemplos de la ineficacia de los ideologismos, dos obras implementadas por distintos gobiernos: una por el alcalde de Medellín y la otra, un emprendimiento educativo en el Harlem.

Por la primera se embellecen barrios pobres, que el autor observa como política de izquierda y al mismo tiempo se refuerza la seguridad que atribuye a espíritus de derecha. En síntesis un político resuelto a solucionar los problemas de la pobreza no duda en tomar las medidas que sean necesarias para hacerlo. Fin.

En el caso de las escuelas del Harlem se trata de una modalidad de intervención escolar sobre familias desamparadas hasta el punto de llegar a sustituirlas cuando el abandono es total, modificando sus costumbres y sus prácticas. Algo que el progresismo no aplaudiría, según nos dice Petrella.

Más allá de estas observaciones, acerca del juego de las ideologías, aspecto sobre el cual no voy a opinar, el artículo me invita a traer al presente viejas prácticas educativas que hemos dejado en el  olvido. De manera de ser nosotros y nuestra historia  los inspiradores de urgentes reformas que nos debemos.

La Ciudad Infantil

En el mes de julio de 1949 el gobierno de Perón inauguraba en el barrio de Belgrano, Echeverría y Dragones,  un complejo escolar denominado Ciudad Infantil. Dos hectáreas dedicadas a la educación de los niños. En una de ellas, el edificio central donde se hallaban los dormitorios, las aulas, los salones de juego, de espectáculos, gimnasios, cancha de básquet, biblioteca y todas las dependencias necesarias y pertinentes a un hogar-escuela. Que de esto se trataba.

Los pasillos que conducían y comunicaban estaban pintados y decorados con colores suaves y dibujos expresivos, con representaciones de Blanca Nieves o Caperucita Roja. En torno al edificio principal se extendía la Ciudad Infantil, propiamente dicha, una verdadera planta urbana de juguetería, realizada a escala reducida, en proporciones adecuadas a los niños y con proyecciones a un mundo imaginario. Un mercado, un Banco, un bar, un mundo fantástico. ¡Un cuento de hadas! O para decirlo  con palabras del General Perón: “La Ciudad Infantil hará posible que nuestros niños pobres vivan como no vivieron antes los niños ricos de esta Patria de la abundancia”.

En esta ciudad se atendía niños de dos a siete años. Pero todo el ciclo que continuaba en otros hogares-escuela iba hasta los diecisiete. Tenían que ser niños pobres, preferentemente  huérfanos o que no podían ser atendidos por sus  padres. Había externos e internos. Los internos dormían separados por sexo en dormitorios espaciosos proveyéndoseles la ropa de cama. Los dormis, primorosos, debían ser cuidados por ellos mismos como poderoso motivo de educación. Eran visitados semanalmente por médicos y odontólogos.

En fin, una educación  integral. La caída de Perón se llevó por delante estas instituciones. Quizás un orgullo que no debimos haber perdido.

La educación que nos debemos

La obra de aquel gobierno ya no es patrimonio del peronismo. Ni sus valores, ni sus principios. Hoy son de todos los argentinos. La justicia social ya no se discute. Es un derecho adquirido. Sin embargo ha quedado en el olvido aquello de que los únicos privilegiados son los niños.

Hay que recuperar lo destruido. Hoy, los problemas de la niñez y la juventud son más graves que en aquellos años. Sin embargo nada se ha hecho. La droga, la violencia y la delincuencia asota a niños y jóvenes.

Es imperdonable que en la “década ganada” los niños hayan perdido. Con menos de lo que se ha ido en subsidios y corrupción se hubieran podido levantar estas experiencias educativas a lo largo y ancho de nuestro país. Nada, absolutamente nada puede disculpar la desidia de funcionarios que arrogándose ser la expresión de  mayorías populares han dejado en la calle a cientos de miles de niños a merced del vicio y de la muerte.

La Argentina que viene deberá saldar esta deuda.