El monumento al general Perón

Finalmente, a partir del 8 de octubre de 2015 el general Juan Domingo Perón tendrá su monumento en la ciudad de Buenos Aires. La decisión de la legislatura porteña, con el apoyo del ingeniero Mauricio Macri, llena una ausencia inexplicable en un país con más de treinta años de democracia, buena parte de ellos gobernados por el peronismo.

Más allá de estas vicisitudes, es sano también que se ubique en la plaza Agustín Pedro Justo y conserve su nombre. Pues, en un primer momento se intentó borrarlo y rebautizar la plaza como Juan Perón. Los argumentos (públicos, en su oportunidad) se sustentaron en la añosa historiografía revisionista tan falaz como ligera que afirmaba que el golpe del 1943 y el peronismo venían a cerrar el malhadado ciclo de la década infame, con el coronel del pueblo como la contracara de Justo. Nada más absurdo e insincero, fundamentalmente cuando, sin ahondar mucho en archivos, uno descubre, con solo leer algo más, que Perón acompañó en toda esa década el proyecto político de Justo, general admirado y valorado por el joven capitán. Participó del golpe de 1930 acompañando al sector liberal, rodeado de militares como Bartolomé Descalzo y José María Sarobe; este último era un intelectual de largo aliento: liberal, hispanista, declarado defensor de la justicia social y la unidad iberoamericana. El 17 de octubre de 1931 Perón le dirigió una carta que consulté en casa del embajador Carlos Ortiz de Rosas que, casado con la hija de Sarobe, conservaba aún el archivo de su suegro. Vale la pena leer algunos párrafos de esta misiva redactada unos días antes de las elecciones de ese año y que llevaron a la Presidencia al general Justo. Escribía Perón: Continuar leyendo

Revisionismo y peronismo

La primera guerra mundial, la revolución bolchevique y la crisis del 30 trastornaron al mundo de tal forma que nada de lo que quedó en pie podía recordarnos ya al siglo XIX. De esta manera, violenta y abrupta se inició uno de los peores siglos de la historia de la humanidad: el siglo XX. Un tiempo de lucha salvaje e inhumana en el cual los hombres se destruyeron sin piedad por razones ideológicas, cuasi religiosas. El liberalismo, herencia de la revolución francesa y norteamericana, se retiró de la escena mundial abatido por la irrupción de dos grandes sistemas, que al parecer sustituían la sed de absoluto del hombre moderno, carente ya de referencia sobrehumana. De este modo el marxismo y el nacionalismo venían a llenar un vacío que la metafísica estudiaba desde los tiempos de Aristóteles.

Tanto uno como otro de estos cuerpos doctrinarios desvalorizaron las instituciones hijas del demo-liberalismo. La división de poderes, la república, la democracia y la participación popular institucionalizada fueron barridos de la vida política. A derecha e izquierda no se creía más en estos valores. Un célebre escritor francés de inclinación progresista, Anatole France, afirmaba: “los pueblos gobernados por sus hombres de acción y sus jefes militares derrotan a los pueblos gobernados por sus abogados y profesores. La democracia es el mal, la democracia es la muerte. Hay un solo modo de mejorar la democracia, destruirla”.

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