Navidad

Claudio Epelman

Quienes formamos parte del pueblo judío y sus conmemoraciones sabemos que cada una de estas posee una doble carga emotiva. Por un lado, una inmensa alegría y, por el otro, un dejo de tristeza y de dolor.

En Pésaj (Pascua judía), por ejemplo, festejamos la libertad que nos permitió salir de Egipto, pero sin dejar de recordar con dolor los tiempos de esclavitud. Incluso al momento de casarse, donde se festeja el amor y la unión, también se rompe una copa en recuerdo de la destrucción del templo de Jerusalén.

Siguiendo con esta lógica, reflexiono sobre lo acontecido durante este año y encuentro en esta Navidad ese gusto agridulce al que hice referencia anteriormente.

Este 2015 fue un año de profunda convivencia de la Iglesia Católica con los otros credos. El pasado 28 de octubre se conmemoraron 50 años de Nostra aetate, la declaración del Concilio Vaticano II que impulsó un cambio en la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas. Para esta fecha, el papa Francisco convocó por primera vez en la historia a una Audiencia General Interreligiosa, la cual colmó la plaza de San Pedro.

De esa instancia participó la Junta de Gobierno del Congreso Judío Mundial, conformada por unos 150 líderes de las comunidades judías de 60 países. Fue la segunda vez que un papa habló a los católicos acerca de cómo debe ser el vínculo con los judíos; la primera fue a instancias de Pablo VI, cuando se generó Nostra aetate.

Como contracara de esta convivencia que nos enorgullece, encontramos otros acontecimientos que no podemos obviar. Durante todo el año hemos sido testigos de terribles persecuciones y matanzas a cristianos por el sólo hecho de profesar su fe. El mundo volvió a ver imágenes atroces de asesinatos en masa, de familias dejando sus hogares con el riesgo de morir en el intento por escapar de los grupos fundamentalistas.

Hoy nos encontramos frente a dos caminos: el de la convivencia, que nos indica que podemos permanecer unidos —aun desde nuestras diferencias— y construir todos juntos una sociedad mejor para dejarles a nuestros hijos y, por otro lado, el camino de la autodestrucción.

Nuestro deseo es que el mundo elija el camino de la convivencia y todos los cristianos del mundo puedan pasar las fiestas en paz y en familia, también quienes son perseguidos y refugiados.

¡Feliz Navidad!