Estado, gobierno y sociedad

Constanza Mazzina

Estado y gobierno no son lo mismo. Pero en el imaginario colectivo se confunden y se funden. Siempre me ha parecido que se parecían a un edificio: el administrador de turno es el gobierno, el edificio es el estado. Los propietarios e inquilinos somos siempre lo mismo: espectadores. Su funcionamiento también es muy similar: los consorcistas no se interesan por las reuniones con el administrador hasta que hay que poner más plata porque se terminó. El administrador con caja llena puede hacer obras y responder a las demandas, cuando la plata se termina aumenta las expensas, no sabe gestionar sin dinero.

Durante gran parte de los años noventa, el estado retrocedió, dejando importantes espacios vacíos y tareas básicas sin cumplir, aquellas que le dan la razón de su existencia. En la última década fuimos testigos de un estado que regresó, fuerte, a ocupar un lugar prominente. Ese estado amplió sus funciones mucho más allá y sus oficinas se expandieron así como su personal. El estado, sin embargo, aquel que resuelve problemas, que resuelve la convivencia social, sigue ausente. Así como el retroceso noventista dio voz a un reclamo de más estado, el mega estado kirchnerista está generando su propia bestia: un súper estado incapaz de resolver los problemas más urgentes de la población está provocando un clamor social en su contra. El estado no fue capaz de controlar la situación de los trenes a los cuales subsidiaba millonariamente, pero tampoco fue capaz de actuar en la tragedia. Ni en la de Once, ni en las inundaciones de La Plata ni en tantas otras ocasiones: lo que quedó en evidencia fue una cáscara vacía, repleta de funcionarios cuya retórica no basta. Es cierto que esta elefantiasis estatal está plagada de problemas: funcionarios que no están preparados para la tarea que asumen, burocracias políticas, impericia e inoperancia. Esto es cuestión del gobierno, no del estado. O, volviendo a nuestra comparación inicial, así como demandamos del administrador una gestión eficiente de los recursos e intentamos tomar medidas precautorias, el mismo reclamo o demanda debiéramos hacer a cada gobierno.

Estado y gobierno no son lo mismo. Por eso es que, como sociedad, deberíamos darnos un debate profundo sobre qué estado queremos, de qué queremos que se ocupe y de qué no. Independientemente del gobierno de turno de cada circunstancia. A 30 años de democracia este es el debate que aún nos debemos. Cada gobierno le dio forma a su gusto al estado y se apoderó de él como un coto de caza. Después de cada ciclo político, la sociedad quedó vacía y, el estado, desmantelado. Ello generó una contramarcha en todo lo que se había hecho. Así, a marchas y contramarchas no hemos sabido avanzar, atrapados en un círculo vicioso. No nos hemos puesto de acuerdo. Este el gran acuerdo que la sociedad y la clase política deben hacer. Es el gran acuerdo que aún no hemos logrado.