Fábrica de miseria

Damián Bil

Según el Gobierno, en el período 2003-2013 la industria creció 6,8% anual y el empleo 5,4%. Además, se lograron récords en la producción y exportación de productos industriales. No obstante, hacia finales de 2013 la euforia se diluyó. Varios sectores mostraron dificultades, lo que se manifestó en suspensiones y despidos. A nivel sectorial, ya desde fines del año pasado se perciben dificultades en determinados sectores. Por ejemplo, la industria papelera decreció en 2013 en un 1,62% y la química un 2,9%. La molienda de trigo cayó un 18% en 2013, y la producción de harina un 13%.

Si bien durante la primera mitad de 2014 algunos sectores se recuperaron, en su conjunto la actividad industrial cayó entre 2,5 y 2,8% en relación al mismo período de 2013, según la UIA y el Indec. Los sectores que registraron mayores caídas fueron los de materiales de construcción y automotor. El primero se contrajo en un 11%. Por su parte, el caso de la industria automotriz es el que tomó mayor difusión. En ventas, hasta agosto de 2014 se patentó un 24% menos que en el mismo lapso de 2013. La producción y exportación cayeron en la misma proporción, mientras que la venta a concesionarios lo hizo en casi 35%.

En cuanto a las exportaciones industriales, la coyuntura presenta interrogantes acerca de su futuro: durante enero-agosto de 2014 las ventas externas de manufacturas de origen industrial (MOI) cayeron un 13%. El flujo se sostuvo por las de origen agropecuario (MOA) que aumentaron 9%. La situación no se manifestó en déficit debido a que cayeron las importaciones. Pero sí se reflejó en caída del superávit comercial, casi 10% menor que el del mismo período de 2013. En el contexto de la crisis y de los intentos desesperados por contener la salida de dólares, suma un dolor de cabeza más al gobierno.

Los empresarios atribuyen la crisis a las medidas políticas de principios de año, como la devaluación y el alza de las tasas de interés. No obstante, está dando cuenta de un fenómeno más profundo. No se trata de una crisis cambiaria, ni un problema relacionado con la negociación de la deuda y a las concesiones para lograr un acuerdo. Al contrario, por el estancamiento de las exportaciones agrarias y al encontrarse en crisis la industria, escasean las divisas. Por eso es necesario devaluar para bajar los salarios; mientras tanto, el Gobierno busca endeudarse para subsidiar a la industria ineficiente que se reproduce en el país.

 

El cuento de la buena pipa

La crisis refleja que nada nuevo se generó en estos años. La economía argentina redujo su tamaño relativo: en el mercado de las MOI, la Argentina apenas alcanzó el 0,26% en 2012, participación inferior a la del año 1997. Tampoco revirtió su retraso en términos de escala. Ejemplo de ello es la situación de la industria automotriz: una sola planta de Toyota en Tailandia o en Japón produce igual o más que todo el sector automotor argentino.

En cuanto a la matriz exportadora ocurre lo mismo. Las MOI son deficitarias, sobre todo en esta última década. El superávit comercial se sostiene por la exportación primaria y de las MOA. Entre los diez productos de mayor exportación durante los ocho primeros meses de 2014 cinco son primarios o derivados (harina y “pellets”, porotos, y aceite de soja en bruto; maíz y cebada) con 36,5% del valor exportado; cuatro son de la minería o derivados (aceite crudo de petróleo, oro, mineral de cobre y biodiesel), con 7,9% del valor; y solo una partida corresponde a las MOI: vehículos, con 9,2% del valor total. Aunque ocupan el segundo lugar, no indica ninguna inserción de peso, sino que básicamente consiste en ventas al mercado brasileño por los convenios del Mercosur.

La crisis industrial no es más que la expresión de la crisis general y de la imposibilidad del capitalismo argentino para sostener capitales ineficientes. Mientras los ingresos por exportaciones agrarias fueron suficientes, alcanzó para subsidiar a la industria. No obstante, ese respirador parece agotarse: durante los primeros ocho meses de 2014 las exportaciones primarias cayeron un 24%, lo que plantea una merma en el ingreso de renta. A eso se le suma el problema de la caída del precio internacional de la soja, afectando los ingresos por retenciones. De ahí la desesperación del gobierno por arreglar con los acreedores, en la búsqueda de reiniciar el ciclo de endeudamiento que brinde un poco de aire frente a la crisis. Tanto para sostener la importación de insumos necesarios como para respaldar los subsidios a la actividad (ya sea por la vía de crédito al consumo o por el gasto público).  Pero sin deuda y con precios de los bienes agrarios estancados, se plantea la perspectiva de una nueva devaluación. Si bien reduciría los costos de la industria mediante baja salarial, el encarecimiento de importaciones y la menor posibilidad de remitir ganancias implicarían el sinceramiento de una menor riqueza y un estancamiento mayor.

En eso consiste el ciclo: cuando hay riqueza (renta de la tierra o deuda), los indicadores crecen y presentan la apariencia de que se superarán las trabas. En el momento de crisis, la realidad pasa factura y muestra el verdadero carácter de la industria. Bajo estas relaciones, la industria en Argentina está condenada a repetir sus ciclos de aparente despegue y caída. La única medida viable es centralizar la producción, concentrando las fuerzas productivas para alcanzar una escala eficiente y una planificación para no despilfarrar la riqueza social. Como los empresarios no estarán dispuestos a perder su propiedad, será tarea de los trabajadores reorganizar la estructura productiva con nuevas bases.