Todo lo que falta hacer

Daniel Muchnik

Como bien dijo el político y ensayista Rodolfo Terragno, en un país no se pueden lograr profundos cambios sin un apoyo social contundente. El problema en la Argentina es que esa impronta, esa imprescindible toma de conciencia no se corresponde con una fractura o varias fracturas que el país carga desde hace mucho tiempo, ensanchadas durante los últimos doce años. Parecería imposible lograr el entendimiento, participar de un proyecto común con ese enredo. Los procesos políticos se alteran y hay que respetar el voto colectivo. Demasiados ciudadanos viven atados a añejos prejuicios, difíciles de desterrar, como si se hubieran enquistado definitivamente.

El actual cristinismo, más su antecesor, el kirchnerismo, parecen carecer de una valoración democrática. Les falta aceptar que los cambios pueden suceder, que otros pueden tener otras propuestas, que de pronto se deben ceder posiciones ante una realidad compleja, sin soluciones fáciles. Las redes sociales están cargadas de odio y desprecio al nuevo Gobierno. Sin tregua. Desde el primer momento fue rechazado y así, desde el inicio, muchos lo catalogaron de oligárquico, de derecha, reaccionario, dispuesto a vender el país, de despreciar a los trabajadores. Un encuadre endiosado. Fue para ellos un reflejo inmediato. Golpear, machacar, no entender, no mirar más allá.

Sumándose a ciertos grupos de la izquierda, en un enredo incomprensible, torpedearon la visita de Barack Obama. Están abrazados a una mística donde juegan de víctimas y los verdugos son los otros. Politizaron hasta el extremo los derechos humanos y el recuerdo. Así, en los años setenta, que son paradigmáticos para su mirada, hubo buenos, luchadores con mística de cambios y puros, y, del otro lado, los que estaban dispuestos a acabar con ellos. Y de esa plataforma no se bajan. Algo absolutamente maniqueo.

Marcos Novaro se encargó de señalar, con otros pocos más, que el golpe de 1976 se llevó a cabo con el apoyo de gran parte de la sociedad civil. Dirigentes políticos, partidos en actividad, empresarios, dirigentes, profesionales, medios de comunicación, en todas las escalas se sentían oprimidos por la angustia que producía una desaforada violencia. Estaban ciegos. La toma del poder por los militares, el 24 de marzo, les mostró la verdadera decisión de esas fuerzas: masacrar, disponerse a llevar adelante un decidido “crimen de Estado”, como el que se llevó a cabo. Entonces, ya era demasiado tarde para arrepentirse. Fue incluso un boomerang para los que habían considerado a los militares como la única salida.

Nadie niega que la Presidencia republicana de Gerald Ford, en Washington y el canciller Henry Kissinger bendijeran aquella opción por el terror, como había sucedido con Chile. Pero al poquísimo tiempo apareció un demócrata en la Casa Blanca. Jimmy Carter, que profesaba una concepción religiosa de los hombres en el mundo y la secretaria Patricia Derian cuestionaron, acosaron y pusieron en evidencia la perversión sin límite de los torturadores. En la visita de Derian a Buenos Aires los automovilistas pusieron un cartel en los autos con el increíble eslogan: “Los argentinos somos derechos y humanos”. Estaba en todas partes. En negocios y en escuelas y en oficinas públicas.

La historia fue, ya no se puede cambiar. Pero hay que trazar balances y elevar las autocríticas correspondientes. Que no se generalizaron, en absoluto.

Pocos años después arribó la democracia, como una salvación. Pero con los años no se la respetó, ni se la dignificó, ni se la hizo perdurar en numerosos acontecimientos.

Los antiimperialistas jóvenes y viejos se enfrentaron ahora con la simpatía, la atrayente oratoria, las propuestas concretas y los ofrecimientos de respaldo a la Argentina del matrimonio Obama. Hubo manifestaciones de repudio en vivo, no muy numerosas, pero con potencia de voz. Obama venía de Cuba, de procurar entenderse con un régimen que subsiste, inconmovible desde hace medio siglo. Buscaba acabar con el bloqueo, opinar que sólo los cubanos elaborarán su futuro, fomentar el intercambio, tratar de encontrar la oportunidad para cerrar Guantánamo. Llegaba desde una isla que cierta izquierda y el cristianismo alaban y endiosan, esa con un régimen autocrático y aislado. Pese a todo, la “mala onda” fue difundida con altavoces.

La grieta es mucho más ancha y compleja de lo que se creía. Son varios los que creen que no es así. Sin embargo, están en todas partes. Por supuesto que un peronismo más serio, más constitucionalista y democrático se presta a la negociación, participa de acuerdos parlamentarios.

La Argentina vivía separada del mundo. O mejor dicho, el mundo se había olvidado de la Argentina. Las visitas de altos funcionarios europeos y de Obama generan un deshielo importante. A partir de ahora se pueden crear y recrear las relaciones económicas y políticas con el planeta, que resultan imprescindibles en la puesta a punto de la economía. Aunque todavía se requerirán varios meses para que esto pueda suceder.

Eso sí: sigue faltando una sociedad no resquebrajada y decidida a llevar adelante el gran cambio. Sin violencia.