Con el discurso no vamos a ningún lado

Con retórica, con nacionalismo pueril, con actitud desafiante no hemos ganado nada.

Queda, quizás, para algunos, la última chance de la negociación privada, aunque no sé de dónde sacarían los bancos argentinos 1.600 millones de dólares para calmar las aguas que ya están definitivamente agitadas. ¿Por qué se esperó hasta el día 30 para que los bancos privados presentaran su moción? ¿Fue un apriete de Jorge Capitanich, como se dice o un pedido especial del titular del Banco Central? ¿Midieron bien los bancos los riesgos reales que corren?

Axel Kicillof hizo lo que la doctrina kirchnerista-cristinista le dictaba: agitar como panfleto revolucionario el “relato” como el eje de toda la cuestión, asegurar que no se trata de un default sino de otra cosa que todavía no lleva nombre y de despotricar contra el sistema financiero internacional con los guantes de boxeo en manos de sus ayudantes.

Continuar leyendo

¿Vamos a la guerra?

Está bien, se entiende: negociar con los fondos buitres produce escozor. Pero en esta instancia, en la de estas horas, se ha juntado todo. La decisión de la Corte Suprema, las pretensiones de los fondos buitres, el reclamo de los holdouts, las declaraciones del Juez Thomass Griesa y por último, la decisión, por despecho, de la Argentina, de no enviar una misión a negociar con Griesa.

¿No es bueno pensar que en casos como éstos, cuando se está viviendo al filo de la navaja, se actúe con prudencia, con cabeza fría y al mismo tiempo con una delicadeza extrema?

Pero no, esas posibilidades y actitudes no se ven, no asoman.

Muchas cosas sorprenden en estas horas. ¿Por qué se ha dejado avanzar tanto decisiones claves sin reaccionar? ¿ Por qué Argentina no tenía guardadas estrategias aptas para el caso  siempre posible) de que la Corte Suprema ratificara decisiones anteriores del juez Griesa? ¿Ineptitud, mala praxis, negligencia, soberbia, omnipotencia,despiste total…?  ¿O todo ello junto?

Lo que ha quedado claro en medio de los remolinos es que Argentina no fue ni es un “paraíso desendeudado” como quiso hacer creer el kirchnero-cristinismo en todos estos años. Que la tendencia a pensar que todo lo que viene de afuera es una conspiración contra nosotros es un absurdo. Que es imposible, definitivamente, “Vivir con lo Nuestro” porque nuestros activos no pueden modificar estructuras y lograr un país mejor. Que tenemos compromisos pendientes y que si no cumplimos vamos a parar a otro default, de consecuencias muy graves. Que cargamos con una deuda pública de 200.000 millones de dólares. Que en 2014, entre intereses y capital, vencen 10.000 millones de dólares. Que entre 2015 y 2019 hay que enfrentar compromisos por 70.000 millones de dólares. Y en esto no abarcamos la deuda interna.

Los optimistas aseguran que no nos debemos preocupar porque un país cuyos ciudadanos tienen guardados fuera de sus fronteras más de 240.000 millones de dólares no debe sentirse en un callejón sin salida. Cabe preguntarse qué tiene que ver una cosa con la otra; pero bueno, así procede el optimismo. El pesimismo es una cosa distinta: es un optimismo “muy bien informado”. Habida cuenta de los hechos con los que nos enfrentamos prefiero quedarme con los pesimistas.

Hasta ahora, algunos voceros del oficialismo aseguraban que las buenas cosechas nos salvarían. Como un reflejo directo, las reservas siguen intactas. Poco más o poco menos merodean los 28.000 millones de dólares. Esas son nuestras espaldas, aunque las de libre disponibilidad son menos. No es para estar tranquilos. Porque las reservas vienen cayendo desde el 2010, cuando llegaban a 52.145 millones de dólares. En el 2012 bajaron a 43.290 millones y en el 2013 a 30.600 millones.

Es sorprendente el intercambio de reacciones entre el Juez Griesa y la Casa de Gobierno en Buenos Aires. Tras el discurso de Cristina Fernández de Kirchner, el lunes, el Juez Griesa dijo, de manera cortante: “El discurso de la Presidente es un problema y no me genera realmente confianza de un compromiso de buena fe, para pagar todas las obligaciones”. Y agregó, con firmeza: “Argentina, en los últimos doce años se ha reído de las sentencias judiciales. No quiero que se vuelva a reír de una sentencia judicial”. Muy terminante el magistrado, que ya sabíamos es hombre de pocas pulgas y de afirmaciones sin dobleces.

¿Y como reaccionó frente a ello la Argentina? Durante la mañana del miércoles, se consideraba enviar una misión de especialistas para tratar de dialogar con el juez Griesa. A última hora del día se cambió todo. Hubo una marcha atrás, vivida como de emergencia. Nadie va a Estados Unidos. Así lo decidió la Presidente, tras las críticas del Juez Griesa.

¿No es éste un juego peligrosísimo? Porque la cosa está clara más allá de las “ofensas” y de los narcisismos. Si a fin de mes Argentina no paga los 900 millones de dólares a los que se la conminó, entramos en default. ¿Se imaginan? Si ya teníamos la imagen internacional por el suelo por el anterior default (el de comienzos de 2002), éste agravará nuestra condición de “leprosos” ante todo el sector financiero mundial y ante los gobiernos. Pero no todo es imagen. Lo trascendente es el daño económico y social que se infligirá a la República. Todas las promesas de cumplir con el mundo, de arreglar civilizadamente, después del acuerdo con el Club de París y con Repsol, todo se derrumba con la rapidez de un rayo.

El jueves 19 por la mañana, en su disertación diaria, el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, afirmó algo que convocó al humor. En primer término reivindicó la voluntad de pago. Pero inmediatamente agregó que “no se puede violar lo previsto en la Constitución Nacional, en cuanto a que es el Congreso el que debe arreglar la deuda interior y exterior”.

Por supuesto que es así. ¿Pero por qué entonces no se consultó al Parlamento el Acuerdo con el Club de París y el Pago a Repsol? Y más: todo se resolvió desde el Poder Ejecutivo y en términos secretos porque las cláusulas de lo tratado no fueron divulgadas y se pidió silencio a los firmantes.

Tenemos la soga al cuello, y surgen “ofensas” personales. Eso es no vivir en la realidad.