Todo lo que falta hacer

Como bien dijo el político y ensayista Rodolfo Terragno, en un país no se pueden lograr profundos cambios sin un apoyo social contundente. El problema en la Argentina es que esa impronta, esa imprescindible toma de conciencia no se corresponde con una fractura o varias fracturas que el país carga desde hace mucho tiempo, ensanchadas durante los últimos doce años. Parecería imposible lograr el entendimiento, participar de un proyecto común con ese enredo. Los procesos políticos se alteran y hay que respetar el voto colectivo. Demasiados ciudadanos viven atados a añejos prejuicios, difíciles de desterrar, como si se hubieran enquistado definitivamente.

El actual cristinismo, más su antecesor, el kirchnerismo, parecen carecer de una valoración democrática. Les falta aceptar que los cambios pueden suceder, que otros pueden tener otras propuestas, que de pronto se deben ceder posiciones ante una realidad compleja, sin soluciones fáciles. Las redes sociales están cargadas de odio y desprecio al nuevo Gobierno. Sin tregua. Desde el primer momento fue rechazado y así, desde el inicio, muchos lo catalogaron de oligárquico, de derecha, reaccionario, dispuesto a vender el país, de despreciar a los trabajadores. Un encuadre endiosado. Fue para ellos un reflejo inmediato. Golpear, machacar, no entender, no mirar más allá.

Sumándose a ciertos grupos de la izquierda, en un enredo incomprensible, torpedearon la visita de Barack Obama. Están abrazados a una mística donde juegan de víctimas y los verdugos son los otros. Politizaron hasta el extremo los derechos humanos y el recuerdo. Así, en los años setenta, que son paradigmáticos para su mirada, hubo buenos, luchadores con mística de cambios y puros, y, del otro lado, los que estaban dispuestos a acabar con ellos. Y de esa plataforma no se bajan. Algo absolutamente maniqueo. Continuar leyendo

La desigualdad que hiere al mundo

Haber concedido un premio Nobel de Economía a un especialista de la Universidad de Princeton, en los Estados Unidos, lleno de inquietudes acerca de la pobreza y la desigualdad, tuvo un objetivo muy claro. En primer lugar, el hombre: se trata de Angus Stewart Deaton, escocés, de 70 años de edad, con nacionalidad inglesa y norteamericana. El galardón le fue entregado por sus análisis del consumo, la pobreza y el bienestar.

Muchos creían desde hace meses que el merecedor del premio sería Thomas Piketty, autor de El Capital y otras obras relacionadas con la desigualdad en el mundo. Apostaron mal. En la Academia Sueca pensaban distinto.

En segundo término: la preocupación de la Academia por el tema. Suecia viene sufriendo virajes importantes en su estructura social; ha aumentado la violencia, tanto los índices de desamparo como de crímenes se elevaron, en un país que fuera paradigma del Estado de bienestar hasta 1980 y que hizo de la neutralidad su bandera de Gobierno. Hay crisis seria en Suecia que mostró sus dientes con la oposición del poder político a la entrada de los refugiados de Siria y Afganistán.

Es una contradicción con el pasado o los tiempos han cambiado radicalmente. El pasado no muy lejano demuestra que Suecia acogió a los exiliados políticos del mundo. Recibió, por ejemplo, con los brazos abiertos a los que escaparon de la represión de Augusto Pinochet tras el golpe de Estado y el suicidio de Salvador Allende. También lo hizo con otros perseguidos de otros rincones del mundo y con los argentinos que buscaron protección en la década del setenta. Continuar leyendo