Un Parlamento en el que se ve hasta lo imposible

El Parlamento Nacional no es ningún ejemplo de cordura, de sentido común ni de amplitud de criterio. La violencia de afuera, la del abismo o la grieta de la sociedad, como se quiera llamar, ingresó por las puertas grandes del recinto y trajo enfrentamientos de intenso ardor polémico. Algunos más intensos que otros, más recordables, que quedarán para la historia, si es que alguien está llevando la crónica del pasado de la incontención verbal en ese ámbito en los últimos años. Que pone en peligro la dignidad de ese centro, tan importante como cualquier otro en la histórica división de poderes.

Ese Parlamento ha presenciado de todo. Incuso aquello que parecía imposible. Como aprobar en pocas horas una montaña de proyectos de ley, sabiendo que ningún legislador pudo haber estudiado seriamente los textos como lo exige la seriedad institucional. O respaldar proyectos que pedía sin tapujos el Poder Ejecutivo, cumpliendo con el principio tan mayoritario en el peronismo, que se hace sin chistar con lo que quiere el Jefe o la Jefa, habitantes de la Casa Rosada. No hablemos de diálogos civilizados entre adversarios políticos. No hablemos de actitudes que no son más que hipócritas. No hablemos de las bandas de aplaudidores, extraños al ámbito, invitados por el oficialismo a los pisos altos que insultan a gusto y placer a los opositores, sin que intervengan las autoridades. Continuar leyendo

Demagogia educativa

Este país se hizo -hasta hace un tiempo precioso- en base a la cultura del esfuerzo. Los inmigrantes rurales o urbanos se deslomaron para que sus hijos encontraran las oportunidades laborales e intelectuales que ellos no habían podido conseguir.  Los abuelos tenían en claro que sin esfuerzo no podía haber logros.

Para mis antepasados la educación era un bien preciado, que permitía insertarse en la vida social, alcanzar un lenguaje de intercambio, perfeccionarse, ilustrarse, crecer. Acceder a las profesiones liberales. El lema imperante era “ saber es poder”.  Poder no como intencionalidad psicológica. Poder como dominio de la realidad, como posibilidad para ser mejor.

Pero aquel país al que llegaron se convirtió en otro, muy distinto. Y los valores cambiaron, o se trastocaron o se humillaron. Todo comenzó a denigrarse en las últimas décadas. Sin forzar las precisiones de fecha se inició un retroceso lento pero seguro en la economía, en la política, en la salud y, por supuesto, en la educación. Pero ahora se suma la “demagogia educativa”. Eliminar los aplazos en  la escuela primaria y otros cambios que se pretenden en la Provincia de Buenos Aires, flexibilizar el régimen educativo en general aumentan esa denigración.

Porque en primer lugar no se premia al que pone su energía, sus ganas, su entusiasmo en aprender. Da lo mismo. El mensaje de las autoridades es muy peligroso. “ Si no estudiás, si no mejorás, no pasa nada, igual pasás de grado”. Se iguala al que se rompe por progresar con el que se rasca el ombligo. El que estudia es un idiota. De igual manera a lo que sucede entre los adultos. Cumplas o no cumplas con las leyes igual no se te tiene en cuenta, no pasa nada o pasa poco.

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