Los votos ciegos

En 1995 Carlos Saúl Menem fue reelecto como presidente de la nación. Desde que llegó al poder, fue corrido con las denuncias de corrupción, favoritismo y mal desempeño de algunos funcionarios. Todavía hoy pesan sobre él juicios pendientes en los que, ya anciano y enfermo, tiene que rendir cuentas, aunque de sus gabinetes pocos enfrentaron castigos tribunalicios. Quedó en claro entonces que las acusaciones bien fundadas no importaban. Lo trascendente era el buen vivir, el consumo, la ficción de la convertibilidad, ese sueño idílico del un peso igual a un dólar que dio chances para viajar, comprar y soñar, pero sin sustentación en la realidad.

Los empresarios habían ganado mucho con las privatizaciones. El campo se estaba tecnificando. No se podía explicar que aquello era una ficción, que todo dependía de la entrada de dólares y, si llegaban a faltar, la convertibilidad se caía, se rompía a pedazos.

Un grupo pequeño de economistas y algún que otro periodista señalaban el peligro que se avecinaba. Esas sombras atemorizantes aparecieron con el tequilazo mexicano en 1995 y el retiro de inversiones en toda América Latina, incluyendo a la Argentina. Los dólares se esfumaron y la convertibilidad comenzó a pisar terreno resbaladizo, con aceleración. Continuar leyendo

La transformación de Argentina en el Far West

Se ha dicho, y con razón, que la radio y la televisión tienen un impacto emocional e ideológico más importante, más duradero, más “estomacal” y “ cardíaco” que otros medios de comunicación. La prensa escrita lleva a la reflexión, es de digestión más lenta. Parecen verdades de perogrullo para los especialistas, pero no lo son para la mayoría de la población: gran parte de ella siguiendo los avatares del día por televisión.

De pronto, en medio de un clima de violencia, de crítica constante a los rígidos parámetros de la Justicia que no actúa como uno realmente quisiera, con la presión constante de la inflación, la incertidumbre, la afligente inseguridad, el maltrato, lasdificultades de todo tipo en un país donde la realidad no facilita vivir en el paraíso, un ladrón filmado en plena acción y con abuso de armas, acorralando a un turista. se convierte en luminaria televisiva. Es lo que ha sucedido en un canal, en la tarde del martes 23 de septiembre.

Nadie es dueño de la moral y las buenas costumbres. Pero la sociedad ha recibido de herencia un concepto de moral lo que debe ser el respeto civilizado.  Tampoco nadie se anima a guardar la conciencia absolutamente limpia en una cajita en la mesita de luz del dormitorio. Pero hay límites. Que son muy precisos. Es inmoral, es una locura que el delincuente, con otras entradas en oficinas policiales, transportador de drogas y otras delicadezas, es entrevistado y dice que todo lo que hizo fue para congraciarse con su hijo, que cumplía años. Además acusó al agredido extranjero de querer promocionarse. Permitir que el delincuente haya dicho eso sin una dura respuesta de quien lo entrevistaba es convertirse en cómplice de una maldad. Y darle la oportunidad a otros ladrones para ser convocados, como estrellas, a otros programas televisivos. ¿Por qué no?

¿Qué muestra toda esta historia? Que Argentina es el Far West, que hay un vacío institucional de gran envergadura. que se ha roto la cadena de la impunidad y por lo tanto puede pasar cualquier cosa sin castigo. Tampoco hay una frontera bien trazada entre lo que es bueno y lo que es malo. Todos van a robar de ahora en más y de manera salvaje haciéndose el “Conde Montecristo”, para dar de comer a su familia. Pero todavía no hay casas de robo de pan. No. Se roba y se mata, por cosas de valor mínimas o máximas. Y sin miramientos. Robo motorizado con  drogas excitantes.

Demuestra, además, el alto grado de denigración de la sociedad. De los valores, de la convivencia, de la naturaleza humana.

Una enseñanza demagógica

En medio de las reyertas e intrigas de Palacio, en un entrevero entre la Casa Rosada y Daniel Scioli, el ministro de Educación, Alberto  Sileoni, salió a disminuir la importancia de la inseguridad, afirmando  que la educación en las cárceles abatió la reincidencia. Ojalá sea así. Porque no hay estadística seria ni pruebas evidentes  que avalen semejante aseveración. No es ésta una crítica al sistema impuesto hace muchos años, antes del kirchnerismo, de posibilitar la enseñanza en los centros de detención, porque esos lugares están superpoblados, corroídos por la corrupción del mismo sistema, los presos maltratados, hay  fugas casi consentidas. La enseñanza, allí, no frena, definitivamente, la delincuencia.

Facilitar la enseñanza, a marginales y a quienes no han podido transitar primarias, secundarias y universitarias, es un paso estupendo. Hay que ver, sin embargo, qué enseñanza, cuánta, de qué calidad y qué propósitos hay detrás de este objetivo estatal.  Porque por este camino se pueden cometer torpezas de alto calibre.

Un caso que se acerca a la demagogia política absoluta en la enseñanza es, desde 2008,el Plan FINES ( Finalización de Estudios Secundarios), impulsado por los Ministerios de Educación y de Bienestar Social. Desde que fue puesto en marcha posibilitó que más de medio millón de personas, mayores de 18 años, pudieran obtener el título. Los alumnos cursan dos veces por semana un máximo de tres horas y hasta cinco materias por cuatrimestre.

Chicos y chicas deben saltar de alegría y se considerarán superados y probablemente agradecidos en un primer momento. Pero quienes pierden son ellos mismos y es la sociedad, el Estado del futuro. Porque la calidad no está presente. Porque serán Secundarios a media marcha, que forjan  mitad de alumnos regulares. Será integrado el mañana por estudiantes que se quedaron en la banquina. Que no estarán preparados para los trabajos especializados.

Además, estos hechos implican  un desaliento formidable para los que cursan normalmente en escuelas nocturnas y seguramente con esfuerzo ( porque trabajan y no pueden resolverlo de otra manera). Vuelve el Estado a darle la espalda  a los que se esmeran y a premiar a los que no hacen lo posible. ¿Qué tipo de cultura, de comprensión de la realidad, de entendimiento general, de poder de abstracción han logrado los que se anotaron en las aulas  del FINES?

Se podrá argumentar que el FINES es una gran ayuda para los que no han podido completar el secundario en los plazos normales. Pero a eso no se lo puede llamar educación. Tampoco conviene comparar el FINES con los colegios normales ya instalados. A lo mejor alguien dirá que la educación en esos lugares consagrados aburre, que no se los prepara con efectividad para la vida adulta. Pero con el FINES llegaremos en peores condiciones.

¿No se puede preparar a los interesados en el FINES en oficios concretos, que les sirvan para sobrevivir en un país con carencias, dotando de presupuestos significativos a los Institutos que se encargarían de ello? ¿No podría el Estado preparar panaderos, zapateros, plomeros, electricistas, mecánicos, ayudantes de laboratorios, responsables de algunas áreas en las líneas de producción  industrial o agraria. En los gobiernos de Carlos Menem, en la década del noventa, se agudizó la crisis educativa con el cierre o el nulo respaldo a las escuelas técnicas que preparaban para trabajos indispensables para la marcha de un país.

Todo éste tema crea interrogantes. ¿Quiénes son los que están evaluando en serio a la enseñanza en la Argentina, en estos momentos, y utilizando a la educación como un valor agregado indispensable para los grandes cambios que necesita la nación? La cuestión ya no queda reducida a los salarios para los docentes y a la mejor preparación de los mismos. No. Hay que pensar en grande. El encuadre educativo de estos días no sirve, tiene pocas ambiciones, no se adecua a los requerimientos de la realidad. Si a eso le agregamos distorsiones estamos en el horno.