Los votos ciegos

En 1995 Carlos Saúl Menem fue reelecto como presidente de la nación. Desde que llegó al poder, fue corrido con las denuncias de corrupción, favoritismo y mal desempeño de algunos funcionarios. Todavía hoy pesan sobre él juicios pendientes en los que, ya anciano y enfermo, tiene que rendir cuentas, aunque de sus gabinetes pocos enfrentaron castigos tribunalicios. Quedó en claro entonces que las acusaciones bien fundadas no importaban. Lo trascendente era el buen vivir, el consumo, la ficción de la convertibilidad, ese sueño idílico del un peso igual a un dólar que dio chances para viajar, comprar y soñar, pero sin sustentación en la realidad.

Los empresarios habían ganado mucho con las privatizaciones. El campo se estaba tecnificando. No se podía explicar que aquello era una ficción, que todo dependía de la entrada de dólares y, si llegaban a faltar, la convertibilidad se caía, se rompía a pedazos.

Un grupo pequeño de economistas y algún que otro periodista señalaban el peligro que se avecinaba. Esas sombras atemorizantes aparecieron con el tequilazo mexicano en 1995 y el retiro de inversiones en toda América Latina, incluyendo a la Argentina. Los dólares se esfumaron y la convertibilidad comenzó a pisar terreno resbaladizo, con aceleración. Continuar leyendo

Inundaciones: ¿a alguien le importa?

Si tuviéramos el 10 por ciento de los dilemas climatológicos con los que se enfrenta el hemisferio norte seguramente en la Argentina no se sabría cómo reaccionar, cómo solucionar con perentoriedad los inconvenientes. Supongamos los tornados en el centro oeste de los Estados Unidos, o los sismos pequeños o grandes en California o los mismos anegamientos de ciudades, que suelen durar horas. O las tormentas de nieve, donde toda está previsto porque a las pocas horas, por obra de las limpiadoras, las rutas están transitables y las calles de las ciudades no tienen impedimentos.

Seguramente acomodada a las bondades del tiempo, Argentina no ha preparado su infraestructura para darle batalla al infortunio. Es como pensar siempre que Dios está de nuestro lado, que nunca nos ocurrirá ninguna desgracia. Algo así como acomodarse a la inoperancia generalizada. Se ha dicho y creo que con razón que si no hay obras aliviadoras de intensas lluvias o de anegamientos es porque el futuro votante no las ve. De lo contrario tendrían que ser prioridad en las agendas de trabajo de intendentes y gobernación. Pero no lo son. El Gran Buenos Aires es una muestra de que se vive en la improvisación y en la anomia total. Continuar leyendo