La normalización, el gradualismo y Procusto

Como es notorio, el Gobierno ha elegido el camino de lo que llama gradualismo, normalización o gobernabilidad. Sin analizar lo acertado o no de la decisión —lo que ya he hecho, junto a otros notorios pesimistas—, este camino tiene efectos o defectos que también hemos puntualizado en esta columna, aun antes del triunfo de Cambiemos.

Cuando se ataca gradualmente al minotauro salvaje y corrupto del gasto, un animal antediluviano multipartidario y libre de toda ideología, el sistema pone en funcionamiento todos sus recursos de supervivencia, como cualquier cucaracha haría.

Si se resuelve el problema del cepo y el atraso cambiario, de inmediato aparecen pedidos de ayuda para salvar a las “víctimas” de los efectos colaterales de la medida. El Gobierno, como en una tragedia griega, hace inexorablemente lo que se sabe que hará, aunque no deba hacerlo. Entonces, vienen los parches que suavizan la medida, que en el fondo la neutralizan y crean mayor déficit.

Si se regulariza el laberinto infernal de los subsidios a las tarifas, sólo una mínima recomposición de los términos relativos, aparecen las protestas sectoriales y entonces se lanzan subsidios, créditos especiales, planes de rescate y otros. Lo que crea nuevo déficit. Por supuesto que como esos efectos están descontados en las paritarias, también golpean en los aumentos de sueldo, con lo cual los costos privados y estatales aumentan, y con ellos el déficit. Continuar leyendo

La terrible sensibilidad exprés

Ante cualquier opinión que inste a reducir el gasto, los subsidios o los planes, se produce una oleada de sensibilidad multipartidaria. Mayoritariamente femenina, eso sí. Ni que hablar si el que opina es un economista, que pasa inmediatamente a transformarse en alguien cruel y frío, a quien no le importan los efectos sociales de su monstruosa compulsión a la racionalidad.

He comprobado que los economistas que impulsan la racionalidad no son ni más ni menos sensibles que el resto de la sociedad, y más aún, me consta que, en todos los casos, tienen corazón.

Simplemente se trata de que la sensibilidad de buena parte de la sociedad es inmediatista, facilista e irresponsable, deliberadamente o no. “No se pueden retirar los planes”, no se puede despedir a los empleados públicos porque son familias que se quedarán sin recursos”, “no puede ser que alguien quiera tener un hijo y no pueda hacerse un tratamiento de fecundación in vitro por falta de recursos”.

El criterio de sensibilidad instantánea se extiende a otros rubros: “no se puede hacer repetir a un chico”, no se puede limitar el derecho a la educación con un examen de ingreso”, “no se puede meter preso al que asalta drogado por que es también una víctima”. Y una larga ristra de eufemismos, espejismos y falacias.

El economista, para citar una de las profesiones “insensibles”, sabe, si tiene una buena formación, que todos esos reclamos y esas frases tienen validez y deben ser contempladas, pero que si se las intenta resolver o garantizar de modo instantáneo tendrá resultados catastróficos. La ciencia económica no propende, finalmente, al deterioro de la sociedad, sino a su bienestar.

La pobreza de algunos, mitigada por subsidios, impactará tarde o temprano en a clase media baja, y la transformará en pobre, al aumentar impuestos y otras cargas que frenarán le economía y como tal lastimarán el empleo. Sabe que el empleo público es gasto que, otra vez, termina en impuestos, en deuda y en pérdida de empleos.

El economista tiene una sensibilidad educada. Sabe que la solidaridad “de urgencia” termina en desastre, y que hay que vencer la tentación de la acción inmediata para lograr mejoras permanentes que no estallen al poco tiempo. Para usar un ejemplo conocido, es como un médico que tiene que remontar la prédica facilista de un curandero.

El problema está en que esa sensibilidad conforma opinión, empuja la crítica y la decisión de voto, condiciona al gobernante, se transforma en conceptos ‘políticamente correctos” que repiten los medios hasta el aburrimiento y que nadie se atreve a desafiar para no chocar con la acusación de insensible. No es un tema menor en la democracia degradada en que pataleamos.

Le pasa a los médicos, a los economistas, a los jueces, a la policía, a los educadores, a los políticos, a los periodistas y a cualquiera que diga la verdad y no sea un curandero en lo que hace. Y cuánto más formada sea quien opine, más se tendrá que enfrentar a ese fácil estigma de la dureza de corazón.

Nunca más que ahora se nota tanto esa sensibilidad urgente, porque se acabó la plata. El Presidente, por convicción o por necesidad, parece haber cedido a la sensibilidad exprés de no afectar los derechos de tanta gente pobre, de tantos planes, de tantos colgados del estado, de tantas empresas públicas deficitarias e inútiles. Poco a poco, el espacio para sanear una administración corrupta a niveles nacionales, provinciales y municipales se ha reducido drásticamente.

Trate usted de explicar que Aerolíneas debe cerrarse y se asombrará de las respuestas. Trate de hacer lo mismo con Fútbol para todos y ocurrirá algo por el estilo. Y no vaya a querer proponer eliminar el proteccionismo de las automotrices porque la sensibilidad le estallará en su cara como un petardo de año nuevo. Lo máximo que logrará es el acuerdo en echar ñoquis, otra frase de living sin demasiada comprensión del funcionamiento de la burocracia.

La sensibilidad por “las pobres familias que se quedarán sin trabajo cerrará la opción a cualquier razonamiento. Inútil es que usted esgrima la simetría de Lerner, o la Ley de Mercados comparados, o cite a Friedman. Nadie entiende, cegado por la sensibilidad, su frase de que no hay almuerzo gratis, aunque todos la citen y tuiteen.

Vaya al plano concreto y chocará con los espíritus proteccionistas buenos. Como máximo, le hablarán de parar la corrupción, sin querer entender que cuanto más grande sea el estado y la burocracia, mayor será la corrupción.

Ni siquiera intente hacer pensar a nadie como consumidor y no como asalariado. Ni mucho menos explicarle que cada sueldo que se paga por un puesto de trabajo generado por el proteccionismo, cuesta diez veces más por año al consumidor y al contribuyente.

La tarea de quien quiera gobernar con seriedad es entonces no sólo difícil, sino absurda. Aparecerá como un fascista si trata de hacer lo que le conviene a la sociedad, al no hacerle caso a lo que el curanderismo le ha hecho creer a esa misma sociedad. La limitación es paralizante. Y se paga esa disyuntiva con más atraso, más desempleo y más estatismo, y menos futuro. También se paga con gobiernos gatopardistas, que tienden a no cambiar nada.

Esa sensibilidad exprés, irresponsable, profunda, instantánea, irracional, sorda a todo razonamiento, tiene otro nombre: populismo. Eso que es la esencia del peronismo que tanto odiamos, pero que al mismo tiempo, pareciera que tanto amamos.

Más deuda para financiar subsidios

Como no soy político ni lo quiero ser, cumpliré mi promesa de adivinar lo que harán los presidenciables si tienen la suerte, o el sino, de ser elegidos. Como siempre, seguimos analizando rubro por rubro lo que proponen y lo que inferimos de cada propuesta.

Avancemos hoy con el tema subsidios. Es parte de la política sobre el gasto (es hora de que haya alguna), pero tiene sentido considerarlo como un rubro aparte por sus implicancias.

La tentación de bajarlos de un golpe alcanza a los principistas liberales y a los gradualistas. Unos porque comprenden el daño de un método que promueve el consumo de bienes escasos, otros porque un sablazo a este rubro les permitiría no tener que hacer cirugía mayor en el gasto, lo que no saben cómo hacer. Ni quieren.

Aquí Daniel Scioli y su grupo están pensando en un sinceramiento muy rápido en las tarifas y más gradual (¿cien años?) en los transportes, aunque el nuevo presupuesto del actual Gobierno no prevé una eliminación drástica en ningún rubro.

Mauricio Macri declama la necesidad de reducirlos, pero salva a los más carenciados. Su posición es aún algo vaga. Tampoco está agitando un cambio instantáneo. El esquema que usó en la ciudad de Buenos Aires no es buen presagio.

Sergio Massa también es gradualista. No ha sido contundente en este punto. Pero hace la concesión casi religiosa de mantenerlos para los más pobres. Defina “pobres”. En este aspecto, como en todos, sus programas son estéticos, no para llevarlos a la práctica. Continuar leyendo

Por qué el gradualismo no sirve

Imaginemos -Dios no lo permita- que le diagnostican que tiene que hacerse un cuádruple bypass de corazón. El bobo ya no da más, para ponerlo en criollo. Consulta con dos cirujanos altamente especializados.

Uno de ellos le dice que debe internarse de inmediato y que en 24 horas hará la intervención, que tomará unas 7 horas, y lo deriva a su equipo para que empiece a prepararlo.

El otro, con iguales pergaminos, le dice que para minimizar riesgos, va a hacer los bypass gradualmente, uno dentro de un mes, otro más adelante y así, en un plazo que se irá viendo según la reacción del organismo.

¿Con cuál cirujano se operaría?

Como supongo que ha elegido bien y que felizmente ha sobrevivido, prosigo con mi nota.

El país está ante un diagnóstico similar. Debe someterse a una intervención de fondo para sobrevivir. Ha perdido toda irrigación y su sistema de bombear riqueza está taponado, con un cepo que lo lleva a la muerte. Continuar leyendo

¿Aux barricades?

Recientemente, Elisa Carrió anunció que si intentaban robarle los votos, “sacaría la gente a la calle”. Estaba anticipando la desesperación del Frente para la Victoria (FPV) ante la posibilidad de no ganar en primera vuelta, lo que lo condenaría a la derrota en segunda.

Como la diferencia entre el cielo y el infierno kirchnerista puede llegar a ser de solo cuatro o cinco puntos, la presunción de un fraude tiene fundamentos, en especial en las zonas del malón electoral del conurbano, donde para ser fiscal de la oposición se requiere por lo menos ser cinturón marrón de karate.

La profecía de Lilita puede llegar a proyectarse hacia después de las elecciones, cualquiera fuera el candidato ganador. Sobre todo teniendo en cuenta la conformación de las Cámaras, la cristinización del Ministerio Público y el descuartizamiento y la invasión K de la Justicia. Continuar leyendo