No irriten al siervo

Con la simplificación dialéctica que nos caracteriza, sobre todo al periodismo, calificamos rápidamente de fascismo y de escrache a las agresiones verbales grupales o individuales espontáneas que están sufriendo algunos ex funcionarios kirchneristas. O las descalificamos, más bien.

No son aceptables esos actos, ni son recomendables, ni resultan plausibles de ningún modo, espontáneos o no. Pero no deberíamos apresurarnos a calificar a la sociedad de totalitaria o cobarde por esos sucesos.

Luego de doce años de autocracia creciente, rematados por ocho bajo el pie de una señora que hablaba con Dios y desde un púlpito en cadena lanzaba bravuconadas y admoniciones sobre las cabezas de los ciudadanos, la sociedad está corroborando que fue gobernada por una banda de ladrones despreciables y desaforados.

Si bien esa situación no es novedosa, la fuerza de las imágenes, de las declaraciones de algunos cómplices, la exhibición de mansiones, los montos, los mecanismos de robo y ocultamiento, el cinismo de los personajes, la impunidad, la grosería de los modus operandi, las cifras que se manejan, los nombres que van apareciendo y la evidencia de que todo está podrido, han indignado a la sociedad hasta la bronca. Continuar leyendo

¿Aux barricades?

Recientemente, Elisa Carrió anunció que si intentaban robarle los votos, “sacaría la gente a la calle”. Estaba anticipando la desesperación del Frente para la Victoria (FPV) ante la posibilidad de no ganar en primera vuelta, lo que lo condenaría a la derrota en segunda.

Como la diferencia entre el cielo y el infierno kirchnerista puede llegar a ser de solo cuatro o cinco puntos, la presunción de un fraude tiene fundamentos, en especial en las zonas del malón electoral del conurbano, donde para ser fiscal de la oposición se requiere por lo menos ser cinturón marrón de karate.

La profecía de Lilita puede llegar a proyectarse hacia después de las elecciones, cualquiera fuera el candidato ganador. Sobre todo teniendo en cuenta la conformación de las Cámaras, la cristinización del Ministerio Público y el descuartizamiento y la invasión K de la Justicia. Continuar leyendo

Un país oscuro y encapuchado

Dice la Constitución argentina: “Ningún habitante de la nación será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe”.

Tal garantía se inspira en los principios de limitación de la monarquía y el despotismo que se comenzaron a imponer a fuerza de espada en los albores del siglo XVII: ningún hombre estará subordinado a otro, sino a la ley.

Ninguno de los dos preceptos se está cumpliendo en la antigua República Argentina. Toda la nociva construcción del cepo y atraso cambiario se basa en una combinación de aprietes, amenazas, algunas resoluciones secundarias que habilitan una jurisdicción inexistente (como la de la AFIP) para disfrazar los controles. Continuar leyendo

Marcharon 500.000 fiscales

El mismo gobierno fanatizado que no puede juntar mas de 2.000 militantes en un patio de la Casa Rosada, o tal vez 20.000 en un acto con conjuntos músicales, choripaneros y planeros, cree que 500.000 personas en silencio, la mayoría bajo la lluvia, no son representativas de nada, ni siquiera existen.

El kirchnerismo, una exaltación de los desvalores de la concepción maquiavélica de conseguir y conservar el poder por el poder mismo, cree que los únicos que pueden expresarse son los políticos. El pueblo, los vasallos, tiene por eso necesariamente que declarar un objetivo político en cualquier protesta o reclamo, para poder ser catalogado entre los amigos o los enemigos.

De lo contrario, no juega el papel que le corresponde en la farsa democrática y antirepublicana en la que la ciudadanía está atrapada. Su opinión sólo vale en la forma anónima y masiva del voto y sólo para nombrar a un rey, o reina. Una vez que cumple esa función casi zoológica, debe silenciarse y obedecer. Jamás protestar. Lo contrario es golpismo. Continuar leyendo