Van menos de seis meses

Más allá del enfoque que cada uno tenga sobre las políticas que se están llevando a cabo, es indiscutible que el Gobierno de Cambiemos está enfrentando todos los problemas que componían la larga herencia kirchnerista y acaso otras más antiguas.

A diferencia de Cristina de Kirchner, que para mantener la iniciativa sobre la agenda inventaba conflictos, proponía y aprobaba raras leyes de igualdad, vacías de contenido, o iniciaba cruzadas contra los medios o contra el mundo externo como una suerte de Quijote desaforado, Mauricio Macri controla y dicta la agenda política atacando problemas concretos y de interés generalizado.

Los temas que proponía la ex Presidente solían ser épicos y burocráticos, con ataques permanentes a los derechos de los ciudadanos o por lo menos molestos y lesivos a esos derechos. Sobre todo, urticantes para la mitad del país, casi matemáticamente y, en general, inconducentes. Cambiemos está tacleando los temas importantes, a veces urgentes, a veces profundos, a veces de largo aliento, que dejó palpitando el Gobierno del Frente para la Victoria y sus socios. El cepo, las retenciones, los pagos de importaciones, el default eterno, la reinserción en el sistema mundial, fueron las urgencias que encaró, con bastante solvencia y acierto, con observaciones varias, por supuesto. La apertura de las discusiones sobre seguridad y reforma política, que ciertamente requerirán políticas de Estado para ser eficaces, y temas tan variados como la discusión no terminada de Fútbol para Todos o de los medios oficiales. Continuar leyendo

Un Estado bondadoso y protector

No es la primera vez que el Presidente habla de la necesidad de un Estado bueno, que cuide a la gente para que viva mejor. Lo hizo desde antes de la campaña y lo repite ahora. Luce sano y conmovedor que alguien que conduce los destinos de la nación esté inspirado por este noble impulso, pero me gustaría refrescarle algunos conceptos al ingeniero Mauricio Macri, por si acaso le sirven la experiencia ajena y la historia.

Es un clásico que políticos y funcionarios de buena voluntad crean que ellos sí son capaces de administrar bien el Estado, es decir, de conseguir que funcione la parte supuestamente virtuosa del esquema estatista, sin tener las contrapartidas negativas tan conocidas. Ilusamente, suponen que se trata de un problema de gestión y no comprenden que las burocracias tienen vida propia y su estructura crece autónomamente, como el cáncer.

Como material más cercano, pueden leer, tanto usted como el ingeniero, mi artículo de febrero de 2015 en este medio, donde fundamento en detalle las razones por las que corrupción y estatismo son sinónimos, y la correspondencia biunívoca de ambos conceptos. Si eso les parece poco, pueden leer mi nota de noviembre de 2014, también en este medio, donde analizo las consecuencias finales y fatales que el protagonismo del Estado tiene sobre las libertades del individuo, su libre albedrío y su felicidad.

Cito estas dos notas de mi autoría por una cuestión de autoestima, pero debo aceptar que no fui original: hay cuatro mil años de historia que avalan ese comportamiento y esas consecuencias. Continuar leyendo

Una libra de carne

Mauricio Macri mira ya a las elecciones de 2017. No tiene otro camino. Su apuesta en los dos próximos años es apenas mostrar algunos logros de relativa importancia, pero no a costa de perder el apoyo del Congreso en leyes que necesita imperiosamente para que el país vuelva a funcionar.

En ese malabarismo, debe oscilar entre desilusionar a quienes esperan decisiones fundacionales y desairar a quienes no quieren resignar ni un centavo en el robo futuro, no conformes con el robo pasado, estatal y privado.

La clave es llegar a esas elecciones con un razonable nivel de popularidad, sin que en el camino se hayan producido desastres en materia social, política, económica, de salud o de seguridad.

Esto parece un objetivo muy pequeño, pero, sin embargo, es esencial para poder enfocar cambios en serio, que implícitamente se sobreentendieron con el nombre de su alianza. Continuar leyendo

Cambiemos (si podemos)

Hay quienes empiezan a sentir que el Gobierno de Cambiemos los ha desilusionado. No siento lo mismo: lo que ocurre, o no ocurre, era previsible. Nadie debió ilusionarse, en primer término. Las razones son varias.

La más evidente es la convicción de que el sistema democrático que nos rige es una estafa a la voluntad popular. Y ni siquiera hablaré de fraude. La lista sábana anula toda posibilidad de que los diputados tengan voluntad propia. El cambio del infame Pacto de Olivos que entronizó a los partidos en la Constitución lo convalida y graba a fuego. Con los senadores ocurre algo similar, aunque más constitucional. Son herramientas de los gobernadores en su búsqueda incesante de fondos.

En esas condiciones, las herramientas de negociación son la caja, los cargos, la obra pública y la deuda. El mismo sistema que se usó en Ciudad Autónoma de Buenos Aires para gobernar en minoría. Imposible creer que de ese sistema surgirá alguna reforma profunda en ningún orden.

La segunda convicción sobre el sistema democrático es más profunda. Tengo serias dudas de que tanto en Argentina como en cualquier otro lado la mayoría quiera minimizar el Estado, ceder lo que considera sus derechos adquiridos o simplemente sus derechos divinos. No es cierto que la gente se venda por un pancho: se vende por un plan, un subsidio, una dádiva, un permiso para delinquir, un puesto, un sistema educativo que otorgue títulos sin esfuerzo ni talento. Continuar leyendo

La terrible sensibilidad exprés

Ante cualquier opinión que inste a reducir el gasto, los subsidios o los planes, se produce una oleada de sensibilidad multipartidaria. Mayoritariamente femenina, eso sí. Ni que hablar si el que opina es un economista, que pasa inmediatamente a transformarse en alguien cruel y frío, a quien no le importan los efectos sociales de su monstruosa compulsión a la racionalidad.

He comprobado que los economistas que impulsan la racionalidad no son ni más ni menos sensibles que el resto de la sociedad, y más aún, me consta que, en todos los casos, tienen corazón.

Simplemente se trata de que la sensibilidad de buena parte de la sociedad es inmediatista, facilista e irresponsable, deliberadamente o no. “No se pueden retirar los planes”, no se puede despedir a los empleados públicos porque son familias que se quedarán sin recursos”, “no puede ser que alguien quiera tener un hijo y no pueda hacerse un tratamiento de fecundación in vitro por falta de recursos”.

El criterio de sensibilidad instantánea se extiende a otros rubros: “no se puede hacer repetir a un chico”, no se puede limitar el derecho a la educación con un examen de ingreso”, “no se puede meter preso al que asalta drogado por que es también una víctima”. Y una larga ristra de eufemismos, espejismos y falacias.

El economista, para citar una de las profesiones “insensibles”, sabe, si tiene una buena formación, que todos esos reclamos y esas frases tienen validez y deben ser contempladas, pero que si se las intenta resolver o garantizar de modo instantáneo tendrá resultados catastróficos. La ciencia económica no propende, finalmente, al deterioro de la sociedad, sino a su bienestar.

La pobreza de algunos, mitigada por subsidios, impactará tarde o temprano en a clase media baja, y la transformará en pobre, al aumentar impuestos y otras cargas que frenarán le economía y como tal lastimarán el empleo. Sabe que el empleo público es gasto que, otra vez, termina en impuestos, en deuda y en pérdida de empleos.

El economista tiene una sensibilidad educada. Sabe que la solidaridad “de urgencia” termina en desastre, y que hay que vencer la tentación de la acción inmediata para lograr mejoras permanentes que no estallen al poco tiempo. Para usar un ejemplo conocido, es como un médico que tiene que remontar la prédica facilista de un curandero.

El problema está en que esa sensibilidad conforma opinión, empuja la crítica y la decisión de voto, condiciona al gobernante, se transforma en conceptos ‘políticamente correctos” que repiten los medios hasta el aburrimiento y que nadie se atreve a desafiar para no chocar con la acusación de insensible. No es un tema menor en la democracia degradada en que pataleamos.

Le pasa a los médicos, a los economistas, a los jueces, a la policía, a los educadores, a los políticos, a los periodistas y a cualquiera que diga la verdad y no sea un curandero en lo que hace. Y cuánto más formada sea quien opine, más se tendrá que enfrentar a ese fácil estigma de la dureza de corazón.

Nunca más que ahora se nota tanto esa sensibilidad urgente, porque se acabó la plata. El Presidente, por convicción o por necesidad, parece haber cedido a la sensibilidad exprés de no afectar los derechos de tanta gente pobre, de tantos planes, de tantos colgados del estado, de tantas empresas públicas deficitarias e inútiles. Poco a poco, el espacio para sanear una administración corrupta a niveles nacionales, provinciales y municipales se ha reducido drásticamente.

Trate usted de explicar que Aerolíneas debe cerrarse y se asombrará de las respuestas. Trate de hacer lo mismo con Fútbol para todos y ocurrirá algo por el estilo. Y no vaya a querer proponer eliminar el proteccionismo de las automotrices porque la sensibilidad le estallará en su cara como un petardo de año nuevo. Lo máximo que logrará es el acuerdo en echar ñoquis, otra frase de living sin demasiada comprensión del funcionamiento de la burocracia.

La sensibilidad por “las pobres familias que se quedarán sin trabajo cerrará la opción a cualquier razonamiento. Inútil es que usted esgrima la simetría de Lerner, o la Ley de Mercados comparados, o cite a Friedman. Nadie entiende, cegado por la sensibilidad, su frase de que no hay almuerzo gratis, aunque todos la citen y tuiteen.

Vaya al plano concreto y chocará con los espíritus proteccionistas buenos. Como máximo, le hablarán de parar la corrupción, sin querer entender que cuanto más grande sea el estado y la burocracia, mayor será la corrupción.

Ni siquiera intente hacer pensar a nadie como consumidor y no como asalariado. Ni mucho menos explicarle que cada sueldo que se paga por un puesto de trabajo generado por el proteccionismo, cuesta diez veces más por año al consumidor y al contribuyente.

La tarea de quien quiera gobernar con seriedad es entonces no sólo difícil, sino absurda. Aparecerá como un fascista si trata de hacer lo que le conviene a la sociedad, al no hacerle caso a lo que el curanderismo le ha hecho creer a esa misma sociedad. La limitación es paralizante. Y se paga esa disyuntiva con más atraso, más desempleo y más estatismo, y menos futuro. También se paga con gobiernos gatopardistas, que tienden a no cambiar nada.

Esa sensibilidad exprés, irresponsable, profunda, instantánea, irracional, sorda a todo razonamiento, tiene otro nombre: populismo. Eso que es la esencia del peronismo que tanto odiamos, pero que al mismo tiempo, pareciera que tanto amamos.

Gobernabilidad, miedo y sensibilidad: hacia más gasto

Con la misma convicción con que tantos especialistas predicaron la salida gradual del cepo para evitar una explosión, según ellos, ahora hablan de la necesidad de un largo y cuidadoso gradualismo en la baja del gasto. Algunos confían en el solo uso de manejos monetaristas para controlar la inflación, hasta tanto el crecimiento salvador concurra oportunamente para licuar cualquier exceso en que se hubiera incurrido.

A esto se agregan los nuevos avances sobre el Estado, como el escandaloso caso de Cresta Roja, que debería resolverse con todos los implicados presos: dueños, abogados, jueces, síndicos, ex gobernantes y comisión interna, en vez de resolverse con cortes de la autopista a Ezeiza protegidos adecuadamente por la Policía. Un caso emblemático, porque concentra en un ejemplo singular todas las circunstancias que nos pueden llevar no sólo a un error conceptual grave, sino a perder la única oportunidad de acabar con nuestro perverso sistema fiscal. Se pueden cambiar nombres, detalles, rubros, pero los argumentos de todos los factores son los mismos.

Hay en el Gobierno y en sus partidarios un temor, que puede ser justificado, a que cualquier episodio de calle pueda culminar no sólo en saqueos y tomas, sino en algún muerto oportuno que coloque en situación de martirio, lucha y protesta a los violentos a sueldo del kirchnerismo. Continuar leyendo

La maravillosa magia de la democracia

Cuando a las 10 de la noche apareció en el Luna Park la figura envarada y dura de Daniel Scioli, la entrenada percepción nacional advirtió que algo no andaba bien en el Frente para la Victoria.

Hasta ese momento no había ningún dato oficial sobre el escrutinio provisional, y sólo el tono triunfal y la contundencia de algunas declaraciones Cambistas y el monocorde discurso sciolista hacían presumir que el ballotage era un hecho.

El tono y el contenido del discurso del gobernador no dejó lugar a dudas: no sólo habría ballotage, sino que el resultado era mucho peor que lo previsto por el FPV. Su entrega tuvo el contenido de una campaña electoral, pero ya sin emoción ni novedad.

Muchos creyeron que era su modo de aceptar que habría segunda vuelta y de comenzar su repechaje doblando la apuesta y haciendo más progresista, mas kirchnerista, y más camporista su propuesta.

Un análisis fino mostraba un cuadro grave: la derrota era más dura de lo que parecía. No era sólo que no se ganaba en primera vuelta.  La diferencia con Macri desaparecía. Se habían perdido impensadamente cargos clave en todo el país y Macri conseguía más votos que lo que él mismo pensaba. Vidal le ganaba a Aníbal Fernández la gobernación de Buenos Aires: cachetazos en las caras del sciolismo, del kirchnerismo y del peronismo.

Esas derrotas, dentro de un “movimiento” que se arrastra ante el líder exitoso y desprecia y traiciona al líder perdedor, tuvieron un efecto dramático.  Como si el Luna Park, elegido como búnker, fuera una trágica metáfora, Daniel Osvaldo Scioli parecía el clásico boxeador que ha recibido golpes demoledores y está nocaut de pie, esperando la campana salvadora o el tortazo final.

Su entrega fue un giro hacia lo mas criticado del cristinismo. Las menciones a las políticas presidenciales controladoras y totalitarias, a Zannini y la Cámpora, a la decisión de seguir dándole órdenes a los bancos y al sistema financiero para que pierdan plata, probablemente fueron para apaciguar las aguas internas, en especial la segura furia de Cristina Fernández.

Sin embargo, parecían estar destinadas a alejar al único posible aliado que le queda: Sergio Massa. Cegado por la confusión y el golpe electoral, Scioli, que ya venía mostrando una actitud de enojo e incomodidad, pareció un hombre sin convicción y sin confianza, cumpliendo un trámite y prometiendo volver en una hora, quién sabe para qué. (No volvió)

Los resultados oficiales no aparecieron a la hora señalada por el inefable Alejandro Tullio, retenidos por el gobierno pese a haber sido provistos por  INDRA, la cuestionada empresa española. Un papelón más, lleno de suspicacias. Pero ya no hacían falta. Había ganadores y perdedores clarísimos.

Así, Mauricio Macri se graduó de rival a la altura de Cristina. María Eugenia Vidal, se diplomó como importante protagonista de l  política nacional con una proyección que hoy no parece tener límites. Ernesto Sanz se ganó el respeto del PRO y de su partido por el armado y sustento de una alianza política que concibió y manejó con maestría. Lilita Carrió es simplemente Lilita. Su providencial testimonial de los últimos días a favor de Macri y de Cambiemos debe haber inclinado más de una voluntad.

Gerardo Morales arrasó en el feudo de la desagradable Milagro Sala, una tarea impecable. Otros candidatos de Cambiemos, muchos de ellos jóvenes o noveles, lograron triunfos importantes en gobernaciones e intendencias. También en la elección de legisladores, un aspecto no menor para la gobernabilidad futura. Una esperanza de renovación en los elencos partidarios, además.

Entre los perdedores están Daniel Scioli, Cristina Fernández y su absurdo capricho: el sospechado Aníbal Fernández, consumido por la estampilla narco que le ha adherido la opinión pública, y por una bendición negativa del Santo Padre, dicen.

Perdió también el aparato de punteros, intendentes, caudillejos y patoteros del peronismo del conurbano, que fue asolado.

Un triunfo muy claro fue la organización de fiscales que armó Cambiemos, un rotundo beneficio de la participación radical.  Y en paralelo, Ser Fiscal prestó un servicio invalorable.

Sergio Massa, como predijera en mi nota el día de las PASO, es ahora el kingmaker.  Sus votos definirán la segunda vuelta. Y ahora viene el verdadero análisis. Un auténtico dilema del prisionero digno del mismísimo John Nash.

Tanto Macri como Scioli pueden decidir que los votos de Massa se lograrán con una campaña electoral dirigida a esos votantes, con prescindencia del tigrense. Pueden hacerlo con los riesgos que ello implica, jugándose a suerte y verdad.

No pareciera que sus asesores le vayan a recomendar tal cosa. Seguramente entonces, los dos protagonistas de la segunda vuelta buscarán subyugar al jefe de UNA. Además de sus votos, el caudal de legisladores, intendentes y gobernadores que le responden serán un aporte interesante no sólo para la elección sino para la gobernabilidad futura.

Massa deberá elegir qué le conviene. Volver al kirchnerismo y aportarle patente de peronista le puede costar perder control sobre su masa de votantes, enojados con Cristina, sus insultos, Zannini, La Cámpora y el sistematico ninguneo al peronismo clásico.  A cambio, tiene la posibilidad de transformarse en el líder justicialista del futuro, tal vez el siguiente candidato a presidente por un partido unificado.

Le resultaría así más fácil justificar el apoyo al FPV, afín a sus orígenes y sus ideas, y las de sus seguidores.

Pero también puede ser tentado por una oferta de Cambiemos que constituya una alianza de gobierno con objetivos superadores, que incluya todo el aporte que UNA puede entregar, que no es menor frente a los cambios que se requieren para solucionar el desastre que deja de herencia el kirchnerismo.

También en esa alternativa el otrora jefe de Gabinete puede aspirar a destinos políticos rutilantes. Cambiemos puede ser más fácil para convivir que Cristina y su legado y sus futuros obstáculos.

Massa tendrá que meditar y analizar cuidadosamente con sus aliados, sus gobernadores, intendentes y legisladores. No es una decisión que pueda tomar solo. Todos se juegan su futuro en esta instancia.  El macrismo tiene un punto importante para exhibir: el impecable cumplimiento de sus pactos en Cambiemos. Algo difícil de reproducir del lado del justicialismo, cuyo tejido constitutivo mismo es la traición.

De la Sota y Felipe Solá tendrán un decir en estas deliberaciones. El cordobés puede ser un factor de cohesión, aunque ha dicho que Macri es su límite. El ex gobernador bonaerense puede ser un arisco, pero seguirá a Massa: le conviene. Las declaraciones previas no tienen demasiado valor.

Hay plumas chamuscadas tanto con el kirchnerismo, por razones obvias, como con Cambiemos, luego del ninguneo de Macri a Massa.

Macri está muy fuerte luego de ese triunfo y del triunfo de Vidal, a quien él impulsó contra todos. Scioli está muy debilitado luego de esta derrota, que se agrava por no haber estado prevista, fruto de manosear las encuestas hasta llegar a creerse las propias mediciones compradas.

Todavía falta ver la reacción de Cristina, que no es difícil de prever: será visceral. Es muy poco probable que eso ayude a Scioli.

Massa ha prometido que producirá un documento donde se establezcan cuáles son los lineamientos que lo moverían a apoyar a alguno de los candidatos. Parece una idea sólida.

Macri tendrá que vencer su soberbia a la que es proclive, para no caer en el facilismo de creer que puede convencer a los votantes de Massa de que es mejor opción que Scioli por las suyas, sin hacer un acuerdo.

Todos los votantes, por supuesto, son dueños de sus votos y harán con ellos lo que quieran. Pero una propuesta inteligente los puede hacer decidir en algún sentido.

Scioli tiene que recuperar su fortaleza y su optimismo, que pareció haber perdido ya hace varios días. También debe hacer olvidar su imagen de derrotado.  Y tiene la tarea no menor de tratar de que Cristina no reaccione como Cristina.

Ambos candidatos tienen que tratar de ganar los votos de Massa sin perder los propios.

También habrá que despejar otra incógnita: ahora que los gobernadores, intendentes  y punteros peronistas no defienden su tajada, ¿hacia dónde dirigirán la porción de votos que controlan?

Un dato a tener en cuenta en términos de gobernabilidad, es que las provincias más pobladas y de peso político importante, tienen gobernadores no kirchneristas, o directamente de Cambiemos o UNA.

Hasta las 18 de ayer, todos jurábamos que Massa se pasaría con sus fuerzas y pertrechos al kirchnerismo.  Tal vez ya no sea así.

Me queda la sensación de que es más fácil, más viable y más estable un acuerdo entre UNA y Cambiemos que entre UNA y Cristina, que de eso se trataría.

Más allá de lo que resulte, Argentina se despertó esta mañana con una esperanza.

Eso, exactamente eso es la democracia.

Un debate decoroso y con pocas sorpresas

¿ Cuáles son, en este momento político, los objetivos concretos de Mauricio Macri y Daniel Scioli? Los objetivos son en realidad un objetivo: quitarle dos o tres puntos de votos a Sergio Massa.

¿Cuál es el objetivo de Sergio Massa? Ser una alternativa futura del peronismo cuando pase el tiempo del kirchnerismo, ahora o en una próxima crisis, y colocar la mayor cantidad posible de intendentes y diputados en el conurbano, o donde se pueda.

Con esos objetivos, Macri y Massa fueron al debate y Scioli eligió ser un clon de Cristina y no ir para no exponerse a ninguna pregunta. Escuchando los diálogos de anoche está claro que hubiera sido muy embarazoso para el gobernador tener que defender la gestión de su jefa espiritual en vez de explicar su plataforma.

Entre ir y pasar un papelón y no ir y quedar como poco respetuoso y poco democrático, eligió el segundo camino como un mal menor. En términos de pura especulación política, probablemente hizo bien en no ir. En cuanto los aspectos democráticos y de respeto por la ciudadanía, no forman parte de la preocupación kirchnerista.

Esto significa que los K buscarán los votos que pueden llegar a faltarle para ganar en primera vuelta por otros caminos.

En cuanto al debate en sí, estuvo organizado con una estructura muy rígida, con los candidatos muy resguardados y autoprotegidos bajo un juego de reglas conversado y discutido como si hubiera sido el tratado de Letrán.

Antes de hablar de los temas que se tocaron, hablaremos de los que no se tocaron. No se habló de economía. Ni una palabra. Esa ausencia resulta tan notoria que transforma el debate en una acción testimonial, más que una real confrontación de proyectos e ideas.

Por eso los candidatos tampoco explicaron los cómo. Con que recursos mejorarían la enseñanza, la seguridad, la democracia, la lucha contra el narco, los beneficios jubilatorios (Massa prometió un impactante 82% móvil desde el 1 de enero para todos los jubilados) y otras propuestas.

La economía se tocó tangencialmente con la unanimidad obvia en estar en contra de la pobreza, la adulteración de cifras del INDEC y la falta de crecimiento que mencionó Macri, y la necesidad de generar empleo que mencionaron todos.

Macri avanzó con sus ideas de un plan de infraestructura, bajar la inflación a un dígito y modificar las escalas del impuesto a las Ganancias. Massa empezó con una frase muy sintomática: “Argentina no es un desastre como dicen algunos, ni tampoco es una fiesta”. ¿A quién quería salvar?

Fue interesante notar que Margarita Stolbizer en especial y los demás candidatos, atacaron mucho al gobierno de Cristina y poco al de Scioli, justificando algunas suspicacias previas. Sólo Macri se preguntó quién gobernaría si fuera elegido Scioli: ¿Cristina, Scioli, Zannini o Aníbal Fernández?

También el jefe de Gobierno se lució cuando repreguntó a Stolbizer si en el marco de su preocupación por el crecimiento del narco se sentiría cómoda si la lucha contra la droga en la provincia de Buenos Aires fuera a estar encabezada por Aníbal Fernández. La candidata eludió la respuesta. Otra vez haciendo recordar las sospechas previas.

Nicolás Del Caño y Adolfo Rodríguez Saá no merecen demasiados comentarios en estas pocas líneas. Fueron invitados formalmente y así actuaron.

Massa dio la sensación de tener ideas y programas bastante articulados y estudiados, e hizo una buena entrega discursiva de ellos, más sólida que la de Macri. Con un buen golpe de efecto al usar sus segundos para hacer silencio en un acto de repudio por el faltazo de Scioli.

Macri estuvo agudo en algunas respuestas y muy bien en su entrega del minuto final. No estuvo tan feliz en algunas repreguntas. Las propuestas de educación y corrupción de Massa fueron concretas e impactantes. Nunca criticó a Scioli.

Macri también estuvo fuerte al enunciar su proyecto de una agencia especial contra la droga y delitos federales. Y Massa planteó buenas ideas sobre imprescriptibilidad de los delitos de corrupción y apoderamiento de activos de corruptos y narcos.

El debate resultó interesante en sus dos primeros bloques y se diluyó con un formato de preguntas sobre la seguridad, aborto y cambios en el código penal que los candidatos eludieron olímpicamente.

Fue un buen primer intento, pero debe recordarse para el futuro que estos debates son útiles cuando un candidato es puesto en apuros por su contrincante, lo que aquí se evitó con empeño.

La pregunta que usted quiere hacer es “¿quién ganó?” Muy parejo. Ni Macri ni Massa defraudaron. Estuvieron bien preparados y mostraron ideas claras en lo que propusieron. No seria serio imaginar que por este debate vaya a cambiar el caudal electoral de cada uno.

En cuanto a Scioli, dijimos que debería buscar los votos que le faltan, si le faltan, por otro camino. Y ya sabemos por experiencia que los caminos del kirchnerismo son inescrutables.

El kirchnerismo no debate. Opera.

Deuda eterna o inversión externa

Perdón por no ocuparme de los temas del momento con los que nos distraernos para no arriesgar opiniones de fondo. Seguiré analizando lo que los candidatos deben enfrentar si son electos presidente y lo que aparentemente están pensando hacer, suponiendo que estén pensando.

Daniel Scioli y Sergio Massa están jugados al endeudamiento, tanto para financiar el gasto como para eliminar el cepo y también para la imprescindible renovación y hasta revolución de la infraestructura, que lleva 20 años de atraso como mínimo. Mauricio Macri ha hablado a veces de inversión, pero con bastante timidez y sin precisar las áreas. Ahora lo oculta.

Los estatistas conciben la deuda como el único mecanismo de financiamiento y lo mismo ocurre con nuestra sociedad, que tiende a acostumbrarse a la mediocridad de pensamiento y espíritu con sorprendente facilidad. Nuestros políticos son dignos de esa sociedad. Se ha llegado al error de llamar inversores a los que compran un bono.

A esos políticos, casi todos estatistas, no les cabe la idea de inversión privada. Necesitan que sea el Estado el que funcione como gran hacedor y que se endeude para ello. Lo mismo ocurre con nuestros empresarios prebendarios. Necesitan un Estado estúpido con quien contratar y que les pague más de lo que corresponde y tome deuda para pagarles. Eso les permite prescindir de la competencia y de la necesidad de ser eficientes y obtener rápidas ganancias en juicios manejados por abogados vendidos. Continuar leyendo

Más deuda para financiar subsidios

Como no soy político ni lo quiero ser, cumpliré mi promesa de adivinar lo que harán los presidenciables si tienen la suerte, o el sino, de ser elegidos. Como siempre, seguimos analizando rubro por rubro lo que proponen y lo que inferimos de cada propuesta.

Avancemos hoy con el tema subsidios. Es parte de la política sobre el gasto (es hora de que haya alguna), pero tiene sentido considerarlo como un rubro aparte por sus implicancias.

La tentación de bajarlos de un golpe alcanza a los principistas liberales y a los gradualistas. Unos porque comprenden el daño de un método que promueve el consumo de bienes escasos, otros porque un sablazo a este rubro les permitiría no tener que hacer cirugía mayor en el gasto, lo que no saben cómo hacer. Ni quieren.

Aquí Daniel Scioli y su grupo están pensando en un sinceramiento muy rápido en las tarifas y más gradual (¿cien años?) en los transportes, aunque el nuevo presupuesto del actual Gobierno no prevé una eliminación drástica en ningún rubro.

Mauricio Macri declama la necesidad de reducirlos, pero salva a los más carenciados. Su posición es aún algo vaga. Tampoco está agitando un cambio instantáneo. El esquema que usó en la ciudad de Buenos Aires no es buen presagio.

Sergio Massa también es gradualista. No ha sido contundente en este punto. Pero hace la concesión casi religiosa de mantenerlos para los más pobres. Defina “pobres”. En este aspecto, como en todos, sus programas son estéticos, no para llevarlos a la práctica. Continuar leyendo