El inverso del rey Midas

Al buscar una explicación sobre el proceder del presidente Juan Manuel Santos en el proceso de paz, sus actitudes y sus respuestas frente a las críticas de sus opositores y el malestar de la opinión pública, me preguntaba si era torpeza, perversión, insensibilidad, ingenuidad, incapacidad, terquedad, vanidad o todas las anteriores. Cualquiera de ellas preocupa en cabeza de un jefe de Estado.

Para representar la metodología utilizada por el mandatario, no encuentro metáfora más apropiada que la tragedia del rey Midas, a quien el dios Dionisio le dio el poder de convertir en oro todo lo que tocaba con las manos, incluso, para su maldición, los alimentos. Sólo que habría que aplicársela al presidente Santos en sentido inverso, en vez de oro, todo lo que toca lo destroza y lo convierte en escoria (para evitar sustantivos desagradables). En cada acto o medida que toma produce un desastre peor que el anterior. El efecto es fatal, pues no bien las gentes se sorprenden con una metida de patas sobreviene otra y otra y otra, de tal forma que quedan en el olvido las anteriores.

El presidente Santos se lamenta de las “duras” críticas de sus “enemigos”, a veces se le va la lengua y a veces se torna zalamero, se hace el inocente o la víctima, el incomprendido, como si lo que estuviéramos discutiendo en el país fuese un asunto de tres pesos. El Presidente da la impresión de ser sordo al clamor de los ciudadanos preocupados por tantas noticias malas. Es necesario, entonces, ir al núcleo de la táctica que utiliza para proseguir, sin alterarse, en su empeño de firmar a cualquier costo y a como dé lugar un acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Continuar leyendo

La falacia del empate militar

Una de las afirmaciones más socorridas sobre la lucha del Estado colombiano y las guerrillas es aquella que sostiene que la confrontación se estancó en una situación de empate militar. Según esta visión, el Estado no pudo derrotar a las fuerzas insurgentes y estas tampoco pudieron hacerlo con aquel. De allí se concluye que lo procedente es negociar, y no de cualquier forma sino de igual a igual.

Quienes defienden tal punto de vista se ahorran el análisis del desarrollo de la pugna en diferentes coyunturas, por ejemplo, si las condiciones fueron iguales durante o en el pos-Frente Nacional, en auge de la Revolución cubana, con el entrelazamiento del narcotráfico, con el derrumbe del comunismo, etcétera.

La premisa que sirve de fundamento a la hipótesis del empate militar es insuficiente por sí sola, pues deja de lado otros factores como la correlación militar de fuerzas, el nivel de aceptación o de rechazo alcanzado por los grupos que intentaron tomar el control del Estado, el control de territorio, el grado de legitimidad, el reconocimiento o el rechazo de la comunidad internacional, entre otros. Continuar leyendo

De receso

Justo ahora que el Estado colombiano, según avistamos, va a sufrir la peor humillación desde la dolorosa separación de Panamá. Cuando se prepara, con total cinismo un golpe de Estado por medio del establecimiento de un poder paralelo, o dual, como diría Gramsci o Lenin.

Porque, ¿de qué otra forma llamar a este esperpento, el presidente Juan Manuel Santos, que, en desafortunada declaración, confirmó estar negociando para avalar los “acuerdos de La Habana”? El tal “congresito”, al que le cambian el nombre por “Comisión Legislativa”, el mismo perro con distinta guasca, no es otra cosa que un golpe a nuestra democracia y a la constitución que la sustenta.

En su composición: al incorporar a individuos sub judice y condenados por delitos atroces y a personas no elegidas por el constituyente primario. En sus funciones: porque queda habilitada para renunciar a los tratados internacionales que en materia de justicia ha firmado Colombia y que según la retórica de “expertos” nacionales y extranjeros, como el delegado de la ONU, el exfiscal de la CPI y el presidente de la Corte Suprema, no pueden ser un obstáculo a la paz, para que las guerrillas se autoexculpen. Para inventar cárceles sin barrotes, penas sin cárcel, resarcimiento de víctimas sin reparación material, zonas vedadas a la Fuerza Pública, violar la Constitución Nacional

El presidente Santos ofende la inteligencia de la mayoría de colombianos creyendo que cambiándole de nombre a sus regalos pasarán inadvertidos. Por más que diga y repita que no habrá paz sin impunidad, sí la habrá, pues, penas sin prisión no dejan de ser una burla al sentido común. Continuar leyendo

Paz a la medida de las FARC

Un editorial de El Tiempo, una entrevista del asesor jurídico de las FARC en Semana, las del presidente Juan Manuel Santos a Yamid Amat y a Patricia Janiot de CNN y decisiones del alto Gobierno indican algo muy grave, mucho más de lo que nos imaginamos. Avanzamos hacia un pacto con las FARC de carácter entreguista.

En La Habana, los “plenipotenciarios” de las FARC exigen como condición previa a la firma de un acuerdo de paz que se conforme, ya mismo, la Comisión de la Verdad y que esta emita un veredicto acorde con su visión: que Gobiernos, cúpulas castrenses y elites empresariales son tan culpables como ellas de todo lo sucedido en los últimos 50 años. Esto sin contar con que el informe puede tardar años y hasta décadas.

Los jefes farianos le tienen tomado el pulso y medido el aceite al Gobierno nacional y al presidente de la República. Esa es la razón por la que han subido el tono de sus exigencias y sus declaraciones. Sin ir muy atrás y teniendo en cuenta los acontecimientos desde el ataque traicionero a los soldados el pasado 15 de abril en Cauca, queda la sensación de que la guerrilla ha ganado los últimos pulsos.

Recordemos que a raíz de esa masacre, Santos restableció los bombardeos y la Fuerza Aérea, lo que confirmó que es el arma que más daño les hace; les propinó un golpe maestro. A renglón seguido, las FARC desataron su ofensiva terrorista para presionar un cese bilateral. Por lo leído y escuchado el fin de semana anterior, estamos en el mismo punto en que nos encontrábamos antes de la masacre de los soldados en Cauca, es decir, las FARC declaran un cese unilateral y Santos suspende de nuevo los bombardeos. Para evitar las críticas, el pacto se enmascara con la suave denominación de “desescalamiento”. Continuar leyendo

La paz que queremos

Se equivocan de buena o mala fe los que tildan de guerreristas a quienes planteamos discrepancias y críticas sobre la manera como discurren las conversaciones de paz en La Habana.

De Perogrullo es aceptar que la inmensa mayoría de colombianos respondería positivamente la pregunta de si queremos o no la paz. Por tanto, debemos entender que el problema no está en el deseo, sino en los procedimientos, la metodología y los términos que se han empleado para alcanzar el objetivo, los cuales arrojan un amplio margen de descontento y desconfianza.

La opinión pública letrada y no letrada tiene, a estas alturas, suficientes elementos de juicio para procesar mental y políticamente todo lo que ha salido a flote en estos ya casi tres años de conversaciones.

Intentaré plasmar en una breve síntesis el punto de vista de quienes criticamos el proceso de La Habana, pero asumo yo mismo la responsabilidad por cualquier olvido, error o incongruencia y en el entendido de que no escribo en nombre de nadie ni en representación de alguien. Continuar leyendo

El presidente nos divide con su paz

El presidente Juan Manuel Santos decidió, en mala hora, dividir a los colombianos en amigos y enemigos de la paz.

Sin duda, se trata de un recurso de su improductiva campaña por la reelección con el que busca recuperar la imagen perdida. De esa forma, Santos compromete todo su capital político en una jugada desesperada (como en las partidas de póker), apostando al cañazo más difícil: que en La Habana, las FARC le den una ayudita con la firma de algún texto útil para vender la idea de que la paz está al alcance de la mano.

Varios y muy delicados son los problemas que se desprenden de este tipo de movidas. Por ejemplo, se pone en la mesa el destino de la sociedad colombiana y no el bolsillo o billetera del presidente cuando éste deposita una confianza total e incondicional en la supuesta buena voluntad de unas guerrillas que no han dado una señal certera y creíble sobre sus intenciones de ponerle fin al conflicto.

Esa experiencia la sufrimos trágicamente en la campaña electoral de 1998 cuando las Farc ayudaron al triunfo de Andrés Pastrana y luego cobraron, bien duro, ese apoyo para abrir un proceso de conversaciones que terminó en fracaso. La lección es contundente y clarísima. Un presidente o candidato al cargo no puede hipotecar su continuidad o su triunfo con fuerzas que se encuentran en la ilegalidad y que han causado tanto daño a la sociedad y al país. Significaría dar un paso más en la dirección de humillar el Estado.

También es sumamente grave, y por lo mismo irresponsable, que el jefe del Estado se rebaje al nivel de los politiqueros ordinarios que apelan a métodos engañosos para ganar el favor del elector. Santos está en la obligación ética y moral de explicar, más allá de cuñas simplonas y de mensajes románticos e ilusos sobre la paz, quiénes son amigos y quiénes enemigos de la paz.

Santos considera que es el líder del bando de amigos e incluye en él a la guerrilla fariana sin que ésta de muestras reales de estar de su lado. De manera que, sin mediar acuerdos ni compromisos de paz ni cese de fuego, las Farc obtienen el estatus de amigos de la paz mientras continúan matando soldados y destruyendo la infraestructura nacional. Los enemigos de la paz vienen siendo todos aquellos que critican los términos de una política de conversaciones de paz diseñados por un filósofo que no conoce el país. En conclusión, fuerzas políticas a las que perteneció Santos y políticas como la Seguridad Democrática, que él hizo suya cuando fue ministro de Defensa y respecto de la cual se comprometió a darle continuidad en la campaña del 2010, políticos, intelectuales, empresarios, líderes gremiales, víctimas de las guerrillas, son los enemigos de la paz.

No solo es grave que el presidente de todos los colombianos, en su afán por ganar la reelección y en su desespero por la caída en las encuestas, en vez de prestarse para el debate programático, de cara a la nación, de frente a los colombianos, opte por una maniquea división que no tiene lógica, que no es demostrable, que carece de asidero y de las más elementales pruebas que la lucha política requiere para hacer inteligible, argumental y sustentable una decisión.

No creo que la ciudadanía dispuesta a votar se deje impactar por ese tipo de argucias, pues no se precisa de pensamiento complejo ni de teorías o especulaciones filosóficas para entender que los enemigos de la paz no somos los críticos del entreguismo sino aquellos que se encuentran en La Habana impartiendo órdenes a sus frentes para cometer actos de terror. Cuando diversos matices de la institucionalidad afloran, con justas razones, es muy peligroso sembrar cizaña con ese tipo de dislocaciones.

Uno entiende que la lucha política tiende a la polaridad y a la simplificación de los bandos, pero, no se debe olvidar que en democracia, llevar a ese plan las bases de la institucionalidad, la Constitución y demás ideales y valores de la sociedad, puede conducir al camino de la disolución o del triunfo de quienes sí deben ser calificados como enemigos de ellos, como quiera que insisten en la violencia contra los que estamos del lado de la resolución pacífica de los conflictos.