La paz que queremos

Se equivocan de buena o mala fe los que tildan de guerreristas a quienes planteamos discrepancias y críticas sobre la manera como discurren las conversaciones de paz en La Habana.

De Perogrullo es aceptar que la inmensa mayoría de colombianos respondería positivamente la pregunta de si queremos o no la paz. Por tanto, debemos entender que el problema no está en el deseo, sino en los procedimientos, la metodología y los términos que se han empleado para alcanzar el objetivo, los cuales arrojan un amplio margen de descontento y desconfianza.

La opinión pública letrada y no letrada tiene, a estas alturas, suficientes elementos de juicio para procesar mental y políticamente todo lo que ha salido a flote en estos ya casi tres años de conversaciones.

Intentaré plasmar en una breve síntesis el punto de vista de quienes criticamos el proceso de La Habana, pero asumo yo mismo la responsabilidad por cualquier olvido, error o incongruencia y en el entendido de que no escribo en nombre de nadie ni en representación de alguien. Continuar leyendo

Hacia una paz tramposa

Cabalgan, el presidente, sus amigos y aliados, sobre el sofisma de que los críticos de esta negociación somos enemigos de la paz, que nos oponemos a negociar. De ahí su pretensión de presentar los intentos que hizo Uribe como una contradicción y demostración de incoherencia e hipocresía. El ex presidente Uribe no lo niega, confirmó que había realizado cerca de 26 acercamientos y que estos fracasaron porque los irregulares no aceptaron la condición de cesar hostilidades. Sostiene que la política de Seguridad Democrática estaba orientada a devolverles la seguridad a los colombianos y forzar una negociación con los violentos en condiciones impuestas por el Estado, lo contrario a la estrategia santista.

Por eso, la andanada contra el ex presidente y senador Uribe en las dos últimas semanas tiene mucho de argucias y de trama, preparada por varios personajes. No hay que ser agente 007 para ligar hechos y sacar conclusiones. El Gobierno anda empeñado en vender la idea de la cercanía de la paz. Para aclimatar su objetivo ha organizado campañas publicitarias, realizado giras nacionales e internacionales, ha ganado el favor de varios mandatarios, ha pronunciado discursos y conferencias en numerosos escenarios y ante públicos muy diversos. Es como si nos estuvieran preparando para una gran fiesta nacional en la que recibiremos a un invitado muy especial. Ha entregado las banderas éticas y morales del Estado en la lucha contra los terroristas, les ha dado reconocimiento, oxígeno, tiempo suficiente para reparar lazos y reponer energías, y hasta les facilitó reunión cumbre a los números uno de las FARC y el ELN.

Pero el invitado parece querer aguarle la fiesta cuando declara que la paz no está tan cerca, que faltan muchas cosas para discutir. Aprovecha la debilidad de carácter del gobernante y su premura para firmarla y entonces lo chantajea, le exige cosas que no figuran en los acuerdos iniciales, aumentan el número y la complejidad de sus demandas. Una de ellas, indica que hay que doblegar, destruir, arrasar o neutralizar a Uribe, al que consideran su principal enemigo. Ya lograron sacrificar a altos oficiales que les propiciaron fuertes golpes. Las Farc quieren todas las garantías y todas las seguridades para allegarse a una firma. Han pedido leyes y se las han dado o prometido, cambios y los han satisfecho, tiempos y se los han alargado, salvamento de jefes en peligro y los han obtenido. Pero, su presa principal es Uribe. Cazado Uribe, sus seguidores y su partido dejarán de ser una “amenaza” para ellos y para su paz.

Todos los elementos dan para hablar de una especie de confabulación, en curso quizás, desde cuando el presidente Santos, experto en esas mañas, era ministro de Defensa y llevó al filósofo Sergio Jaramillo al viceministerio durante el segundo mandato de Uribe. Entre ambos deben haber preparado las líneas gruesas y delgadas de su proyecto. La amistad que los une les facilitó mantener a buen recaudo su plan y darle tiempo al filósofo de redactar el documento que igualó al Estado con las FARC como apuesta inicial.En el camino han sucedido muchas cosas. Las muertes del “Mono Jojoy” y “Cano” (en operativos planeados por Uribe al final de su gobierno). El atentado contra el exministro Fernando Londoño Hoyos del que culparon a la “extrema derecha”. La expedición del Marco Jurídico para la paz, el nombramiento de un Fiscal dedicado a promover la impunidad para criminales de guerra y de lesa humanidad. El presidente, gran relacionista, ha ganado buenos aliados en las altas Cortes con su “mermelada”. En su campaña reeleccionista arrasó con el pudor y la vergüenza al invertir jugosas sumas en publicidad oficial.

Ahora está tramitando una reforma dizque para el equilibrio de poderes. Entre un artículo y otro hay verdaderos orangutanes como el de que se apruebe un referendo para ratificar la paz y se pase por la faja el control de constitucionalidad que habría que hacer en todo lo que se está cediendo, la eliminación del fuero del Contralor y del Procurador (para completar la captura de todos los poderes). El presidente ha debilitado la Fuerza Pública provocando varias crisis en el Alto Mando que ha dejado por el suelo a los mejores guerreros de la institucionalidad. Una Oposición estigmatizada como enemiga de la paz, un Ejército con sus altos mandos investigados por la Fiscalía, unos magistrados cooptados, otros cebados. Unos medios incondicionales que temen perder la pauta publicitaria oficial. Los partidos de la Unidad Nacional que renunciaron a la defensa del Estado y la democracia y prefieren hacerle la guerra a Uribe y al Centro Democrático. Y unas elites económicas, con honrosas excepciones, carentes de sentido del olfato para descubrir que los están llevando al matadero.

Todo este entramado, a la manera del rodaje de una película, se ha impuesto con el método de los hechos cumplidos. De a pocos, sin librar batallas teóricas o ideológicas, maniobrando con astucia, dando golpes bajos y arteros, diciendo una cosa y haciendo lo contrario, enviando mensajes de reconciliación a Uribe mientras lo ataca por otros lados. Periodistas supuestamente independientes caen de bruces en el lodazal de la mermelada oficial. Por eso dejan de ser creíbles Coronell, Arismendi, Yamit, el cuñado Pombo y el sobrino que dirige la revista Semana.

Cabe pues preguntar ¿hacia dónde nos conduce el presidente al acrecentar las expectativas de una inminente firma de la paz en lo que resta de este año?

Lo que se viene para el país no es nada agradable ni positivo para nuestra imperfecta y débil democracia. Un arreglo que llamarán Paz, concertada a la medida de una guerrilla crecida y arrogante, que poblará la vida nacional de aparatos, comisiones y leyes, sin penas de cárcel ni entrega de armas y con un andamiaje de estímulo de las luchas sociales y de masas en el marco de lo que llaman “democracia directa” que significa agitación y movilización permanente para agudizar las contradicciones del régimen, presionar por el cumplimiento de los acuerdos y exigir más y más y más.

Mientras tanto, instituciones legales y funcionarios públicos perderán poder y capacidad de ejercer y gobernar, expectantes e impotentes ante el espectáculo de un país entregado a las minorías de vanguardia. Lenin no la hubiera tenido tan fácil.
Será el final de una etapa e inicio de la segunda, la “transición”.

Comisiones de paz: no hay un solo relato

Las comisiones de la verdad en el marco de situaciones de extrema violencia estatal o de enfrentamientos asimétricos entre fuerzas estatales y grupos subversivos, conformadas bajo el criterio de víctimas y victimarios o culpables e inocentes, no siempre han arrojado resultados satisfactorios e incluso, se han dado casos en los que en vez de conducir al perdón y a la reconciliación han generado cadenas de venganza, reclamos sin fin y odios incrementados.

Lo primero que se puede decir a este respecto es que no existe una fórmula universal aplicable a todos los casos. No todos los conflictos sociales o políticos o guerras civiles que concluyen con la firma de la paz han acordado la formación de comisiones de la verdad y no siempre las que se han establecido han alcanzado sus objetivos.

¿Por qué es tan difícil lograr una visión consensuada sobre este asunto? Podemos ensayar varias respuestas. Una tiene que ver con el juego de roles e intereses de quienes han sido protagonistas de una confrontación violenta. Nadie quiere correr el riesgo de ser señalado culpable y algunos quieren figurar como víctimas. Otra alude a la falta de rigurosidad y claridad sobre lo que significa la verdad histórica y la verdad jurídica. Continuar leyendo

Hay capitulación en los acuerdos de La Habana

Con la publicación de los “Acuerdos de La Habana” el gobierno quiere hacernos creer que se trata de un acto de transparencia, para que se vea que no hay nada oculto, que no se ha negociado la propiedad privada ni la Constitución ni la Fuerza Pública y que lo hace para disipar rumores, desinformación y campaña negra. En realidad lo hizo, si nos atenemos a la versión del periodista Álvaro Sierra (ET 26/09/2014), para no quedarse atrás de las FARC que ya los habían publicado.

El ministro del Interior quiere reducir todas las voces críticas a una operación de “campaña negra” de los guerreristas, negando en los hechos el derecho al disenso. Piensa el señor Cristo, cuota del samperismo en el Ejecutivo, que basta con decir que no hay nada grave ni comprometedor en los acuerdos para que todos vayamos a dormir tranquilos. Continuar leyendo

Salvedades de las FARC para llegar al paraíso

En uno de sus portales, las Farc dieron a conocer un documento que contiene sus “Salvedades” al texto sobre narcotráfico firmado en La Habana días antes de la segunda ronda electoral por la presidencia. Sobre el tema de tierras y de víctimas también formularon salvedades a granel lo que da para pensar que lo que falta por “acordar” es muchísimo más que lo que le hicieron creer a los colombianos con bombos y platillos. Con el pomposo título “Política anti-droga para la soberanía y el buen vivir de los pobres del campo” presentan cincuenta propuestas. Haré mención a algunas de ellas sin pretender, por problemas de espacio, hacer un análisis detenido de las mismas.

Varios de esos puntos nos recuerdan un viejo proceder y un enfoque tradicional de las guerrillas comunistas cuando abordan cualquier tema social, político o económico, consistente en relacionar la parte con el todo de tal forma que quedamos ante un enorme incremento de los problemas.

En el capítulo quinto (salvedades 21 a 24) se exige al Estado el reconocimiento de las víctimas de la política antidrogas y la “suspensión inmediata de las aspersiones aéreas con agentes químicos y de los programas de erradicación forzada”, que significaría de bulto la paralización de la acción estatal. Las FARC no se consideran victimarias ni responsables del fenómeno. En el capítulo sexto (25 a 28) se plantea la “desmilitarización de la política anti-drogas, no intervención imperialista y descriminalización de los pobres del campo”. Las guerrillas no se mencionan a sí mismas en esa desmilitarización.

El capítulo séptimo (salvedades 29 a 36) contiene aquellas que consideran el problema del consumo y la adicción como un asunto de salud pública. Lo interesante es que no se quedan en esa particularidad sino que plantean algo más de fondo (“reforma estructural al régimen de seguridad social en salud”). Contundente demostración de su habilidad para ampliar los contenidos de la agenda hacia campos que no estaban consignados. De esa forma, los cinco puntos del Acuerdo Inicial se convierten en decenas y hasta centenas, porque lo que ellos pretenden, en realidad, es una transformación “estructural” de la sociedad colombiana para la que se precisa la convocatoria de una Asamblea Constituyente.

En el capítulo octavo (37 a 42) las FARC exigen que la política antidrogas esté “centrada en el desmonte de las estructuras narcoparamilitares, criminales y mafiosas entronizadas en el Estado”. Ellas se liberan de responsabilidad en el negocio y de la degradación y la violencia criminal que han propiciado. Proponen una Comisión para la “identificación del poder paramilitar” fieles a su concepción de que la violencia en Colombia ha sido y es propiciada por las clases dominantes, el imperialismo y un Estado aliado con grupos paramilitares. Exigen, además, la “depuración de las ramas del Estado…de los órganos de control y la organización electoral” y, para desmentir al presidente que afirma que el tema no ha sido ni será tocado en La Habana, la “Depuración de las fuerzas militares y de policía y de los servicios de inteligencia”.

En su desbordamiento propositivo, y para no dejar dudas sobre sus intenciones en esta negociación, abundan en exigencias de todo tipo, como la de que se conforme “una Comisión especializada de la verdad sobre la empresa capitalista transnacional del narcotráfico”, una “nueva institucionalidad democrática de la política antidrogas”, y, proporcional a sus sueños delirantes de grandeza la “reforma sustancial al sistema internacional de control de drogas de Naciones Unidas”.

La guerrilla fariana no es, por tanto, un interlocutor que busca la firma de la paz, sino la aprobación de sus programas y de sus propuestas, ya no solo sobre el país sino sobre el mundo. Y como el gobierno colombiano perdió toda autoridad moral para centrarlos y cerrarles la puerta, pues ahí los tenemos, igualados y crecidos ante el Estado colombiano. Intentan cobrar a nuestras elites y negociadores haber reconocido que la paz no es solo el fin de la lucha armada sino la realización del paraíso terrenal.

A pesar de todo lo que se ha dicho y de los textos firmados, un acuerdo de paz se ve en el horizonte si entendemos por tal, ese punto imaginario en el que se juntan el cielo y la tierra y que tiene la particularidad que se aleja de nosotros en la misma medida en que nos acercamos a él.

El presidente Santos nos abruma con su discurso de paz y trata el asunto como si de los colombianos de a pie dependiera su logro. Invita a mandatarios para que nos den lecciones de paz mientras las guerrillas siguen dando demostraciones de insensatez, aunque firman textos farragosos e insustanciales que hasta el demonio firmaría. Felipe González no hizo la paz con ETA y fue acusado de organizar grupos paraestatales para combatirla. Carece de autoridad para darnos lecciones de cómo hacer la paz. Tony Blair, que involucró a Inglaterra en la guerra del Golfo, tampoco tiene méritos para darnos ejemplo. Y un premio Nobel de Paz es invitado por Colciencias a un evento de científicos a hablar de la paz en Irlanda, la que más les gusta a las FARC puesto que no hubo ni cárcel ni entrega de armas.

¿Alcanzará la torta?

Concluyó una de las más reñidas, intensas, debatidas y mañosas campañas presidenciales de la vida reciente de Colombia con triunfo de Juan Manuel Santos.

Para la situación tiene validez el dicho de que la victoria tiene muchas madres y en cambio la derrota es huérfana. Sin embargo, me atrevo a darle créditos superlativos a la izquierda de todos los matices en el resultado, por lo que cabe esperar que le den una porción grande de la torta.

Intentemos explicarnos las razones que influyeron en la victoria del presidente-candidato más que enredarnos en especulaciones sobre las cifras. En mi parecer fueron muchas, unas muy propias de la dinámica y la publicidad electoral y otras no tan santas que permiten apreciar que a pesar del discurso contra “el todo vale” se hicieron cosas en esa dirección.

He aquí las que considero razones más importantes. Sin duda, la campaña santista fue exitosa con la retórica del miedo para dividir el país, astutamente, en amigos de la paz y partidarios de la guerra o extrema derecha. Una apuesta que graduó de pacifistas a las FARC. A la lista de partidos de la Unidad Nacional –Liberal, de la U y Cambio Radical, se sumó el comunismo ortodoxo de la Unión y la Marcha Patrióticas, la dirigencia más dogmática del Polo Democrático, los Verdes, los Progresistas y un importante sector de los conservadores liderados por el muy “progresista” Roberto Gerlein. Un abanico de extrema a extrema.

Entre los allegados a la gran alianza por la paz llegaron las FARC con su nueva tregua y el documento de “reconocimento” de las víctimas, y el ELN que aceptó jugar a favor de Santos al aceptar “conversaciones exploratorias”.

Con tirios y troyanos Santos adquirió una deuda enorme. Como ya agotó hasta el pegado de la mermelada, ahora le corresponde repartir la torta de la gobernabilidad. Hay demasiados mendigos con ponchera pidiendo algo a cambio. Todos reclamarán ser parte del festín para que la gratitud del reelecto presidente, que le dedicó más de la mitad de su flaca intervención de la victoria a darles gracias, se traduzca en porciones reales de poder.

En el triunfo jugaron un rol fundamental los grandes empresarios del país, desde Sarmiento Angulo hasta el Sindicato Paisa. La gran prensa hablada, escrita y vista fue clara y vergonzosamente, como señaló Juan Gosaín, inclinada a favor de Santos. Eso, al menos, indica que no habrá nuevos canales privados de televisión. Como vemos el “todo se vale” tiene espacio en las toldas oficiales aunque no siempre podamos decir que eso es “ilegal”.

El factor más descarado y delictuoso en la estrategia de la campaña reeleccionista se dio en el abuso de poder y de autoridad del presidente, concretado en las cuñas y pautas publicitarias costosísimas de institutos y organismos del Estado y del Gobierno que salieron a dar cuenta de su gestión, precisamente en época electoral. Esa publicidad coincidía con la de la campaña en el tema de paz como valor central de tal forma que el presidente gozó espuriamente  de la coincidencia adrede de las dos publicidades. Alcaldes y gobernadores fueron conminados a apoyar a Santos a cambio de partidas y obras en sus territorios y comunidades. Si hubiese independencia plena de poderes en Colombia, algún organismo debería estar investigando este hecho que no indica solo una falla ética sino una conducta delictiva por la utilización de recursos públicos para fines particulares. En el colmo del cinismo, hasta Humberto de la Calle se prestó para actuar en esas cuñas sobre la paz y las negociaciones en La Habana.

El Centro Democrático denunció la irrigación de miles de millones de pesos, en varias partes del país destinados a la compra de votos. Obsérvese el aumento de más del cien por cien de la votación a favor de Santos en varios departamentos y capitales. Con seguridad no fue a causa de una intensa labor programática de los ñoños, los musas, los Benedetti, los Cristo y los Barrera.

Toda o casi toda la intelectualidad de izquierda, semiizquierda, de los “progres”, de los liberales cultos, modernos y decentes, los independientes, los anarquistas tipo Caballero, francotiradores como Bejarano y linchadores de todo pelambre se lucieron con el insulto, el macartismo, el simplismo y el sectarismo, contra el candidato Zuluaga y contra izquierdistas como William Ospina y Robledo a quienes les hicieron matoneo de corte estalinista. Hasta Carlos Gaviria, desde su otoñal retiro, perdió la memoria de cuando afirmó que “a Juan Manuel Santos nunca lo han pillado diciendo una verdad”. Quedan muchas anomalías por relatar.

Pero, en momentos de efervescencia bien vale la pena hacer un llamado a los vencedores para que no se dejen obnubilar, a que cesen en su miserable cacería contra el expresidente Uribe y sus seguidores si es que de verdad están comprometidos con la paz. Esa paz no es sensata si conlleva a borrar del mapa o burlarse, atropellar o pisotear a quienes forman parte de ese honroso 45% que votó por Zuluaga. Esos siete millones de votos son el respaldo legítimo a la que será la nueva Oposición política, para la que, no por generosidad ni gracia del gobierno, tiene que haber plenas garantías como corresponde en democracia. La tristeza que sentimos es momentánea pues será reemplazada por el sentimiento de preocupación con la suerte de la Nación. El gobierno ecuatoriano, que había declarado muy peligroso un traspié de Santos y la paz para la seguridad de su país, puede dormir tranquilo. Maduro seguirá con la solidaridad de su mejor “amiguis”, Ortega ejercerá soberanía sobre nuestro archipiélago, y la dictadura castrista contará con el voto de Colombia para tapar sus violaciones a los derechos humanos.