El origen de ISIS y su guerra contra el mundo

En 1492 las tropas de los reyes católicos Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón pusieron fin a ocho siglos de dominación mora sobre gran parte de la península Ibérica, al derrotar al califato de Al Andaluz y al reino nazarí de Boabdil. Más de quinientos años después, un líder yihadista de Irak se proclama nuevo califa con la intención de revertir aquella derrota y establecer su dominio a lo largo de Irak, Siria, Libia, Marruecos y la Europa mediterránea.

El proyecto del califa Ibrahim Al Baghdadi se basa en operaciones tipo guerra de posiciones y acciones de comando terroristas en varios países y le ha declarado la guerra, prácticamente, al mundo entero.

Los Gobiernos de los países que han sufrido ataques de células integradas por “combatientes” que se inmolan durante su “hazaña” no han podido estructurar una respuesta adecuada para enfrentar el desafío. Sólo ahora, ante el reciente atentado en París, parece que se logrará un acuerdo entre las grandes potencias para eliminar el peligro.

En la llamada cultura occidental no existe unanimidad o consenso sobre este grave problema. Ni sobre su origen y sus causas ni sobre la manera de encararlo. Es propio del legado de la Ilustración y de los valores de la Modernidad que así sea. No hay que quejarse del desacuerdo, así que: ¡bienvenido el debate! Continuar leyendo

El fin justifica los medios también para las FARC

A propósito del llamado del presidente Santos a “desescalar” el lenguaje, vale la pena reflexionar sobre la relación entre comunismo y terrorismo. En teoría, el dogma comunista condena el uso del terror como medio para alcanzar sus fines. Sin embargo, los hechos históricos muestran una sistemática recurrencia al terror sin darle ese calificativo.

Desde Lenin, pasando por Stalin, Mao, hasta Fidel, Kim y otros déspotas, los comunistas cometieron y justificaron crímenes horrendos antes de la toma del poder y luego, siendo ya gobernantes omnipotentes.

Parece un contrasentido que para alcanzar una meta tan encomiable como la igualdad entre los hombres se causen tantos desastres. Tiene validez preguntarnos si la doctrina es ajena a tales atrocidades, si estas son el fruto de conductas desviadas o “consecuencias desagradables” de la lucha revolucionaria o si esta justifica todo tipo de medios y métodos, por crueles que sean. O, como suelen despachar algunos dogmáticos, se trata de campañas infames del enemigo de clase para desacreditar la lucha revolucionaria.

Para responder acertadamente a estas inquietudes, es menester recordar que la doctrina comunista es de naturaleza mística, sus seguidores creen estar cumpliendo una misión sagrada, salvar a la humanidad de las cadenas de la explotación capitalista y realizar el destino señalado: la sociedad sin clases. A dichos objetivos supeditan su accionar, que puede incluir el sacrificio de la propia vida. Continuar leyendo

Demasiado lejos, presidente Santos, ¡demasiado!

El presidente Santos, abusando de las formalidades de la diplomacia, ha llegado al extremo de pedirle a gobiernos extranjeros que intercedan ante las Naciones Unidas para que la CPI no interfiera la paz de Colombia y, a ofrecer sus servicios para gestionar ante el gobierno americano la suspensión de la extradición de líderes de las FARC comprometidos con el narcotráfico.

Cuando el presidente declara “No creo que ningún guerrillero vaya a entregar las armas para ir a morir a una cárcel norteamericana”, se convierte en emisario de las exigencias de las FARC degradando la dignidad de su cargo.

Para entender el abismo inmoral en el que ha caído el Gobierno Santos habría que reseñar la cadena de ominosas claudicaciones en las que ha incurrido a lo largo de un proceso que de meses es ahora de años. Bástenos en este artículo con apelar al ejercicio de la memoria para recordar con quiénes estamos negociando.

Hay que reiterarles a los colombianos y a los amigos del exterior que no estamos discutiendo si se debe o no negociar con terroristas. Que no abogamos por llevar a la cárcel a todos los guerrilleros ni esperamos una paz perfecta ni una justicia total. Claro que se puede y se debe negociar con organizaciones terroristas. Hay suficientes experiencias al respecto, no seríamos los primeros ni seremos los últimos.

La clave en nuestro caso radica en entender que el Estado colombiano está negociando con una organización calificada de terrorista por la Unión Europea, Estados Unidos y Canadá entre otras naciones y que se negocia con el fin humanitario de evitar más sufrimiento y más muertes. Dicha caracterización daría para no concederles estatus de contraparte ni reconocerles un poder superior al que tienen o una representación que no poseen.

Pero Santos se comporta como si estuviera negociando con unos rebeldes con causa. Lo hace con un fastidioso estilo consistente en tirar globos, desinflarlos para volverlos a lanzar. Con el Fiscal Montealegre y el expresidente Gaviria quiere llevar el país a firmar un acuerdo sin respetar los “mínimos de justicia” que exige la comunidad de naciones y la Corte Penal Internacional a la que Colombia pertenece.

Ha ido tan lejos, que solicita a algunos gobiernos hacerse los de la vista gorda respecto de la impunidad a la que le faltan solo detalles. Y que se hagan los de la oreja mocha ante los reclamos de la ONU, la CPI y la ONG Human Rigths Watch. El embajador en España, Fernando Carrillo, explicó a Blu Radio que el canciller español propondrá “en el Consejo de Seguridad de la ONU que se proteja mediante una resolución, un eventual acuerdo de paz… ante la CPI”.

No sabemos ni entendemos porqué Mariano Rajoy cedió tan fácil a tal desatino, allá que lidian con un grupo terrorista del que demandan rendición total, al que no le reconocen estatus para negociar no obstante haber decretado el fin de la lucha armada, algo que las FARC ni siquiera prometen. A Rajoy alguien debe hacerle entender que oficiará no por nuestra paz sino por la impunidad de criminales de guerra y terroristas peores que los etarras.

Al presidente Obama, lo deberían actualizar sobre los hechos de terror que han sufrido sus ciudadanos y empresas y sobre las miles de toneladas de cocaína que han traficado hacia su país. Estados Unidos es el país más amenazado del mundo por fuerzas terroristas, entre las que se encuentran las FARC, cuyos jefes son un resabio de la “guerra fría” que defienden un proyecto narco-comunista basado en el odio de clases.

La idea no es pedirles que se opongan a la negociación o a la rebaja de penas, sino, que le demanden al gobierno colombiano exigir la entrega de armas, imponer penas de cárcel y negar elegibilidad política para jefes guerrilleros condenados por delitos como: el secuestro sistemático de civiles, el reclutamiento de miles de menores, el arrasamiento con armas artesanales y letales de decenas de poblaciones, la voladura de un club social repleto de civiles y de una iglesia con más de cien fieles que huían de un combate, la siembra indiscriminada de minas antipersonal que han dejado miles de muertos y mutilados, el asesinato a sangre fría de los diputados del Valle del Cauca, los concejales de Rivera, del exministro de Defensa y el gobernador de Antioquia. No son, pues, luchadores justicieros ni excelsos demócratas ni perseguidos políticos.

Esos delitos no son, hoy en día, merecedores de indulto o amnistía ni excarcelables, como si fuesen conexos con la rebelión, otro de los adefesios penales y morales que pretende validar el gobierno. La comunidad de naciones, después de agotadoras negociaciones, alcanzó un consenso al crear la CPI, organismo que por fortuna insiste en la obligatoriedad de castigar con prisión a los culpables de delitos atroces, calificar ese logro como un capricho o decir que es una obsesión respetar su estatuto es ofender al mundo civilizado.

Los gobiernos inglés, francés y sueco –este último tolera en su territorio a ANNCOL, portal de las FARC- están obligados a ser consecuentes y coherentes con el deber moral y ético de luchar contra todo tipo de terrorismo y en exigir que toda negociación con esas fuerzas debe estar precedida por la renuncia a la violencia y la intención de someterse a la Justicia Transicional.

El yihadismo y la corrección política

Pensar que en nuestra cultura occidental nada hay por defender es lo mismo que darnos por perdidos ante la declaratoria de guerra de los yihadistas. Algunos sectores de opinión en nombre de “poner las cosas en contexto”, unos sin esguinces, directos, otros taimadamente, nos desarman al invertir la responsabilidad de los atentados en París.

Todos ellos, como si hubiese un lazo causal mecánico entre el pasado y el integrismo, recuerdan que Francia fue una potencia colonial que exprimió a varios pueblos dejándolos en la miseria. Dan por descontado que hay racismo, discriminación e injusticias sociales, etc. Razonamientos similares contra “el imperialismo yanqui”, la sociedad de consumo y el capitalismo, etc., circularon profusamente cuando se produjeron los ataques de Al Qaeda contra los Estados Unidos en septiembre de 2001, en marzo del 2004 en Madrid y el Metro de Londres en julio de 2005.

No creo necesario citar a alguien en particular, basta entender que se trata de una forma de explicar el terrorismo y el fanatismo que termina convirtiendo a las víctimas en victimarios. Un espeluznante ejercicio de inversión de la culpa que concibe la historia como venganza y retaliación.

Es también una manera de analizar el terrorismo islámico como un fenómeno causado por Occidente, el imperialismo y el capitalismo, por la expoliación económica, la marginación social y el racismo, es decir, por factores exógenos y objetivos.

Esta línea de pensamiento, al menos la más culta, está enraizada con el estructuralismo y el materialismo histórico, corrientes para las que todo lo que se da en del orden de la subjetividad, el pensamiento, las ideologías, la experiencia religiosa, constituye la superestructura que depende siempre de una base material, la economía, y todo acontecimiento a un conjunto. Marx lo resumió al decir que las formas de pensar de una sociedad son fruto de las condiciones materiales de existencia, y, se anula, atenúa o diluye la explosividad de un hecho en un amplio campo referencial.

Otra tendencia es, digamos, más ordinaria porque es de las que “menciona la soga en casa del ahorcado” o cínica porque ubica en la víctima la causa del delito “los de Charlie se la buscaron por blasfemos”. Una línea más no se presta para una discusión racional porque hablan dogmáticamente desde una posición pro yihadista o antisemita. Es preferible debatir con aquellos que movidos por un sentimiento de culpa y por una baja autoestima respecto de lo que somos esconden sus vacilaciones diciendo que condenan el terrorismo “pero es que Francia…”

Si bien la blasfemia enerva o molesta a quien la sufre, en este caso a los islamistas, es una ingenuidad pensar que lo políticamente correcto es que no se dibujen ni divulguen caricaturas provocadoras, pues sería aceptar la desaparición de este género, acogido hace siglos, cuya naturaleza es la irreverencia y la mofa de lo sagrado y del poder. Vendrían después, dichosos, los integristas musulmanes y dictadores de todos los pelambres a abatir la libertad de expresión, el teatro, la pintura, la poesía y otros géneros transgresores en los que los seres humanos damos rienda suelta a la creatividad, y hasta querrán que las mujeres se vistan con mayor “decencia”.

Si llegáramos a aceptar tal mutilación ¿creen los amigos de la “contextualización” que desaparecería el yihadismo? A lo que apunto es a pensar que los integristas musulmanes leen y siguen El Corán literalmente y como un mandato divino. Si bien no existen fenómenos puros o totalmente aislados de un conjunto de circunstancias, en la génesis del fanatismo no siempre los factores externos son fundamentales. El motor de su crecimiento exponencial y de su accionar terrorista nace de vivencias y visiones de ulemas e imanes, expertos predicadores, que se erigen en intermediarios o portavoces de alá. Tiene que ver también, con una cosmogonía en la que, como en el Medioevo occidental, lo político está supeditado a lo religioso.

La novela “Me llamo rojo”, del turco Orhan Pamuk, Nobel de Literatura 2006, es una excelente puesta en escena de los mitos y prejuicios de la religión musulmana. ¿Negarán los amigos del “contexto” que la libertad que ellos no aprecian pero utilizan para escribir con toda liberalidad, no tendría la más mínima opción de circular en sociedades cerradas y controladas por los yihadistas o ayatollas ultraconservadores erigidos en la nueva Inquisición?

Que el problema con el fanatismo musulmán no se resuelve aceptando el sacrificio de nuestras libertades ni su inteligibilidad se agota en el “contexto” de causas externas, se puede ver claramente en las cobardes incursiones armadas de los talibanes contra una escuela infantil en Pakistán, en las salvajes acciones acometidas por el grupo Boko Haram en países empobrecidos como Sudán, Malí, Chad, Somalia y en las aberrantes acciones del Estado Islámico en Siria e Irak. ¿Les funciona ahí el “contexto”? ¿Por una blasfemia? ¿Por ocupación colonial?

Es cierto, Francia tiene lastres, como casi todas las potencias. Sin embargo, hay que recalar en la no despreciable riqueza de valores que, por otra parte, nos han legado, como por ejemplo, la supresión de la primacía de la religión sobre la política, vivir la discrepancia y los conflictos, la tolerancia religiosa, las libertades individuales, la democracia y un largo etcétera. Los valores de Occidente aunque han navegado en aguas turbulentas no son cosa de poca monta.

Si uno aprecia estos valores y es consciente que siguen vigentes a pesar de su imperfección o su inacabamiento los debe asumir como un referente para forjar un mundo capaz de convivir en medio de sus diferencias y diversidad en vez de buscar el cielo en la tierra. Los yihadistas son los responsables del terrorismo actual, su víctima no es solo un país o una cultura, es el mundo entero, incluidos sus hermanos, los islamistas moderados. No son el fruto de un irrespeto o maltrato sino de una forma de asumir su religión.