La mala hora de la democracia venezolana

En una de sus primeras entrevistas internacionales, concedida por Hugo Chávez Frías a CNN, declaró sin titubeos que Fidel Castro era un dictador. Quiso marcar diferencia para diluir los temores de unos cuantos que, en medio del fervor de su triunfo electoral, se atrevían a poner en duda sus calidades de demócrata.

Si hay que mentir se miente, es un mantra que todos los dictadores siguen al pie de la letra. El régimen chavista lleva 16 años en el poder, y, en apariencia, se ha sostenido gracias a los procedimientos y reglas de juego de la democracia. Solo una vez fue derrotado, en el referendo de reforma constitucional (2007) y no tuvo empacho en amenazar a los vencedores: “Su victoria es una victoria de mierda”. En efecto, meses después, apoyado en los llamados poderes excepcionales otorgados por la Asamblea Nacional -Ley Habilitante- realizó todo lo que la ciudadanía había rechazado.

Chávez, el chavismo y sus secuaces han jugado con la democracia con total desparpajo e impudicia. Han falseado las elecciones hasta hacerlas inocuas, las han utilizado a la manera bonapartista, para anularla. Han apelado a métodos fascistas, con las brigadas paramilitares armadas que disparan y matan para sembrar el pánico entre los opositores. Y las han usado a la manera comunista como escalón para conquistar el poder y eternizarse en él a cualquier costo, para proceder a su desmonte.

En ese camino de humillación y destrucción de la democracia, los chavistas han contado con herramientas y circunstancias formidables. En primer lugar, resignificaron el pensamiento de Simón Bolívar, a quien por poco colocan en sitial de marxista o socialista. El discurso bolivariano les ha servido de paraguas para justificar sus “hazañas” y atraer incautos dentro y fuera de sus fronteras. El petróleo en el que Venezuela entera se ahoga ha servido para instrumentalizar la diplomacia del chantaje “yo te regalo tú me apoyas” en los organismos regionales como la OEA, donde ya es mayoría y en la creación de nuevas instituciones burocráticas como el ALBA, la Celac y Unasur. La propagación del ideal “bolivariano” y de su experimento socialistoide se ha cristalizado gracias a las dádivas y a costa del empobrecimiento interno.

Los resultados están a la vista: la OEA ha validado todas las elecciones, ningún gobierno alza su voz contra los atropellos evidentes y graves a las libertades y a la democracia. Reposicionaron a Cuba como adalid de la democracia y la libertad, resucitaron la dictadura castrista, entregaron su soberanía a los Castro que son los que dicen qué se debe hacer y cómo proceder. Han concretado alianzas con potencias extracontinentales, Rusia, China e Irán, que se caracterizan por su antiamericanismo, y han brindado facilidades a grupos terroristas y fundamentalistas que merodean por la región. Además, albergan en su territorio a jefes de las guerrillas terroristas de las FARC y del ELN.

Los chavistas, desde el finado Chávez hasta el impostor Maduro, se apoyan en un discurso plagado de ordinariez en el que el insulto, el adjetivo descalificador, la difamación y la amenaza afloran ante cualquier manifestación de crítica y de protesta.

En la exhibición de su grotesco poderío han arrasado con la iniciativa privada. Venezuela hoy es un país casi sin empresarios. Con la libertad de empresa, con el cierre de medios tan poderosos como decir O’Globo en Brasil, Prisa en España o Caracol en Colombia. Cancelan licencias, cierran canales, emisoras. Ya no hay ni papel para la prensa diaria. Lo último fue la asfixia por vía económica a una cadena de televisión durante la campaña presidencial anterior, y el reciente ataque a NTN24. El modelo de economía estatizante y su populismo regalista han causado grave crisis de abastecimiento.

La violencia contra los “enemigos” no ha faltado. Garrote, contramarchas, disparos, heridos y muertos a manos de agentes camuflados al servicio del régimen. Es la señal inequívoca de que están dispuestos a lo que sea para mantenerse en el poder. Si golpearon a varios diputados, entre ellos a la valiente Corina Machado, ¿qué no harán en el futuro? Poco a poco se han ido quitando su máscara de demócratas puesto que en democracia los conflictos y contradicciones se resuelven a través del voto mientras en las dictaduras es por medio de la represión y la violencia.

Y para redondear la faena, acusan a enemigos externos, el imperialismo, Bush, Obama, Uribe y paramilitares colombianos de promover las protestas populares, al estilo castrista que culpa a los EE UU del fracaso de su sistema económico supuestamente superior.

No la tienen fácil los luchadores venezolanos agrupados en la MUD. Enfrentan la dupla chavismo-castrismo. La derrota o derribamiento de una dictadura siempre ha supuesto enormes sacrificios. La MUD parece estar dividida en torno a la vía a seguir. La acción de calle, la protesta permanente, pacífica, para obligar al dictador a renunciar, llamando la atención del mundo, como ocurrió con las manifestaciones estudiantiles. O, esperar a conquistar más adeptos entre una población aún adormecida por las dádivas y los subsidios del gobierno impostor. Ambas tendencias tendrán que entender que sin unidad no será posible la victoria, que la crisis de abastecimiento, cambiaria y de corrupción generada por Chávez y sus herederos es ocasión propicia para ponerse al frente de la población inconforme. Para que caiga el fruto maduro hay que sacudir las ramas del árbol. La quietud no conduce al cambio.

CODA: Hay que salvar a Leopoldo López de las garras del régimen chavista. La resistencia venezolana requiere un embajador que recorra el mundo invocando la solidaridad.

Medellín 17 de febrero de 2014

El modelo neodictatorial del ALBA atropella

No son buenos tiempos para la democracia en nuestra subregión. Después de un breve lapso en que se estableció el juego electoral y fueron eliminadas todas las dictaduras, excepto la cincuentenaria de los Castro en Cuba, estamos en presencia de señales preocupantes.

Los signos de alerta no son ya mera retórica, provienen de gobiernos y gobernantes que haciendo uso de métodos democráticos están transformando las constituciones para cambiar las reglas de la competencia por el poder político y las que rigen la economía.

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Colombia: ¿quién tiene las llaves de la paz?

Si es verdad que el presidente Santos llamó al presidente impostor de Venezuela, Nicolás Maduro, para informarle que iba a recibir al jefe de la oposición, Henrique Capriles, estamos ante una clara abdicación de soberanía. Mucho se ha especulado acerca de si la movida de Santos obedecía a un cálculo, algo así como una apuesta para ver qué tipo de reacción tomaba Maduro o más bien una cosa ideada con el fin de demostrar independencia y zafarse de la tutela del vecino en las negociaciones de La Habana con las FARC, y ganar puntos en la contienda presidencial ya en marcha en el país. Sea lo que fuere, es inaceptable que en las relaciones internacionales se proceda como jugando al póker. La política exterior debe llevarse con más seriedad y obedeciendo a criterios muy pensados y de largo aliento.

Si hubo la llamada, eso da para pensar que el acuerdo Chávez-Santos de Santa Marta tuvo un significado mucho mayor que el que sirvió a Santos para declarar a Chávez su nuevo mejor amigo. Haciendo memoria fue exagerado lo que cedió nuestro primer mandatario en aquella histórica cita. Primero, echó en saco roto los justos reclamos por la presencia de bases y líderes farianos en territorio venezolano con aquiescencia del gobierno y sus fuerzas militares. Segundo, Colombia deshizo el trato que tenía con los Estados Unidos para el reforzamiento y modernización de bases militares colombianas, proyecto que había levantado ampollas del gobierno chavista. ¿Todo a cambio de qué? De convertirlo en facilitador de un proceso de paz incierto y sin compromisos serios de parte de la guerrilla para abandonar la lucha armada. De manera que no solo cedimos en materias sensibles de seguridad y de equilibrio estratégico, sino que se abrió el espacio para que Chávez se convirtiera, nuevamente, en factor clave en la resolución de la violencia colombiana, se entrometiera en nuestros asuntos y chantajeara con el retiro de su apoyo ante el más mínimo incidente.

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Lo que está en juego en Venezuela

La elección presidencial del próximo 7 de octubre en Venezuela tendrá repercusiones continentales. Las expectativas rebasan con creces la dinámica interna de la lucha entre Hugo Chávez y Henrique Capriles. Está en juego, de un lado, la continuidad del proyecto de socialismo bolivariano, con todo el perjuicio que ha implicado para la economía, las instituciones republicanas, las libertades y la democracia, y, de otra parte, la posibilidad que abrazan, hoy con más realismo, los demócratas unidos en torno a la joven figura de Capriles, para iniciar la operación de salvamento de todo aquello que Chávez ha puesto en franco retroceso.

No es asunto de poca envergadura el dilema que afrontan, pues, los venezolanos. El triunfo de Chávez significaría la profundización de la demagogia, del populismo, del estatismo, de la anulación de la empresa privada, de la cancelación de las libertades individuales, del cierre de la prensa opositora. Su triunfo representaría la autorización para seguir el camino castrista y la imposición de un régimen dictatorial revestido de demócrata. En plata blanca, el país hermano está abocado a decidir entre el abismo chavista o el camino espinoso de la restauración de la democracia, las libertades y la recomposición de un modelo económico sustentable, mixto, que respete la iniciativa privada y que detenga el desbordado gasto y feria de recursos de la burocracia corrupta que ha engordado a expensas de Chávez.

Pero, más allá de sus fronteras, el gobierno venezolano ha logrado forjar y hacer realidad un modelo de revolución que a partir de las dádivas en petróleo se ha extendido y consolidado en varios países del continente. No se puede negar que el uso abusivo de esa riqueza le ha permitido al chavismo irrigar movimientos antinorteamericanos y estatizantes, antiglobalización y anticapitalistas, al menos de palabra. De tal forma que Chávez se ha convertido y ha convertido a Venezuela en un punto de gran importancia geoestratégica, al menos en la región, aunque no se deben despreciar sus relaciones con potencias extracontinentales como Rusia y con países tradicionalmente rivales de Estados Unidos como las dictaduras de Irán, Siria y la Libia de Ghadafi. Su revolución llama la atención y goza de simpatías en los pequeños estados antillanos y en el recién constituido eje del ALBA (Alianza Bolivariana para las Américas). Ha ejercido un fuerte liderazgo en la formación de Unasur y en el desprestigio de la OEA. En suma, es un referente obligado en la política internacional en el continente americano. Todo ello se podría echar a perder, en buena medida, ante el triunfo de Capriles, quien promete dirigir sus esfuerzos hacia la recomposición de las instituciones y de la economía internas. El resultado del 7 de octubre será decisivo, en sentido positivo o negativo para muchos de los aliados del chavismo.

Sin embargo, el país y gobierno cuya suerte depende en grado sumo de esta elección es el cubano. Cuba es un país que nunca ha podido hacer viable su promocionada revolución. Siempre ha dependido de ayudas y solidaridades externas. En Venezuela ha construido un muro de contención y protección en torno al caudillo gracias a quien recibe petróleo en grandes cantidades que paga en especie con el envío de técnicos y profesionales y un numeroso cuerpo de seguridad que rodea a Chávez.  Cuba depende hoy más que nunca de las dádivas de un tercero. La derrota de Chávez, sería, muy probablemente, el hundimiento definitivo de su economía.

Acuerdos políticos y militares con Irán, con Rusia, protección a los etarras, solidaridad con las satrapías árabes, regalos y precios subsidiados a los países antillanos, chorros de petróleo para Cuba, soporte a los países del ALBA y a gobiernos aliados en Suramérica, todo ello es lo que está en juego en las elecciones presidenciales venezolanas. Corren peligro los gobiernos cada vez más autoritarios de Evo en Bolivia y Correa en Ecuador, pero también el muy corrupto e ilegítimo de Ortega en Nicaragua. Un enorme desafío a un ordenamiento forjado e inflado con el petróleo, estimulado con un discurso antinorteamericano, que arremete contra las libertades de prensa y de opinión, desfigura la democracia al entronizar unas reglas de juego que hacen casi imposible el cambio o el relevo democrático. Peligra la retórica ampulosa, chabacana, desafiante y ordinaria de un caudillo que quiere pasar a la gloria eterna y sembrar el culto a la personalidad en torno de su imagen magnificada artificiosamente por sus áulicos de adentro y de afuera de su país.

No se puede minimizar el impacto y la trascendencia que la elección del 7 de octubre puede tener para Colombia. Basta constatar que no obstante la buena relación del caudillo con el presidente Juan Manuel Santos, el territorio venezolano sigue siendo utilizado a placer por los altos jefes de las guerrillas colombianas que han encontrado protección de ese gobierno y proyección política para impulsar la revolución bolivariana de la que dichas guerrillas son adalides y, en cierta forma, vanguardia armada, retaguardia ante una supuesta invasión imperialista o “conspiración de las oligarquías”. Es claro que estas guerrillas también se verán beneficiadas o perjudicadas de acuerdo con el resultado.