Réquiem para un amigo

Diego Guelar

Tuve la honra de conocer a Adolfo Suárez siendo un joven militante que visitaba Madrid en forma clandestina a mediados de 1978. Él era primer ministro de España y quiso conocer de primera mano lo que pasaba en Argentina durante “los años de plomo”. Un amigo en común le sugirió escuchar mi relato.

Cuando el 23-F –alzamiento del Cnel. Tejero en 1981- volví a Madrid y nos encontramos a las 48 horas de su liberación del Palacio de las Cortes, detención que todo el mundo pudo ver por obra y gracia de una cámara que los amotinados no llegaron a destruir. Negándose a arrojárse al suelo -cómo habían hecho todos sus colegas diputados con la excepcion de su vicepresidente, el general Guttierrez Mellado- había enfrentado de pie a los Guardias Civiles y sus amenazantes ametralladoras al grito de: “España no se arrodilla ante los golpistas”.

Ese 23 de Febrero, unos minutos antes de la irrupción de Tejero en el emiciclo, Adolfo había renunciado a la presidencia del gobierno después de 5 años de una transición democrática ejemplar jalonada por los “Pactos de la Moncloa”, la Constitución de 1978, la construcción de la autonomías regionales, la legalización del Partido Comunista, la ley de divorcio y, sobre todo, el establecimiento de un sistema de partidos vigente hasta hoy.

Asumió el gobierno en 1976 tras la muerte de Franco, con sólo 43 años, por decisión del rey Juan Carlos, de quien era amigo y confidente. Había sido el ministro más jóven del último gabinete del “Caudillo”. Entendió que España debía democratizarse e integrarse a Europa y a la OTAN. Fueron los socialistas de Felipe Gonzalez y los populares de José María Aznar quienes completaron la obra que Adolfo había dejado plantada, y bien plantada.

En mayo de 1981 vino a la Argentina por iniciativa de los doctores Angel F. Robledo y Fernando de la Rúa, en una pequeña comisión que tuve el honor de integrar. El general Viola gobernaba y prometía una “transición” hacia la democracia.  Adolfo tomó el guante y vino a testimoniar cómo podía recorrerse el difícil camino entre la dictadura y una democracia moderna. Su ejemplo fue utilizado por nosotros y todos nuestros vecinos. Se quedó aquí cinco días, recibió a los partidos que empezaban a asomar, viajó a Córdoba -donde tuvo que interrumpir una conferencia por amenaza de bomba- y hasta concurrió al velatorio del doctor Ricardo Balbín.

Durante la Guerra de Malvinas, fue el impulsor de la mediación del rey Juan Carlos y llegó a reunirse en la embajada británica en Madrid con un emisario de Margaret Thatcher- su gran amiga- proponiéndole una administración conjunta de las islas por 30 años bajo las banderas argentina, española e inglesa, con desocupación de las tropas argentinas y desmilitarización total del Atlántico Sur. A su pedido, le hice conocer esa propuesta al general Galtieri, quien se negó a darle entidad. El resto es historia conocida.

El alzheimer lo alcanzó en el 2003. Recorrió el mundo la foto del rey Juan carlos visitando a quien hiciera “Grande de España” y Duque de Suarez, tomándolo cariñosamente por los hombros. Muchos jóvenes ignoran todo lo que aquí relato. No debe extrañarnos: pareciera que nosotros hemos optado por una memoria selectiva, segmentada y superficial. Pero la Historia es la Historia y Adolfo Suárez fue y será siempre un Grande Hombre Universal, que supo incluirnos en su mundo y logró ayudarnos con su obra ejemplar, que en Argentina todavía no hemos concluido.

Adiós, Adolfo, seguro que ya estás bien instalado a la diestra del Creador.