¿Traicionar o encubrir?

Es difícil que prospere la denuncia por encubrimiento contra la presidenta y otros funcionarios que efectuara el Fiscal Nisman el pasado 14 de Enero. La conducta adaptada por Cristina Kirchner es claramente una decisión política difícilmente judicializable.

Transformar a quien está acusado de agresor en “socio para la búsqueda de la verdad” es una figura por demás exótica y difícilmente equiparable a cualquier otra negociación internacional conocida (por lo burda, no porque no existan otras que puedan ser aún más hipócritas)

Es cierto que hay famosos casos de “reconciliación post-bélica” como EE.UU con Japón, Alemania o Vietnam o los programas de contención nuclear entre EE.UU y Rusia durante y después de la Guerra Fría; o todos los acuerdos de eliminación de tensiones o “hipótesis de guerra” existentes en los 5 continentes.

Brasil y Argentina o Chile y Argentina son ejemplos de conflictos más que centenarios que pudieron ser superados sin enfrentamientos bélicos y que se encarrilaron por el sendero de la cooperación y la integración. Ni hablar de las guerras intra-europeas que fueron eliminadas vía la construcción de la Unión Europea.

El caso de la imputada agresión iraní a la República Argentina es atípico. Nunca hubo una declaración de guerra, y nunca se interrumpieron las relaciones diplomáticas ni comerciales. Es cierto que tampoco quedó acabadamente probado el atentado en sede judicial y no fue asumida por Estado o agrupación terrorista alguna. La causa no pudo avanzar más y muchas de las probanzas acumuladas fueron declaradas judicialmente nulas por irregularidades procedimentales.

El delito de “encubrimiento“ de un delito no probado es tan difícil de acreditar como caer en los términos del art. 214 del Código Penal, que sanciona “la traición a la Patria”, otra vía que podría haber explorado el fiscal Nisman.

En este último caso, la figura penal exige “tomar armas contra la nación, unirse a sus enemigos o prestarles ayuda o socorro”. Claro que el delito exige que haya una declaración formal de guerra o que existan hostilidades que alcancen para configurar un “estado de guerra”. “Encubrir” o “traicionar” son categorías legales que se confunden con dimensiones éticas que pueden cruzarse o mantenerse en carriles paralelos.

Lo importante es conocer la verdad y, muchas veces, el proceso jurídico, aunque no concluya en una sentencia condenatoria, puede arrojar luz sobre episodios oscuros de la historia.

Espero que la Cámara de Apelaciones que revise lo decidido por el Juez Rafecas tenga en consideración este razonamiento y le ordene al mismo juez (o a otro) diligenciar las pruebas solicitadas por el Fiscal Pollicita. Así podremos saber lo que Nisman creía tener probado. Es lo menos que merece su memoria.

Volver a la alegría

La política heredó de la filosofía una tendencia marcada hacia la solemnidad. La “seriedad” se opone al “humor”;  lo “profundo” a lo “profano”;  lo que no es “científico” es “populista”.

Si hubo algo verdaderamente revolucionario en la Constitución Norteamericana de 1782, es la reivindicación de “la búsqueda de la felicidad” como objetivo establecido en su Preámbulo (feliz aporte de Thomas Jefferson).

Dos genios como Albert Einstein y Charles Darwin confesaron en sus autobiografías el imperativo personal de conservar el espíritu lúdico y la curiosidad infantil como un elemento fundamental de la capacidad creadora.

No hay duda que el “espíritu de sacrificio” y el poner los “ideales por encima de la propia vida” han ilustrado las mejores páginas de la Historia pero, muchas veces, el relato argumental ha ocultado el sentido del humor, el instinto erótico y el rico anecdotario de los protagonistas que poblaron los principales episodios de la historia universal, regional y local.

Como protagonista de los 70 puedo dar fe de esa ambivalencia entre lo sublime y lo ridículo de una década rica en contradicciones pero fundacional para los sucesos que vendrían y (aún ) vendrán.

La presidente Cristina -como siempre muy creativa, especialmente en los momentos más difíciles- ha propuesto una nueva contradicción entre “la alegría” y “el silencio”. Falsa de falsedad absoluta.

La Presidente no nos propone “la alegría”, nos propone la mentira, la decadencia y un supuesto “relato setentista” nacional, popular y antiimperialista que repite argumentos que eran “heroicos” hace 45 años. Si bien es cierto que en mucho fueron equivocados, miles de jóvenes arriesgaron sus vidas -muchos la perdieron- por esos ideales. Mi respetuoso homenaje a ellos. Ninguno de sus actuales “profetas” está asociado a ese heroísmo pasado.

El “silencio propuesto el #18F no es otro que la vigilia de un futuro mejor. Ese es el mensaje del reencuentro generacional que millones de argentinos (desde las calles y desde las casas frente a la TV) están formulando a “los que vienen”.

Nadie cree que la Presidente pueda escuchar reclamo alguno. Ella está ciega y sorda (no muda) a cualquier posibilidad de autocrítica o cambio de rumbo.

Ya estamos en el futuro porque el presente es solo pasado.

El gran desafío de todos los que se candidatean a liderar el mañana es entender que, esta vez, tiene que ser en serio por que las energías consumidas nos dejan poco margen para volver a la estafa de la nueva expectativa pública.

La verdadera “alegría” es regeneradora y es una máquina poderosa para crear aspiraciones de cumplimiento posible.

Un mundo en ebullición nos espera para ayudarnos y recibir nuestro aporte, desde nuestra región, para enfrentar los desafíos que el género humano deberá resolver en este siglo.

Qué significa el apoyo de la ONU en esta crisis de deuda

Las señales son todas positivas : el Grupo de los 77+China presentó un proyecto en la ONU para “ elaborar, mediante un proceso de negociaciones intergubernamentales, un marco jurídico multilateral para los procesos de reestructuración de deuda soberana”. Se fija un plazo indicativo de “un año” para “sentar las bases de una Convención Internacional que fije el procedimiento y el porcentaje que tornará obligatoria dicha restructuración” para todos los acreedores.

Por supuesto, no habla de “los buitres” ni del desconocimiento de sentencias firmes ni de la posibilidad de eludirlas por canje de títulos con cambio de domicilios de pago.

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Paremos la locura

Estamos a punto de caer al precipicio. Podríamos evitarlo fácilmente si actuáramos con racionalidad y prudencia. La Presidente tiene todos los instrumentos al alcance de la mano: mayorías parlamentarias, una oposición moderada y consciente de los riesgos que enfrentamos, y puede dialogar con los gobiernos amigos -EE.UU, China, Japón, Rusia, Brasil, Alemania-, que pueden ayudarnos a destrabar este entuerto. También cuenta con los recursos para constituir un fondo de garantía a satisfacción del Juez de la causa – sí, ¡el Juez Griesa! – o puede recurrir a banqueros internacionales y nacionales para que adelanten los fondos.

Lo que no puede hacer es ignorar que existe una sentencia firme ni pretender desacatar ese fallo partiendo de un juicio de valor que compartimos la mayoría de los argentinos pero que no podemos imponer unilateralmente.

El juez Griesa está equivocado pero no creo que sea un juez venal ni un socio de los Fondos Buitres. Si volvemos a “foja cero” y, tal como vinimos haciendo por diez años, acatamos la jurisdicción acordada en los contratos y hablamos directamente con el Juez -sin intermediarios ni mediadores- podremos encontrar la fórmula más conveniente para salir de este atolladero con el más decidido apoyo de la ciudadanía argentina y de la comunidad internacional.

Tampoco tenemos que violar los compromisos que tenemos con quienes aceptaron los canjes del 2005 y el 2010.  Solo en los últimos tres meses, hemos emitido más pesos que los equivalentes en dólares suficientes para pagar a todos los holdouts al contado.

El problema no es el dinero, sino la ceguera de persistir en una conducta que no nos deja salida alguna. No es el momento para posiciones principistas vacías ni soluciones abstractas que chocan con la testarudez oficial. Tampoco de construcciones alternativas al desacato planteado.

Argentina no ha podido, hasta ahora, encontrar su rumbo como nación sustentable y creíble. Tenemos la oportunidad de demostrar que hemos aprendido de nuestros errores y que podemos rectificarnos a tiempo. Resbalar, en este momento, es caer muy violentamente y, las consecuencias, las pagaremos por muchos años.