Suicidio fraguado

Pese a la inicial obsesión gubernamental por avalar la hipótesis de un “suicidio simple” o un “suicidio instigado”, todo indica que estamos frente a un liso y llano “suicidio fraguado”.

La ausencia de un dispositivo eficaz de custodia, la vulnerabilidad de la puerta de servicio, la inexistencia de rastros de pólvora en la mano del fiscal y, por sobre todas las cosas, la expresa “voluntad de vida” de Nisman, son algunas de las evidentes señales que indican la parodia de un suicidio orquestado por su o sus asesinos.

La descalificación previa y posterior a la muerte del Fiscal por parte de todos los voceros del Gobierno agravan este cuadro que se ha convertido en un verdadero escándalo nacional e internacional. Alcanza con leer las noticias de todos los medios de prensa del mundo -con la excepción de los iraníes- para verificar el lastimoso estatus en el que ha caído la Argentina.

Ya no importa la solidez o no de los argumentos contenidos en la denuncia del fiscal, lo importante es la reacción de la mayoría de los argentinos que han reaccionado, esta vez, con indignación frente a la impunidad que reaparece patrocinada desde la cúspide del poder.

¿Por qué la Presidente, que ha hecho uso y abuso de la cadena oficial, no salió a la cabeza del reclamo popular poniendo en duda desde el primer minuto la “hipótesis del suicidio” en la que nadie creía? Por el contrario, fue la primera en abonar esa posibilidad cuando no existía prueba alguna (salvo la burda apariencia) que lo acreditara. Ahora sale a denunciar que le “tiraron un muerto”.

Lincoln decía que “se puede mentir mucho por poco tiempo o poco por mucho tiempo. Lo que no se puede es mentir mucho por mucho tiempo”.

Han pasado 11 años del ciclo contínuo más largo de la historia política argentina desde el derrocamiento de Juan Manuel de Rosas en 1851. Hasta el asesinato del fiscal Nisman, teníamos la posibilidad de transitar este último año en cierta armonía aunque tuviéramos constantemente un ensordecedor batifondo de confusión mediática. Ahora es imposible. La sociedad está agotada de tanto abuso y clama por justicia y verdad.

El fiscal Nisman ha logrado muerto más de lo que quizás hubiera logrado vivo. Respetar su memoria es garantizar que sus asesinos no queden impunes y que se pueda arrojar luz sobre la oscuridad tras 21 años de frustraciones en la causa AMIA. Todas las otra cuentas pendientes se resolverán con tiempo y el trabajo fecundo de todos.

Paremos la locura

Estamos a punto de caer al precipicio. Podríamos evitarlo fácilmente si actuáramos con racionalidad y prudencia. La Presidente tiene todos los instrumentos al alcance de la mano: mayorías parlamentarias, una oposición moderada y consciente de los riesgos que enfrentamos, y puede dialogar con los gobiernos amigos -EE.UU, China, Japón, Rusia, Brasil, Alemania-, que pueden ayudarnos a destrabar este entuerto. También cuenta con los recursos para constituir un fondo de garantía a satisfacción del Juez de la causa – sí, ¡el Juez Griesa! – o puede recurrir a banqueros internacionales y nacionales para que adelanten los fondos.

Lo que no puede hacer es ignorar que existe una sentencia firme ni pretender desacatar ese fallo partiendo de un juicio de valor que compartimos la mayoría de los argentinos pero que no podemos imponer unilateralmente.

El juez Griesa está equivocado pero no creo que sea un juez venal ni un socio de los Fondos Buitres. Si volvemos a “foja cero” y, tal como vinimos haciendo por diez años, acatamos la jurisdicción acordada en los contratos y hablamos directamente con el Juez -sin intermediarios ni mediadores- podremos encontrar la fórmula más conveniente para salir de este atolladero con el más decidido apoyo de la ciudadanía argentina y de la comunidad internacional.

Tampoco tenemos que violar los compromisos que tenemos con quienes aceptaron los canjes del 2005 y el 2010.  Solo en los últimos tres meses, hemos emitido más pesos que los equivalentes en dólares suficientes para pagar a todos los holdouts al contado.

El problema no es el dinero, sino la ceguera de persistir en una conducta que no nos deja salida alguna. No es el momento para posiciones principistas vacías ni soluciones abstractas que chocan con la testarudez oficial. Tampoco de construcciones alternativas al desacato planteado.

Argentina no ha podido, hasta ahora, encontrar su rumbo como nación sustentable y creíble. Tenemos la oportunidad de demostrar que hemos aprendido de nuestros errores y que podemos rectificarnos a tiempo. Resbalar, en este momento, es caer muy violentamente y, las consecuencias, las pagaremos por muchos años.