Unidos contra el delito en el sur de Gran Buenos Aires

Como hemos dicho varias veces —y no nos cansamos de repetir—, la lucha contra la inseguridad debe ser un esfuerzo coordinado de distintas jurisdicciones. Hasta no hace mucho dicha coordinación se dificultaba debido a la escasez de mecanismos formales de colaboración, sumado a las reticencias político-partidarias de siempre, que obran más en perjuicio de la ciudadanía que otra cosa.

Afortunadamente, tanto en Lanús como en municipios vecinos, y esto da gusto señalarlo, los secretarios de Seguridad, todos provenientes de distintos espacios y con nuestras comprensibles diferencias, estamos empezando un diálogo que puede ser muy beneficioso para los vecinos del sur de Gran Buenos Aires.

Esta semana mantuvimos una reunión en el Club Lanús distintos responsables municipales de la Seguridad: Gonzalo Calvos de Almirante Brown, Mónica Ghirelli de Avellaneda, Raúl Torres de Berazategui, Susana González de Ensenada, Carlos Salerno de Esteban Echeverría, Fernando Jantus de Ezeiza, Héctor Corrado de Lomas de Zamora, Adolfo Mohamed de Presidente Perón, Analía Pauluzzi de Quilmes y Mauricio Gómez de San Vicente.

Algunos son del Frente para la Victoria  y otros del PRO. Creo que no es necesario decir que en el contexto político actual, el solo gesto de sentarnos todos a buscar soluciones en conjunto es un avance enorme en gestión, participación y democracia. Continuar leyendo

La necesidad de una Justicia descentralizada

Los Estados modernos tienden a la descentralización de sus organismos. Esto hace que funcionen de manera más autónoma y eficiente, en cercanía con la gente.

El problema de la inseguridad y la Justicia en el Municipio de Lanús es consecuencia directa de la falta de modernización, que fue postergada por las gestiones anteriores. Hasta que no se aplique la norma que dispone la creación del Departamento Judicial Avellaneda-Lanús, con sus correspondientes Unidades Funcionales de Investigación, la capacidad del Estado para luchar contra el delito y hacer cumplir la ley en beneficio de todos los vecinos se encuentra muy limitada.

Por eso es que insistimos en la necesidad de esta descentralización, así como de la puesta en marcha de un polo judicial. Esto tendrá consecuencias muy positivas para el municipio: Continuar leyendo

Ejes para combatir la inseguridad

Si de inseguridad se trata, la demanda ciudadana es una brújula fundamental. ¿Quién si no los ciudadanos pueden describir con precisión las cualidades de esta problemática? ¿Quién si no los que la padecen en carne propia y la viven todos los días? No es por renegar de la opinión de expertos o técnicos; el saber especializado tiene que alimentarse de la experiencia común de las personas. En otras palabras, cuando los funcionarios y los especialistas nos desligamos de la comprensión popular sobre la inseguridad, perdemos toda capacidad de combatirla.

La gente expresa tres demandas en materia de seguridad: presencia policial, policías bien formados y más y mejores recursos tecnológicos. También hay una demanda hacia la Justicia para que agilice sus procesos y mejore su rendimiento.

La presencia policial ha sido un tema del que se ha hablado mucho en los últimos años y hoy viene a ser la punta del iceberg de la lucha contra el delito. Al tanto de esta demanda es que el último Gobierno provincial implementó —de manera apresurada y con fines electoralistas que, afortunadamente, no engañaron a nadie— las policías locales, cuerpos de la Policía Bonaerense que están bajo la jurisdicción de las distintas intendencias de la provincia. El actual Gobierno de María Eugenia Vidal, trabajando en conjunto con los municipios, está dando un nuevo alcance a esta fuerza, para que deje de ser un parche y se convierta en una verdadera solución. Continuar leyendo

Nélida Sérpico y nuestras fantasías de justicia

El relato policial es uno de los géneros de ficción que ha ganado más popularidad a lo largo de la historia con un gran caudal de novelas y cuentos primero, y películas y series de televisión después. Ya desde sus inicios la figura del detective amateur era recurrente. Se trata de un personaje que no tiene participación formal ni en la policía ni la justicia, lo que podríamos llamar un ciudadano común, que gracias a sus grandes capacidades de observación y deducción o a su perseverancia logra resolver los casos a los que la policía no logra dar respuesta. En este tipo de historias (Sherlock Holmes es, sin duda, el ejemplo más conocido y celebrado) las virtudes del detective amateur tienen como contrapunto la ineptitud policial: los policías siempre son representados como incapaces, faltos de atención o a veces lisa y llanamente negligentes. Se trata de ficciones, por supuesto, pero en las ficciones podemos encontrar las fantasías y ensoñaciones de una sociedad. La fantasía en este caso es la de un héroe que puede devolver el equilibrio en la lucha contra el crimen ante una policía y una justicia inoperantes.

¿Con qué fantaseamos los porteños cuando pensamos en el delito y la inseguridad? ¿Cómo nos relacionamos con los canales formales de la justicia?

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Linchamientos: síntomas de una enfermedad curable

La discusión pública sobre el delito y la inseguridad tiene ahora un nuevo concepto. El tema de los “linchamientos”, que está en boca de todos, debería ser un llamado de atención: el problema de la violencia en nuestras grandes ciudades está alcanzando proporciones alarmantes. Las actos de violencia espontáneos de ciudadanos contra delincuentes demuestran que la lógica de los segundos está empezando a infectar el comportamiento de los primeros. En otras palabras, la gente está sintiendo que su condición de víctima puede ser revertida por el mismo uso de la fuerza que emplean los criminales.

Estoy lejos de celebrar esto, aunque tampoco me tienta demasiado plegarme al coro de los que salen a condenar a rajatabla estas reacciones por el mero hecho de que van contra la ley (sobre lo último no caben dudas). ¿De qué ley hablamos cuando llegamos al punto en que el ciudadano entiende que reprimir al delincuente por mano propia es más viable y efectivo que recurrir a las vías formales que ofrece el Estado? Si, en definitiva, el que no se siente representado por sus leyes tarde o temprano deja de acatarlas. Cuando tengamos una sociedad de delincuentes, cuando todos hagamos lo que queramos, de nada les va a servir invocar las bondades de las leyes.

Afortunadamente aún no estamos ahí. Los casos de Rosario y Palermo pueden ser solamente dos síntomas esporádicos de una enfermedad todavía curable. Por eso, insisto, hay que pacificar a la sociedad y para ello hay que operar sobre los eslabones más débiles de nuestra cadena de derechos y deberes ciudadanos. Estos eslabones son las zonas de exclusión social, en otras palabras, de pobres. Las voces biempensantes insisten en decirnos que no hay que criminalizar a la pobreza cuando hacemos, discursivamente, esta asociación entre marginados sociales y delincuentes. No se dan cuenta de que son ellos los que criminalizan a los pobres, no discursivamente, sino en los hechos, al permitir que se sostenga su penosa situación de vida alimentando a la insaciable maquinaria del subsidio que, no solo no saca a los pobres de la pobreza sino que los acostumbra a vivir en ella, los amontona y los separa culturalmente del resto de la sociedad.

Por eso quiero recordarles que el Instituto de Políticas de Pacificación está buscando llevar ante la Legislatura Porteña un proyecto de ley para erradicar el delito de las villas y así poder integrarlas al resto de la ciudadanía. Queremos remover los tumores del delito organizado y empezar la recomposición del tejido social. Queremos que no haya más pibes que salgan a la calle re jugados. Queremos que no haya ciudadanos que se sientan también re jugados y maten a golpes a esos pibes. Queremos un Estado creíble y personas que crean en él.

Lo que tenemos de momento es una sociedad que se piensa y se vive en términos binarios: el drama de los ciudadanos contra los delincuentes es solo uno de tantos. Están los ricos contra los pobres, los opositores contra los oficialistas y tantos otros. El país se está desintegrando porque cada vez nos cuesta más identificarnos con el otro. Para que ello no ocurra debemos unificar nuestro modo de vivir, bajo las mismas reglas y con los mismos derechos. Todavía podemos curar esta enfermedad.