Otra vez el cuento de los valores villeros

El miércoles de esta semana se dio media sanción al proyecto de ley de La Cámpora que haría -en caso de aprobarse en la Cámara de Senadores- del 7 de octubre, aniversario del nacimiento del padre Carlos Mugica, “el día de los valores villeros”. Como dije en su momento, cuando se anunció públicamente la iniciativa, se trata de una maniobra demagógica que naturaliza un problema grave, que es el de la exclusión social y las condiciones precarias de vida de una gran parte de la población. La Cámara de Diputados le dio el visto bueno a este mamarracho, a altas horas de la noche, en una jornada en la que fueron tratados más de cincuenta proyectos, con la abstención y ausencia de muchos diputados. Continuar leyendo

La película de Víctor Hugo

Como si la invención de los valores villeros por parte de diputados de La Cámpora hace unos meses no fuese suficiente atropello a la razón, otro cambalache se avecinó desde el lado de la obsecuencia oficialista: Victor Hugo, periodista de reconocida trayectoria, cuya lucidez parece decrecer al mismo ritmo que la representatividad de este Gobierno, declaró recientemente ante los diarios que se vive mejor en las villas que en muchos lugares de la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires.

Según él, el crecimiento de los asentamientos (cuyas condiciones infrahumanas de hábitat desmiente con el gastadísimo recurso de demonizar a los medios no oficialistas) es una expresión de que en la Ciudad de Buenos Aires hay cada vez más trabajo y, añade, considera una ventaja poder residir en zonas cercanas a los centros de actividad laboral más importantes, aún si esto implica vivir en una villa como la 31. Continuar leyendo

La peor de las muertes en una nueva guerra narco

Villa Lugano es una zona de conflicto. En ella se encuentran el Parque Indoamericano, la Villa 20 y el nuevo asentamiento conocido como barrio Papa Francisco, que nació a partir de la toma de un cementerio de autos. La informalidad que gana terreno en el sur de nuestra capital es obra del trabajo de distintos punteros políticos y de la connivencia silenciosa del Estado que, como sabemos, se desentiende del problema hasta que éste escala lo suficiente como para obligarlos a salir a dar alguna contención que enfríe un poco las cosas.

El domingo pasado una residente de la zona, Sofía Angles, fue baleada en su casa por un grupo de delincuentes. Como consecuencia de este siniestro, la mujer, que estaba embarazada, perdió a su bebé. La noticia, por su notable contenido emotivo, devolvió la atención mediática hacia Villa Lugano y las desgracias que forman parte de su realidad cotidiana.

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La Cámpora, esos jóvenes prehistóricos

El enfrentamiento por el procesamiento del vicepresidente Amado Boudou y la eventualidad de un juicio político va más allá de lo específico del caso y tiene que ver con los mecanismos para asegurar la transparencia de nuestros dirigentes.

Escribo esta columna a algunas horas de la reunión de la Comisión de Juicio Político. El kirchnerismo ya adelantó que votará en contra y se preocupó por congregar a los diputados más duros para convalidar su posición. Algunos son de La Cámpora, que ingresó a la “política grande” como promesa de renovación.

Que quede claro: la necesidad de modernizar muchos paradigmas históricos de la política no tiene signo partidario. Se puede percibir tanto con La Cámpora como con el PRO y algunas otras expresiones partidarias. La coyuntura pide no sólo gente joven sino mentalidades jóvenes, es decir, ideas que se correspondan con el mundo que vivimos hoy, donde la información circula libremente.

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La demagogia de La Cámpora y los valores villeros

La Cámpora está impulsando un proyecto de ley para hacer del 7 de octubre el “Día Nacional de los Valores Villeros”. La fecha elegida coincide con el nacimiento del Padre Carlos Mujica, quién tuvo una militancia ejemplar en los barrios pobres – especialmente en la Villa 31 – y un rol fundamental dentro de lo que fue el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. La labor del Padre Mugica lo convirtió en una figura emblemática de las luchas por la equidad social. Recibió críticas desde distintos sectores políticos (incluido el movimiento de los Montoneros, en cuya gestación Mugica estuvo de alguna manera involucrado) y finalmente fue asesinado en el barrio de Villa Luro a la salida de una misa, al parecer – ya que nunca estuvo del todo claro – a manos de la Triple A.

El legado social y político de Mugica es sin duda alguna digno de reconocimiento. El proyecto de ley, sin embargo, invoca una serie de ambigüedades alrededor de los supuestos “valores villeros”, concepto extraño que desde La Cámpora quieren instalar.

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La “avaricia” de nuestros abuelos

Hablemos del ahorro, que es el tema de la semana. Hace unos días, cuando escuché las desafortunadas palabras de Jorge Capitanich me puse a pensar mucho en mi abuelo. Él nació en Rusia a principios del siglo XX (se imaginarán lo que era Rusia en ese entonces). La suya era una familia numerosa, de muchos hermanos. Cuando llegó la Primera Guerra Mundial decidieron migrar a Norteamérica, pero resultó que a mi abuelo lo tuvieron que bajar del barco porque tenía una infección en el ojo. Era un pibe y lo desembarcaron, mientras su familia se iba. Eran otros tiempos.

Sí logró, más tarde, subirse a un barco que iba rumbo a Sudamérica pensando que eso lo dejaría cerca de su destino original. Descartó subirse en otra nave con rumbo a Canadá, también disponible, por ignorancia o vaya a saber qué. La cuestión es que ese “error” lo trajo a Buenos Aires. Y lo trajo, desde ya, sin un peso.

Trabajó de lo que pudo, ahorró, se casó, ahorró más. Con el tiempo compró una casa en la Paternal, a dos cuadras de la cancha de Argentinos y enfrente del edificio donde Maradona tendría, unos cuantos años más tarde, su primer departamento.

Mi abuelo tuvo cuatro hijos, tres de los cuales fueron universitarios. Siguió ahorrando durante toda su vida. Así juntó el dinero necesario para viajar y reencontrarse con sus hermanos de quienes se vio forzado a separarse cuando niño. Nunca tuvo mucho, siempre contó con lo justo y un poquito más. Ese poquito lo usaba para ahorrar, y ahorrando construyó de todo: una familia, una casa, prosperidad para sus hijos, un futuro.

Probablemente esta historia que les acabo de contar les suene muy familiar. Prueben reescribir en ella las diferencias con la de sus propios abuelos. Cambien Rusia por España o Italia, quizás, o incluso el interior del país; Primera Guerra por Segunda, u otro momento trágico de la historia; Paternal por la Boca o Boedo. La única cosa que muy probablemente no reescriban es esta palabrita que detonó, en la última semana, semejante cantidad de barbaridades: ahorro.

Tenemos un Jefe de Gabinete que dijo que el ahorro es avaricia. Después medio que intentó retractarse diciendo que no se trataba de cualquier ahorro. Claro, el suyo propio sí es bueno para el país.

Tenemos un Gobierno que anuncia que ahora sí se pueden comprar dólares, que quienes quieran hacerlo deben percibir un salario que duplique al mínimo. Ni hablemos de que duplicar al salario mínimo hoy no es ninguna señal de opulencia. Ahora resulta también que, en palabras de la Presidenta, quienes estén en condiciones de comprar dólares también están en condiciones de no recibir subsidios a los servicios básicos.

Capitanich y Cristina hablan de “ahorro” e “inversión” como si fuesen dos conceptos que le pesan igual a todos los argentinos. Invocan ambas ideas con la más manipuladora de las ambigüedades y nos dan una instrucción sencilla: invertir en el país. Señora, no se guarde la plata, invierta en el país. Señor, no compre dólares, invierta en el país. Si usted compra dólares, tan mal no le va, no necesita que le subvencionemos los servicios.

Tratar a todos como iguales es solo en abstracto una consigna noble. Hay que preguntarse: ¿iguales  a quién? El Gobierno le habla a los ciudadanos como si fuesen todos semejantes a esos temibles y grandes empresarios rurales y mediáticos de sus fabulaciones conspirativas. ¿En qué momento desaparecieron los laburantes, los padres que quieren un futuro para sus hijos, las pequeñas y medianas empresas que buscan abrirse un lugar en esta economía de la escasez? “¡En el momento en que dejan de invertir en su país!” respondería el mejor monologuista de La Cámpora, que al mismo tiempo canta alabanzas a los subsidios que este Gobierno insiste en darle a los que no trabajan ni van a trabajar de acá a unos años (hablo, por supuesto, del Plan Progresar, al cual nos referimos hace un par de semanas).

La ambigüedad de las declaraciones oficiales buscan vaciar a la Argentina, no de dinero, sino de realidad. Sin dinero aún podemos hacer grandes cosas por nuestro futuro, como hicieron nuestros abuelos. Sin realidad estamos absolutamente perdidos. El ahorro ha sido a lo largo de varias generaciones la forma privilegiada de poner la realidad de nuestro lado. El Gobierno insiste en pelearse con ella todos los días y quiere arrastrarnos a todos en esa pelea, que no puede ganar.

Un soplo de aire fresco

Cuando termine octubre comenzará una nueva etapa, que excederá por mucho al debate que encierra el fin y el poskirchnerismo. Se pondrá en marcha una nueva generación de dirigentes, aquellos que supieron acumular experiencia en la gestión pese a su juventud.

El kirchnerismo fue apagando poco a poco todas las luces: primero se ocupó de deshacer viejos y nuevos enemigos, para después, sí, terminar eclipsando a los propios. Cristina cerrará su mandato sin adláteres, sin confidentes, sin mesa chica. La política grande, hoy por hoy, pasa pura y exclusivamente por una persona. Eso indefectiblemente iba a tener fecha de vencimiento.

El trasvasamiento generacional, entonces, no se dará de manera natural. Principalmente no hubo una marcha de postas, donde unos van sentando las bases para el arribo de otros. Si alguno creyó que La Cámpora podía hacerse de ese lugar, se confundió. La “orga” se cocinó al fuego del poder. Son jóvenes que en un chasquido de dedos pasaron de “militantes” a gerentes de empresa con sueldos de cinco cifras. De ahí no saldrán iluminados que salven a la Patria.

Muchos de los dirigentes que tomarán las riendas del poder son conocidos justamente porque ya tuvieron cargos de relevancia en el gobierno nacional. Sergio Massa, quien está cerca de darle al oficialismo un cachetazo histórico en el distrito electoral más importante del país; Martín Lousteau, el ex ministro de Economía quien en las últimas PASO dio un verdadero batacazo en las Ciudad; o inclusive dentro del oficialismo (pero tan distinto a él) con Alberto Perez, jefe de gabinete de Daniel Scioli.

Ellos encabezan un pelotón de dirigentes que maneja otros modismos, muy distintos de la confrontación y la pelea eterna, monedas corrientes de la política actual. Se caracterizan más bien por ser proclives al diálogo, a buscar consensos. Para ellos, sentarse en una mesa con políticos de otros espacios no es tabú ni traición. Además de conocer, y muy bien, el arte de gestionar.

En octubre se abre entonces una nueva etapa para la política y para el país, donde la tolerancia, ante todo, será lo que sobresalga. Como todo cambio, este también es una oportunidad. Una oportunidad que alivia.