El sciolismo que no osa decir su nombre

Diego Rojas

Se ha dicho con frecuencia que el fin del ciclo kirchnerista implica un marcado giro a la derecha y que la llegada al poder de Scioli -o Macri o Massa- aseguran un regreso a la época menemista. Lo cierto es que tal caracterización es fruto de una dramatización que embellece al kirchnerismo y no asimila sus características principales: la “década ganada” es la expresión de una política conservadora que tuvo como objeto principal de su programa la precarización laboral para el beneficio de la clase social gobernante -que no es otra que la que gobernó, con otros ropajes quizás, durante el menemismo. Por lo tanto, el gobierno que asuma el próximo periodo continuará el actual “modelo” con las dosis de ajuste que necesita y lo harán pagar a los sectores populares y laboriosos. De esto se desprende que el sciolismo -que es la expresión política con mayores chances de ganar las elecciones- es también un kirchnerismo.

Tal vez por eso los militantes y simpatizantes del así llamado “modelo nacional y popular” deberían desdramatizar su narrativa de “traiciones” e “intrigas palaciegas” -y deberían dejar de citar burdamente a Nicolás Maquiavelo-, cuando más tarde o más temprano -es decir, Randazzo más, Randazzo menos- iban a terminar votando por el ex motonauta que acompañó con fervor las políticas de Carlos Menem -con el mismo fervor que la acompañaran Néstor Kirchner y Cristina Fernández durante los noventa. El pacto K que lleva a Carlos Zannini -quien, si se consideró a sí mismo un “revolucionario” alguna vez, sumergió su pasado en un cofre bajo siete llaves en lo más hondo del Pacífico- es la expresión del reaseguro en los estamentos del Estado de una camarilla que se aferra al poder y a los recursos estatales.

Un ajuste que ya mismo toma la forma de un pacto: el toma y daca de la lista unificada del kirchnerismo al Ejecutivo mediante la fórmula Scioli-Zannini estipula la connivencia para una salida de pago a los fondos buitre, la pax romana en el ámbito parlamentario durante los primeros cien días de un eventual gobierno de DOS y la libertad de acción a la hora de la designación del equipo económico presidencial. De todos modos, tanto si el ministro fuera el antaño izquierdista Axel Kicillof o el pro establishment Miguel Bein -el preferido del actual gobernador bonaerense- la tarea a llevar a cabo sería la de un ajuste que se descargue sobre los hombros de la clase trabajadora, en particular, y los sectores medios, en general. La confiscación salarial, mediante los techos en las paritarias menores a la inflación, llevada adelante en el último período por Kicillof -erróneamente mentado como “marxista”- es sólo un botón de muestra de lo que se podría venir. El ajuste, paradojal, consistiría en la confiscación nacional para poder pagar al campo financiero internacional -expresado en los fondos buitre- la deuda externa y así obtener entonces financiamiento internacional -más deuda- que permitiría afrontar la quiebra financiera de la Argentina. Debería recordarse que el pago de los BODEN 2015 dejará las reservas nacionales en los niveles más bajos del ciclo K.

Culmina de este modo el periodo más falaz de la historia reciente del país, que provocó que la progresía identificara como propio al gobierno que comenzó su derrotero con una confiscación brutal de los ingresos mediante la devaluación; que generalizó el trabajo precario y la subsistencia mediante los planes y la AUH como unos logros que deberían ser ponderados (y no caracterizados como lo que realmente son: parches que permiten la sobrevida a masas ingentes en todo el territorio nacional, una política de dádivas vergonzosas que deberían ser agradecidas por los súbditos); que entregó al capital internacional recursos nacionales y reservas; que enriqueció a la misma clase social que mantiene hoy todos sus privilegios y que construyó una camarilla aferrada a los fondos estatales como pulgas a sus presas que les permitieron enriquecerse personalmente sin que el rubor llegue a sus mejillas.

Si es cierto que algunos trasnochados caracterizan a la administración K como un “proyecto reformista” sólo se puede deber a la desorientación política o a la indolencia. La continuidad de este Gobierno bien se expresa en el futuro ajuste que intentará realizar Daniel Scioli. Los chicos K -y los grandes K, claro, esos representantes de la progresía ciega- no deberían tener problema en votar al ajustador Scioli, que es ni más ni menos uno de los suyos.