Syriza y la traición de la progresía

Diego Rojas

“Tengo casi 58 años de militancia y nunca he visto una traición tan profunda a un pueblo entero”. Esas fueron las palabras que pronunció el académico izquierdista estadounidense James Petras -un sociólogo que siempre intentó ligar su actividad académica y de divulgación a las luchas antiimperialistas alrededor del mundo- cuando evaluó la firma del pacto entre Alexis Tsipras, primer ministro griego elegido por el partido Syriza y el eurogrupo, uno de los sostenes de la Troika. Tsipras acababa de doblegarse y rubricar un acuerdo que plantea un ajuste brutal sobre las masas griegas, que incluye la privatización de sus puertos y sus centrales eléctricas -proceso de privatización supervisado por un ente supranacional-, el congelamiento de las pensiones hasta 2021, la reforma de los convenios colectivos de trabajo y el aumento del IVA, que es, como sabe todo el mundo, un impuesto regresivo. Todo este paquete de rango colonial se produjo para que Grecia intente pagar una deuda impagable con los organismos bancarios europeos. De ese modo, el líder del aparentemente progresista partido Syriza, Alexis Tsipras -que acababa de refrendar la negativa del pueblo griego al ajuste mediante un referendo demoledor-, traicionaba ese mandato y entregaba a Grecia de pies y manos a la Troika.

Había sido una rebelión popular. El plebiscito que preguntaba si debía aceptarse el ajuste promovido por el establishment europeo había sido taxativo: un 62 % se había pronunciado por el “no”, por el “oxi”, tal como figuraba en las boletas impresas en lengua griega. Se había tratado de una dura batalla de clases: los partidos de derecha y los sectores privilegiados del país heleno habían hecho campaña por el “sí”. Y perdieron. La rebelión popular expresada en las urnas había vencido. Luego Tsipras traicionó, pero no para rescatar a Grecia de la crisis, sino para rescatar al capital europeo de la crisis griega, que es tan solo una expresión de la crisis capitalista mundial más general.

Primero le pidió la renuncia al radical ministro de Finanzas Yanis Varoufakis. Alguna vez tal vez habrá que realizar una semblanza política de Varoufakis que incluya no solo su severidad a la hora de negociar con la Troika, sino que también agregue el aporte teórico a la hora de desarmar la moda de Thomas Piketty, un analista que habría querido hacer de Karl Marx un león herbívoro. Basta leer su artículo “El último suspiro del igualitarismo”. Sin embargo, el valor de Varoufakis no reside en su condición de revolucionario -que no posee, sino que más bien forma parte de aquellos que dicen que no están dadas las condiciones para la revolución y por lo tanto se deben construir parches-, sino en la coherencia. Durante los seis meses de gobierno de Syriza había sido el alfil de su ataque contra el ajuste de la Troika. Una pieza magnífica para acusar a los imperialistas europeos, tanto así que se le pidió formalmente a Tsipras que enviara a otro emisario. El rol de Varoufakis había acabado. Y se lo dejó ir.

La traición de Tsipras es el inicio recargado de la crisis. No existen posibilidades de pagar la deuda, incluso bajo el costo de un ajuste con la severidad anunciada. Por eso mismo, el ministro de Finanzas alemán Wolfgang Schäuble apuesta a la salida de Grecia de la eurozona. Es la voz de la razón capitalista. Este designio se une al Gobierno pusilánime de Tsipras, que ha votado el ajuste con la oposición de numerosos miembros de su bloque parlamentario. Tsipras comenzó su final.

Grecia, la cuna de nuestra civilización occidental, hoy es el eslabón más débil de la crisis capitalista mundial. Es necesario no perder de vista sus acontecimientos. Su crisis es enorme. Hay que apostar a un nuevo renacimiento, sobre bases socialistas.