Ballotage, temblor político y después

Diego Rojas

De manera impensada, el fin de ciclo K cobra realidad de un modo dramático. Pero no sólo por la llegada al ballotage entre Daniel Scioli y Mauricio Macri, que nadie previó. Aníbal Fernández, un compadrito orillero, construyó la derrota del oficialismo en el principal distrito de la nación, la provincia de Buenos Aires. Fernández —uno de los responsables políticos de los crímenes del Puente Pueyrredón y de la liberación de la zona que permitió el asesinato de Mariano Ferreyra— fue derrotado por María Eugenia Vidal, futura gobernadora, que integra una fracción que se presenta como pospolítica y alejada de cualquier vicisitud ideológica o política relevante, más allá de la necesidad postulada de darle fin a la década kirchnerista.

¿Hay un giro a la derecha por parte de la sociedad argentina al votar de ese modo a Cambiemos, el partido de Macri y Vidal? Cambiemos, la alianza que postula a Macri, hizo una campaña que la presentaba como alejada de los ideologismos y sustentada en la necesidad de una renovación del personal político del Estado, a la vez que planteaba mantener los supuestos logros del kirchnerismo. En definitiva, no se trató de una candidatura de derecha para acabar con un movimiento popular ascendente, sino de una construcción del marketing político para posicionar unos candidatos desideologizados contra un supuesto kirchnerismo hiperideologizador.

¿Implica esto que Cambiemos no defienda un programa político y económico de centroderecha? No. Así como sus pares de España llamados Ciudadanos (que son la continuidad del fenómeno Podemos, pero sin el tinte izquierdizante), el uso de la comunicación política construyó un discurso alejado de definiciones positivas fuertes —que plantearían cuál sería su programa político y económico de Gobierno—, pero que se consolidó como una alternativa de cambio a los doce años de Gobierno kirchnerista.

Por otro lado, si Macri intentaba ocultar cualquier sesgo político derechizante, Scioli planteaba como ministros a Sergio Berni, Ricardo Casal y Alberto Barbieri en Seguridad, Justicia y Educación, respectivamente, a la vez que desarrollaba una campaña chauvinista y clerical, mostrando de este modo su propia adhesión a una derecha consolidada en el peronismo. Macri, evitando definiciones, se mostraba como un camino diferente, aunque el programa de ambos confluya en la misma avenida del ajuste.

En parte, esta consolidación de Macri como alternativa posible al kirchnerismo provocó que el voto a la centroizquierda que postulaba a Margarita Stolbizer huyera en manada hacia esas huestes, lo que provocó el derrumbe “progre”. Los logros electorales de Cambiemos replican la performance de Martín Lousteau cuando casi derrota a Horacio Rodríguez Larreta en su campaña para ser jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires: más que un voto pro Lousteau, se trataba de una rebelión en ciernes —expresada electoralmente— contra el macrismo en el distrito. El 25-O se votó contra el kirchnerismo. La posibilidad del triunfo de Macri fue alentada por la propia Stolbizer, que hizo alianzas con Macri en ocho provincias y cuyo dirigente Gerardo Milman anunció que votaría por Macri en segunda vuelta. Así, Progresistas quedó en el quinto lugar, luego de su derrumbe.

El Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) obtuvo, entonces, el cuarto puesto, dato que implica un nuevo sitial para el sector político que plantea una salida anticapitalista al actual estado de cosas. Sin embargo, alcanzar ese espacio no se debió a que la candidatura presidencial hubiera avanzado frente a las demás sino, principalmente, a que la de Stolbizer se hundió estrepitosamente por el exilio de sus votos hacia la candidatura de Macri. Respecto de las PASO, el Frente de Izquierda obtuvo porcentajes similares e incluso cayó unos puntos (en agosto había obtenido 3,31% y el domingo alcanzó el 3,27%). Si bien es cierto que aumentó la cantidad de votos respecto a las elecciones de agosto hasta alcanzar los 798 mil votos, esto se debería a que el porcentaje de la población que sufragó se incrementó globalmente entre quienes lo hicieron en las PASO y quienes votaron el 25-O. En 2011 el Frente de Izquierda, en su primera presentación, había sacado quinientos mil votos; en 2013, las candidaturas a diputados habían obtenido un millón trescientos mil votos. En 2015, las cifras indican ochocientos mil para presidente, poco más de un millón para parlamentarios.

En los centros urbanos más importantes las candidaturas a diputados del Frente de Izquierda obtuvieron performances notables. El único diputado que ingresó (cuando estaba planteado que pudieran ingresar cuatro diputados de la izquierda para engrosar la actual bancada) fue Néstor Pitrola, que consiguió el favor de 398 mil bonaerenses, la mitad de los que votaron por el FIT a nivel nacional.

En Salta se retomó la tendencia ascendente de la izquierda, que llegó a obtener el 10% a diputados en la capital provincial, cuando la candidatura presidencial alcanzó el 3 por ciento. Lo mismo sucedió en Jujuy, donde la candidatura presidencial obtuvo 2,5% y el candidato a diputado provincial llegó al 7,2 por ciento. En la misma Córdoba que selló el destino de ballotage de Macri (más del 50% del electorado votó por Cambiemos), Liliana Olivero obtuvo con su candidatura a diputada nacional un 9% de los votos en la capital cordobesa que no logró equilibrarse con los porcentajes del interior para determinar su ingreso al Parlamento. En Mendoza la candidatura a diputada de Noelia Barbeito alcanzó el 11,5% y la presidencial del local Nicolás del Caño llegó a 7,6 por ciento.

En CABA, Gabriel Solano dobló su votación de las PASO, pero no pudo ingresar al Congreso debido a la obturación de votos que produjo la candidatura de Luis Zamora, que tampoco logró su propia banca. En una elección que estuvo marcada por un corte de boleta masivo —es decir, por una meditada (con sus límites) intervención del electorado— las diferencias entre el voto a presidente y a diputados del FIT, aunque no hayan sido fructíferas, señalan un momento de la conciencia de ciertos sectores —minoritarios— que ven en la izquierda un resguardo electoral parlamentario, pero no una alternativa política potente.

Ninguno de estos resultados alcanzó para que el objetivo de incrementar la bancada fuertemente se cumpliera, en el marco de un retroceso respecto de la elección de 2013. Sin embargo, los cuatro diputados del FIT que conformarán la bancada a partir de diciembre podrían transformarse en tribunos contra el ajuste que llevarán adelante Scioli o Macri, cualquiera sea quien gane el ballotage. Se trata de una situación indefinida: la izquierda no obtuvo los resultados que esperaba ni avanzó de un modo determinante, pero conserva las posibilidades de marcar una orientación política para enfrentar el ajuste que vendrá. Por eso, la decisión de realizar una campaña por el voto en blanco —que diferenciaría a este espacio de uno u otro candidato en pugna— podría repercutir en la consolidación del sector en cuanto a la percepción de su independencia política.

El ballotage que se realizará el 22 de noviembre supone un mes de intensa disputa entre las fracciones que luchan por la Presidencia (y, por ende, el modo de realizar el ajuste). Se ingresa de este modo al tramo final de un año hiperpolitizado y poblado de eventos electorales, y a la apertura de un nuevo ciclo. En este período inmediato, la izquierda no se mostrará fisionomizada como una alternativa, pero su posición contra las dos variables del ajuste podría brindarle una autoridad para intervenir en el porvenir más próximo. Un período que todo indica como convulsivo. La crisis económica se acerca tomada de la mano de una aguda crisis política, con el peronismo reacomodándose en estallidos. Toda crisis implica una oportunidad, indica un refrán antiguo. La clase trabajadora argentina —y los partidos que bregan por su organización política— debería tomar nota de este refrán y también de sus propias virtudes, a la vez que de sus propias deficiencias, para determinar de qué modo actúa y, entonces, a qué sectores y hasta dónde llega.