Final de juego

Diego Rojas

La literatura —como cualquier arte narrativa— registró a lo largo del tiempo evoluciones en la estructura que brindaba a sus historias. De ese modo, si en cierto momento todo lo contado precisaba de un comienzo, un nudo y un desenlace, luego, durante la modernidad, se incorporó a las posibilidades de lectura y escritura el final abierto. Y tanto se incorporó a las posibilidades de lectura que una novela como El castillo, de Franz Kafka, se puede leer —con su final incierto, pero previsible— como un texto acabado, cuando en realidad su autor murió antes de poder terminarlo. Tal vez la imagen pueda explicar la situación argentina, en la que el fin de ciclo kirchnerista deja abiertas varias líneas de acción para el próximo período, que tendrá como presidente a Mauricio Macri, de la coalición Cambiemos.

Hay algunas certezas. Cristina Fernández de Kirchner cesa su mandato con un país con unas finanzas cercanas a la quiebra, casi sin reservas en el Banco Central y con vencimiento de bonos que deberán ser pagados en dólares en el futuro inmediato. Mientras tanto, el endeudamiento público —inexistente, según el ministro de Economía saliente Axel Kicillof y la ex Presidente— se eleva a 240 mil millones de dólares, con acreedores internos como el Banco Central, la Administración Nacional de la Seguridad Social (Anses) y el Banco Nación. A esto hay que sumarle 11 mil millones de dólares que reclaman los fondos buitre.

CFK deja el país con una inflación anual muy elevada —que se incrementó en las últimas semanas—, de alrededor del treinta por ciento, mientras que la mitad de los trabajadores argentinos se encuentra en situación de precarización laboral y cobra menos de seis mil pesos por mes. Estudios extraoficiales indican que la pobreza se acerca al treinta por ciento de la población total, mientras que para el kirchnerismo la Argentina cuenta con menos pobres que Alemania.

El nuevo Gobierno de Mauricio Macri planteó en su programa un futuro próximo con una devaluación en marcha y negociaciones con organismos financieros internacionales para acceder a créditos. Tal programa —que es el mismo que propugnaba su oponente derrotado, Daniel Scioli, quizás con un tinte más gradualista— es la expresión de un ajuste, en términos clásicos. Por definición, las devaluaciones plantean una reducción de los costos de la fuerza de trabajo y se realiza en función de una supuesta reactivación que impulsarían la producción y las exportaciones. Sin embargo, el contexto internacional es el de una crisis económica mundial que no cesa en su octavo año, retracción de los capitales de los mercados emergentes, una gigantesca devaluación en China, país que promueve una menor importación de bienes y materias primas. En Estados Unidos la crisis recrudeció luego de dos años en los que parecía haber sido amainada y sus capitalistas abandonan las inversiones en el extranjero para refugiarse en los bonos del tesoro norteamericano.

El Gobierno de Macri tendrá el ambiguo carácter de fortaleza y debilidad al mismo tiempo, que deberá sortear hacia una de las dos posibilidades en el futuro más cercano. Por un lado, el partido central PRO no es un partido de cuadros ni de militancia masiva, lo que podría ser constatado como la expresión del derrumbe de la vieja partidocracia argentina. Por otro lado, al tener el Gobierno nacional, el de la provincia de Buenos Aires y el de la ciudad de Buenos Aires, reúne el control del Estado de manera inexpugnable. De esa fortaleza depende, también, el modo en el que realizará el ajuste por venir.

¿Y el kirchnerismo? La ex Presidente se despidió de su gestión con una gran movilización en la Plaza de Mayo —en medio del bochorno que concentró la atención de la nación durante los últimos días y que concluyó con su decisión de no entregar los atributos presidenciales a Mauricio Macri. ¿Habrá sido esa movilización el canto de cisne del movimiento inaugurado en 2003? Por lo pronto, varios diputados y funcionarios anunciaron un período de gracia con el nuevo Gobierno, a la vez que varios ya buscan acuerdos de mayor alcance. Las principales figuras del kirchnerismo no parecen haber quedado en lugares de relevancia, por lo que —si así lo deciden— deberán dar la disputa política desde el llano. De cualquier manera, la falta de mayoría propia del macrismo en el Senado parecería señalar un Gobierno que deberá acordar con la oposición para llevar adelante su programa.

La asunción de Macri repitió sus discursos generalistas, basados sobre todo en un mensaje emocional que apela a grandes tópicos sin demasiadas especificaciones —las que se concretan en las reuniones de su gabinete y en particular en el equipo liderado por Alfonso Prat-Gay, que se pondrá al frente del manejo de la Economía. Ya en la Casa Rosada y con los atributos de mando, saludó a la multitud que llenó la plaza para recibirlo. Y también bailó mientras la vicepresidente Gabriela Michetti cantaba Gilda. “Cosas veredes”, decía el Quijote a Sancho Panza.

La incógnita mayor es cómo reaccionará la clase trabajadora ante las medidas del nuevo Gobierno. ¿Si apuntan a la inflación y a la desvalorización de la fuerza de trabajo mediante la devaluación, habrá una respuesta por parte de los sectores laboriosos? La década que acaba formó a toda una nueva generación de trabajadores con disposición a defender sus condiciones de vida y sus conquistas. De cómo actúen estos sectores también dependerá la aplicación de los planes económicos del Gobierno que acaba de asumir, una vez finalizado el ciclo kirchnerista. Las incógnitas se develarán al ritmo de los acontecimientos.