Novela negra argentina y podredumbre del Estado

La novela negra estadounidense transformó el modo de percibir el policial, que ya no sólo trataba de resolver el enigma de un crimen —el “whodunit” del policial clásico inglés de Sir Arthur Conan Doyle y su héroe Sherlock Holmes o de su fundador (estadounidense) Edgar Alan Poe y su sagaz detective Auguste Dupin—, sino que postulaba una visión oscura de la sociedad contemporánea, del crimen atravesando todas las estructuras, de la ruindad de los bajos fondos que actuaba como espejo idéntico de las alturas del poder, del delito como postal de la podredumbre del Estado en su etapa capitalista. En esas páginas cobraban vida los detectives forajidos, los “outlaw” de su especie, que buscaban con su sagacidad no tanto resolver un crimen, sino encontrar la breve justicia que podrían brindar sus manos como una forma inútil de la redención. Casi siempre con resultados negativos. De allí esos antihéroes como Philip Marlowe de Raymond Chandler o como aquel agente sin nombre de Dashiell Hammett, protagonista de esa cumbre llamada Cosecha roja y tantas otras novelas y relatos más. Se ha dicho que la vida imita a la literatura. Y es verdad.

Lo podemos comprobar ahora mismo, mientras tres criminales huyen (¿o se han fugado para siempre ya, o es que ya no siguen vivos?) de las manos de las fuerzas represivas con la complicidad indubitable del poder político y de sus estamentos estatales. Los crueles asesinos del triple crimen de la efedrina —que no habían dudado en conservar durante una semana en heladeras los cadáveres de tres delincuentes que se quisieron hacer los pícaros ni cortar las orejas de uno mientras aún estaba vivo— habían abandonado su reclusión en un penal de “máxima” seguridad para alcanzar la libertad motorizada que les había sido negada por la Justicia al encontrarlos culpables como asesinos del triple crimen. Continuar leyendo

Retrato con piano de la progresía

En referencia a una fotografía de tres campesinos alemanes con traje y bastón dirigiéndose hacia una fiesta a principios del siglo XX, el escritor John Berger señala: “Hay en esta imagen tanta información como en las páginas de un maestro de la descripción de la talla de Zola”. Quizás se pueda decir algo similar acerca de toda la información acumulada en la foto que da cuenta de la cena -y luego show íntimo- que compartieron el miércoles por la noche el cantante Fito Páez y los candidatos a gobernador y vicegobernador de la provincia de Buenos Aires por el Frente para la Victoria Aníbal Fernández y Martín Sabatella. Una imagen de la decadencia, se podría agregar.

Fernández, Sabatella y sus parejas reposan los codos sobre la cola del piano en el que toca y canta Páez. Hay también una botella de vino y copas de vino y de champagne, un iphone, un cenicero. Los invitados al show de Páez hacen coros, el candidato a gobernador saca una foto con su celular. Todos están felices.

Aníbal Fernández tuvo responsabilidad en la masacre de Avellaneda ocurrida el 26 de junio de 2002, según denuncian los sobrevivientes, las organizaciones políticas y los familiares de las víctimas. Ese día, un operativo estatal se llevó adelante sobre una protesta piquetera que cortaba el puente Pueyrredón y, de manera planificada, se desató un operativo represivo que dejó decenas de heridos con balas de plomo, contusos y damnificados, y acabó con la vida de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, militantes del Movimiento de Trabajadores Desocupados (que luego se llamaría Frente Popular Darío Santillán).

Fernández era secretario general de la Presidencia del Gobierno de Eduardo Duhalde y apenas producida la masacre fue el encargado de llamar a las agencias de noticias y las redacciones periodísticas para intentar instalar la versión de que los piqueteros se habían matado entre ellos. Con esta acción, el Gobierno de Duhalde intentaba cerrar el período de movilizaciones que se había abierto a fines de 2001 y que había terminado con el Gobierno de De la Rúa; trataba de instalar la paz social en medio de la devaluación a través de un giro derechista.

La movilización popular rechazando la represión y la muerte impidió el éxito de Duhalde y, por el contrario, lo obligó a anunciar el llamado a elecciones. Luego de la cacería que se había producido en el puente Pueyrredón y justificando la represión que se cobró vidas y dejó un tendal de heridos, Fernández declaraba ante la prensa: “Nosotros conocíamos desde hace 20 días que iba a suceder una cosa de estas características, porque nos habían hecho los comentarios y sabíamos que se iba a organizaba para el 22 y 23, en el estadio Gatica de Villa Domínico, una asamblea de piqueteros en la que se iban a discutir los cursos a seguir. En esa asamblea se habló de lucha armada; en esa asamblea se definió lo que ellos llaman un plan de lucha, que no es otra cosa que un cronograma de hostilidades”. Los familiares de Kosteki y Santillán demandan que sea juzgado para determinar sus responsabilidades políticas en la masacre.

Aníbal Fernández era el responsable de las fuerzas de seguridad cuando sicarios organizados por la dirección sindical ferroviaria, que revestía en el kirchnerismo, asesinó a los tiros al dirigente del Partido Obrero (PO) Mariano Ferreyra el 20 de octubre de 2010. Como consecuencia del ataque, la también militante del PO Elsa Rodríguez sufrió una herida de bala en la cabeza que le produjo consecuencias que aún hoy combate. Según determinó la Justicia, la policía liberó la zona para que los asesinos actuaran y por eso condenó a prisión a los responsables policiales del hecho. Sin embargo, apenas ocurrido el homicidio, Fernández salió a defender a sus subordinados. “La policía hizo lo que tenía que hacer”, afirmó en esa oportunidad. El fallo de la Justicia resignificaría esas palabras.

Aníbal Fernández es un típico barón del conurbano que, con una cultivada imagen de vivillo y el oficioso accionar de las mieles del kirchnerismo, quisiera inocularse las supuestas virtudes del progresismo. Sin embargo, no se debería olvidar que estuvo prófugo de la Justicia cuando fue denunciado por malversación de fondos mientras era intendente de Quilmes -muchos aseguran que se escapó del edificio comunal escondido en el baúl de un auto, cual si fuera un delincuente común. En la foto se lo ve acompañar, sonriente, la canción de Fito Páez.

Martín Sabatella se postulaba como la pata izquierda del proyecto kirchnerista. Ex militante del estalinista Partido Comunista Argentino, Sabatella fue intendente de Morón, municipio que llegó a gobernar bajo un discurso de renovación generacional y política. En 2011 escribía en su cuenta de Twitter: “La absolución de Menem le genera a Scioli tanta alegría como a nosotros bronca”. Y agregaba en un comunicado: “Para Scioli, Menem es quien le abrió las puertas de la política nacional y quien lo posicionó dentro del peronismo”. Otra vez en la red social de los 140 caracteres, escribía ese mismo año: “La gente puede cambiar, pero Amado Boudou es un alumno de la escuela ultraliberal del CEMA y Aníbal Fernández es un paso hacia el pejotismo”. Hoy es candidato a vicegobernador del pejotista Fernández y forma parte de las listas que postulan a Daniel Scioli como presidente.

Sin embargo, el tuit que fuera generado como un análisis crítico de Fernández puede leerse hoy como la claudicación de la progresía y su fracaso como proyecto político. Si Nuevo Encuentro, el partido de Sabatella, se formó en la oposición a los barones del conurbano, ya las elecciones pasadas conformó listas unitarias en el PJ del barón represivo Raúl Otacehé y hoy forma parte de esas mismas listas con inusitado entusiasmo. Si el proyecto progresista de UNEN fracasó en la dispersión y el disgregamiento, la pata progresista del proyecto K fue cooptada sin ambages por el conservadurismo esencial de esa opción política.

Rodolfo “Fito” Páez es un artista popular que manifiesta con el convite a los candidatos la adhesión de la progresía -encerrada en la jaula que ella misma construyó-, a lo más conservador del proyecto kirchnerista, expresado en un hombre dudoso, de responsabilidades presuntamente criminales y su lacayo de turno, acomodado al cargo de vice. Como varios otros artistas cooptados no solo por el canto de sirenas de las políticas simbólicas que bajan cuadros -y elevan a cargos de conducción militar a Milani-, también por profusos contratos estatales, Páez votará no únicamente por Fernández, sino también por Scioli, un hombre que hasta ayer era repudiado por los progres. Un repudio que sigue compartiendo con Fernández de parte de los sectores que no abandonan la coherencia de su pensamiento político. “A Aníbal lo seguiremos denunciando por ser tan hijo de su madre y ser responsable de la masacre de Avellaneda. Él es culpable y eso no va a cambiar por más que algunos bólidos lo defiendan”, escribió en la red social Facebook Vanina Kosteki, hermana del asesinado Darío, luego de que circulara la foto de Páez con Fernández y Sabatella.

Sin embargo, como señalaba Berger en su libro Mirar acerca de la foto de los campesinos alemanes, todo elemento de la imagen es significativo. No es menor que detrás de Páez, al fondo, se pueda ver, en el rellano de la puerta de la cocina, a dos empleadas domésticas uniformadas. Espectadoras y no parte de la fiesta. Convidadas de piedra a una celebración ajena. Parte del equipo de Páez para entretener -como hacían los bufones con el poder en el medioevo- a los nuevos detentores de los asuntos estatales, las empleadas domésticas expresan el mismo lugar que ocupó la clase trabajadora en estos años de kirchnerismo.

La mentira como método kirchnerista

En el cuento “La salud de los enfermos”, de Julio Cortázar, se narra una historia en la que la mentira y la ocultación se transforman en el eje de la intervención de sus protagonistas. El hijo de una mujer débil y enferma muere y su familia decide preservarla de esa información simulando una correspondencia del hijo fallecido en un accidente automovilístico en Montevideo. La mentira se vuelve rutina. Sus propiciadores llegan a creer que sus mentiras son verdad. Sin embargo, todos -incluso la madre enferma- saben de la falsedad del procedimiento. Se ha dicho que el cuento “Casa tomada”, del mismo autor, es una metáfora del primer peronismo. El sistema de desinformación, falsedad y mentira que desarrolló el Gobierno -a la vez que las recientes declaraciones sobre la pobreza en la Argentina por parte de la presidenta Cristina Fernández y su jefe de gabinete Aníbal Fernández- quizás propicien que el cuento “La salud de los enfermos” exprese cortazarianamente el declive del kirchnerismo.

“Hoy el índice de pobreza se ubica por debajo del 5 por ciento, y el índice de indigencia en 1,27 por ciento, lo que ha convertido a la Argentina en uno de los países más igualitarios”, se despachó la presidenta Fernández frente al auditorio de la trigésimo novena conferencia de la Oficina de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Con una frase, la primera mandataria borraba de un plumazo la situación crítica de vastos sectores sociales del país y, por el contrario, anunciaba ante un foro internacional que los índices argentinos superaban por mucho a los estándares de las naciones más ricas del planeta.

Las cifras en las que se basó la presidenta provienen del INDEC, el instituto estadístico nacional que fue arrasado durante la “década ganada”, según señalan trabajadores del instituto así como especialistas externos -y la percepción cotidiana de cualquier ciudadano. El INDEC miente no sólo en cuanto a las cifras de la inflación, sino en cuanto a los índices más generales de existencia de la sociedad argentina. La UCA y su observatorio estadístico plantean que la pobreza en el país se encuentra en el 27,5%. Si la fatalidad de todos estos años hiciera que un miembro del oficialismo desdeñara esas cifras debido a que no salen de usinas del “campo nacional y popular”, habría que señalar que el instituto CIFRA, de la CTA hiperkirchnerista dirigida por Saúl Yasky, estima que la pobreza en el país se ubica en el 17,8%. Incluso las cifras del Censo nacional de 2010 -realizado por el mismo Indec de la mentira- señalaban que el 12,5% de la población tenía las necesidades básicas insatisfechas.

La muerte por desnutrición de niños en Chaco y Salta -como el caso del niño qom Néstor Fermenia, de 7 años, o los casos que conmovieron a Salta y que fueron conocidos por la circulación mediática que tuvieron- sumada a los crecientes índices de hambre en las provincias del noroeste y del noreste del país deberían bastar como muestra del creciente déficit en los índices sociales. También habría que plantear que las cifras oficiales del Estado revelan que más de la mitad de la población laboral activa gana menos de cinco mil pesos al mes, cuando la canasta familiar se estima en alrededor de 14 mil pesos. Este fue el objetivo que se pusieron los obreros aceiteros que, con el paro activo de 25 días, no sólo lograron cumplir su objetivo de que el salario sea igual al costo de la canasta familiar, sino que perforaron el techo salarial que quería imponer el gobierno antiobrero de Cristina Fernández y su ministro Axel Kicillof, de malsanas pretensiones progresistas.

Aníbal Fernández profundizó la mentira y aseveró que la Argentina tenía menores índices que pobreza que Alemania. “¿Alguien levantó la mano para decirle que no era cierto el dato? ¿Alguien levantó la mano para decir que no está de acuerdo con la presidenta?”, dijo el jefe de gabinete refiriéndose a la conferencia de la FAO, en la expectativa de que alguno de sus miembros se hubiera levantado para interrumpir el discurso de una jefa de gobierno extranjera para señalarle la impostura. “Países como Alemania no la están pasando bien, aunque no lo quieran creer”, dijo Fernández, el ministro. “¿Pero vos decís que tenemos menos pobreza que Alemania?”, preguntó, sorprendido, el periodista. “Y sí, aunque no te guste”. Una exacerbación de irrealidad, un caldo en el que se cuecen solos los kirchneristas.

El cuento de Cortázar es trágico y se limita al ámbito íntimo de una familia en una situación tremenda. El Gobierno nacional lo amplía a una gestión estatal y sus adláteres creen ese festival de las mentiras. Alguien dijo alguna vez que “ser kirchnerista no te mata, pero te deja pelotudo para siempre”. Es hora otra vez de recordarlo. También es pertinente recordar que en 1789 los reyes franceses vivían en otro mundo de irrealidad impulsado por ellos mismos, a tal punto que María Antonieta, ante las manifestaciones de las masas hambrientas, sugería: “Si no hay pan, que les den pasteles”. La irrealidad y la mentira en la historia. Con los riesgos que ella implica.