Impostura, manipulación y delirio del relato K

Los gobernantes argentinos convirtieron a la impostura en una de sus pasiones. El alfonsinismo quiso hacer creer que la sola posibilidad de la democracia bastaba para comer, educar y curar. El menemismo planteó que su programa entreguista era, en realidad, el modo concreto de la revolución productiva y el salariazo. Los funcionarios de Fernando de la Rua proclamaban que la honestidad -que ellos mismos no practicaban- era requisito suficiente para gobernar. Como se sabe, De la Rúa terminó yéndose en helicóptero luego de mandar a matar a más de treinta personas que se manifestaban en la Plaza de Mayo y en todo el país. Los impostores se encaramaron en los gobiernos desde el regreso de la democracia, hace tantos años ya. Sin embargo, la impostura llegó a sus  máximos niveles con los gobiernos kirchneristas. Una impostura que a veces roza el delirio. Las últimas jornadas permitieron que ese registro apareciera en la vida de los argentinos en dos oportunidades.

El Indec, aquella antigua institución de las estadísticas transformada en un deslucido centro de desinformaciones progubernamentales, decretó el fin de la desocupación en el Chaco. El gobernador Jorge Capitanich realizó una conferencia de prensa en la que celebró el anuncio: “Finalmente, en el segundo trimestre de este año, la desocupación bajó al 0,4 por ciento”. La manipulación estadística del organismo controlado por el católico fanático y antiguo miembro de Guardia de Hierro Guillermo Moreno toma a beneficiarios de planes sociales, incluso a aquellos que no realizan ninguna actividad laboral en retribución por esa paga, como trabajadores en actividad. La falsedad del “pleno empleo” en el Chaco es evidente para quien viva allí y para quien la visite. No está de más recordar que en mayo luego de la represión ordenada por el gobierno chaqueño murió Florentín Díaz, miembro de la comunidad aborigen Curushy. Díaz había participado de una protesta, justamente, de desocupados. Formosa y Misiones fueron beneficiadas por las calculadoras mágicas del Indec y registran los niveles más bajos de desempleo. Se debe destacar que Formosa, Chaco y Misiones son las provincias más pobres de la nación.

Una nación que, en palabras de la presidenta Cristina Fernández, tiene mejores índices que Canadá y Australia. Algo que, incluso tomando como datos válidas las cifras dadas por el Indec, son desmentidas por estudios internacionales promovidos por las Naciones Unidas. Según estos registros, el Índice de Desarrollo Humano le otorga a Australia el 2º lugar en el mundo, a Canadá el 11º y a la Argentina el 45º. El PIB nominal per cápita ordena a Australia en el 6º lugar, a Canadá en el 10º y a la Argentina en el 60º. En términos de esperanza de vida, Australia está 10º entre las naciones del mundo, Canadá 13º y la Argentina 60º. Respecto a la igualdad de ingreso, Australia se ubica en el 27º puesto, Canadá en el 39º y la Argentina en el 61º. Según el Índice Prescott-Allen -que mide el bienestar de las naciones no sólo con el método de la ONU que calcula el IDH o por el PIB, sino que también toma como factor el impulso ecológico de cada país-, Canadá se ubicaría en el 6º lugar, Australia en el 18º y la Argentina en el 54º. Los datos -recopilados por mi amigo Ignacion Jorajuria- son elocuentes. A pesar del énfasis discursivo de la presidenta Cristina Fernández, nada demuestra que la Argentina esté mejor que Canadá o Australia.

Cuando se presencia este tipo de intervenciones falsarias, surge la pregunta acerca de si los gobernantes que las enuncian son cínicos sin remedio o si realmente se creen su propio relato impostor. En un caso u otro, para describir el estado político y moral de quienes nos gobiernan corresponde usar la palabra que escribiera en una de sus columnas la gran periodista Susana Viau, fallecida hace unos meses. Viau había escrito: “demencial”.

Un pueblito contra los poderes

Finalmente, después de un año y medio de corte de ruta, el pueblo de Famatina doblegó al gobierno kirchnerista de Luis Beder Herrera, que anoche firmó un decreto que deroga el convenio con la Osisko Mining Company, tal cual lo exigían los famatinenses.

El significado de este triunfo es inmenso. Siete mil habitantes de un pueblo perdido en la cordillera derrotaron a un gobernador que -desmintiendo el programa con el que había sido votado- decidió que se instale una empresa saqueadora en esa región. Un gobernador que acusó a sus habitantes de “hippies violentos”, que trasladó a un policía porque su esposa participaba de las asambleas  ambientalistas, que era repudiado masivamente cada vez que llegaba a la región y que impulsó causas judiciales contra cincuenta miembros de la asamblea popular de Famatina. Un gobernador que, mientras tanto, realizaba con el condenado ex presidente Carlos Menem para que juntos apoyaran a la presidenta Cristina Fernández y que, incluso, llegó a inaugurar un monumento en su honor. Ese gobernador que parece salido de una  caricatura medieval fue derrotado por la decisión inconmovible de un pueblo decidido a no morir por la megaminería.

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