La amenaza policial

Una frase popular retumba al constatar la política de seguridad del recientemente asumido Gobierno de Mauricio Macri: “Es peor el remedio que la enfermedad”. Ante una situación incontrastable de aumento de la delincuencia, la violencia y la inseguridad en los últimos años —signo de la disgregación de las relaciones sociales en el marco de una crisis más general—, las fuerzas de seguridad habrían obtenido la vía libre para incrementar su rol de vigilancia en términos que no se veían desde hacía muchos años.

Esto es perceptible no sólo por la excepcionalidad peligrosa de las fuerzas policiales al irrumpir en una villa miseria disparando balas de goma mientras una murga ensayaba en sus calles estrechas, lo que dejó niños heridos por los proyectiles, sino también por las filas de hombres con los brazos contra la pared al salir de una estación del ferrocarril. Se suman inspecciones colectivas de documentos de los pasajeros en colectivos del conurbano al que se suben policías con tal fin, un periodista de origen mapuche demorado por inspección de antecedentes en la estación Carlos Gardel del subte porteño, cacheo de jóvenes por la sospecha de caminar por una calle cotidiana de Mataderos, etcétera. Todos acontecimientos que se tornan comunes en el país y que permiten que sean registrados por las cámaras de los celulares de cualquier ciudadano —como también fueron registrados con esos celulares los disparos de los policías contra los miembros de la murga en la villa 21-24 hace pocas semanas. Continuar leyendo

Un incierto cuento de Navidad

Al publicar estas líneas, más de tres mil obreros de la industria de la alimentación habrán brindado en la medianoche de la Navidad con el deseo inequívoco de conservar su trabajo, de que se les paguen sus sueldos, de no caer en la incertidumbre del desempleo y de que sus familias no queden en la desesperación. Habrán brindado con la sidra que se estila integrar en los bolsones alimentarios de asistencia social por estas épocas. En algún otro momento estos operarios no habrían necesitado de la ayuda social ni de los bolsones para brindar con sus familias, sino que hubieran pagado con el producto de sus sueldos los elementos de la mesa navideña. Sin embargo, debido a los desmanejos empresariales y gubernamentales y a la corrupción kirchnerista, hoy levantarán los vasos para brindar con la soga pendiendo sobre sus cuellos.

Hace unos días, el martes más específicamente, los obreros de Cresta Roja fueron los protagonistas de la primera represión del Gobierno de Mauricio Macri. El acto de violencia estatal podría no tener sentido por fuera de la demostración de fuerza de un Gobierno que necesita establecer distancias respecto de una imagen de delarruismo que lo aleje de una figura de autoridad. Esta es la conclusión necesaria a una encadenación de hechos que comenzó el lunes por la noche, cuando los trabajadores y sus representantes gremiales acordaron con los enviados del Ministerio de Seguridad de Patricia Bullrich que, en caso de protestar, sólo ocuparían dos carriles de la autopista Ricchieri y dejarían fluir el tráfico, en función de las reuniones institucionales que estaban previstas para el martes. Pero los acontecimientos superaron el acuerdo. Según todos los testigos, no había demoras en el tránsito cuando, a las diez de la mañana, la Gendarmería, sin previo aviso, arrinconó a los trabajadores con violencia y carros hidrantes al perímetro por fuera de la autovía. En vivo, la población asistía al primer episodio en el que la fuerza estatal era puesta en funcionamiento para reprimir la protesta social. La violencia de la Gendarmería había sido innecesaria. El macrismo se adelantaba así a un período en el que el ajuste que lleva adelante y las medidas que tienden a que la clase trabajadora sea el depositario de las penas de la reestructuración de la economía poblarán de luchas las calles en el futuro inmediato. Continuar leyendo