Empresarios argentinos: victimarios e inocentes

Seguramente la vida nos haya puesto muchas veces en situaciones donde, aun con buenas intenciones, llevamos a cabo acciones o actividades que indirectamente provocan un daño involuntario a terceros. Esta realidad se encuentra presente en el núcleo de la actividad empresarial de Argentina, donde sabemos que existe una cantidad importante de empresarios que actúan por fuera de la ética y de la ley, pero donde la gran mayoría se empeña en hacer las cosas dentro del amparo legal y de las buenas costumbres.

A pesar de ello, muchos de estos empresarios bienintencionados participan de un sistema económico que los beneficia injustamente y que los lleva a causar daño a la sociedad. Es una encrucijada en la que se encuentran que no parece tener salida a través de la buena voluntad ni la filantropía como medio compensatorio. La realidad económica de nuestro país les concedió posiciones dominantes que derivan en una terrible desigualdad social. Las altas participaciones en los mercados, los acuerdos entre ellos, escritos o tácitos, el control sobre la red de distribución y el sometimiento de proveedores y trabajadores son algunas de las injusticias que sus empresas han construido a lo largo del tiempo. Continuar leyendo

La pregunta que nadie se hizo: ¿Quién va a industrializar el país?

Muchos dirigentes insisten en la importancia que tiene la industria nacional para el desarrollo económico de Argentina. Lo curioso es que la mayoría de ellos aún no ha podido definir con exactitud qué es y qué no es industria. Opinan también que el futuro de la industria está en el agregado de valor a las materias primas provenientes del agro, en la llamada agroindustria. Que el granero del mundo se convierta en la cocina del mundo.

Seguramente esto sea cierto, dado que la Argentina, especialmente en las regiones del interior, tiene ventajas competitivas para industrializar las mercaderías en el origen y reducir así el impacto del flete, entre otras ventajas. Adicionalmente, el país cuenta con un importante poder de negociación internacional en la puja por la localización de la industria, gracias a que dispone de los recursos más escasos de todos: los insumos para la producción. Es fácil concluir, por tanto, que en Argentina debería prosperar la industrialización de los alimentos provenientes del agro para lograr un proceso de crecimiento fuerte de la producción que redunde en la creación de fuentes de trabajo. Continuar leyendo

Violencia de género y demanda laboral

Muchas veces las raíces de los problemas se encuentran en lugares intuitivamente lejanos. Esto hace que cueste más encontrar las soluciones e incluso que muchas veces se adopten medidas equivocadas que agravan la situación. Intentaré demostrar cómo ocurre esto con la relación entre la falta de demanda laboral y la problemática de la violencia de género.

Es necesario comprender, antes que nada, la raíz de esta violencia. Los estudios internacionales sobre la cuestión atribuyen una de las principales causas a la desvalorización de la mujer, cuyo rol queda desdibujado en el seno familiar. Es que la mujer, tradicionalmente, ha sido vinculada a una atención más constante de los hijos, lo que genera que muchas veces dependa económicamente del marido. Estos mismos estudios demuestran que cuando la mujer tiene una función extrafamiliar, como por ejemplo un trabajo, lo que le permite tener sustento económico propio, aumenta su autoestima y su valoración. Gracias a ello, disminuye enormemente la posibilidad de que exista violencia de género. Continuar leyendo

El disfraz moderno de la esclavitud

El trabajo es, sin dudas, uno de los principales factores que promueven el desarrollo social. Un ámbito en el cual las personas interactuamos, en la dinámica del dar y recibir, con los otros actores de la sociedad. El empleo nos permite lograr los recursos económicos necesarios para la sustentación de nuestras familias, pero fundamentalmente representa un espacio en el que cimentamos nuestra dignidad como seres humanos. Su ausencia, en contrapartida, es la raíz del desmoronamiento de la persona, de la desarticulación social, la exclusión y la inseguridad. De todo ello se desprende su enorme importancia.

Las empresas, como actores principales de la generación de empleo, juegan un rol decisivo para el desarrollo social.

Cuando intentamos medir la situación laboral en Argentina, solemos darle una importancia exagerada a los índices de ocupación. Pero lo cierto es que a un determinado nivel de condiciones salariales, se puede lograr el pleno empleo. Esto no es ninguna ciencia. Sin embargo, olvidamos ahondar en el factor más importante: la calidad de ese trabajo.

El verdadero desafío consiste en alcanzar el pleno empleo con niveles de salario y formalidad dignos. Esto significa que los trabajadores puedan lograr, por sus propios medios, condiciones que permitan sustentar un buen nivel de vida para sí mismos y para sus familias. No debe mirarse el nivel de ocupación en una economía sin prestar atención a las condiciones en las que se desarrolla el trabajo. Hay que revindicar el aspecto cualitativo para lograr una mirada integral.

En Argentina tenemos un problema muy grave de precarización laboral. Según un informe de la OIT de 2013, la informalidad laboral afecta a 4 de cada 10 trabajadores, siendo a esta altura un fenómeno estructural, ya que se visualizan incrementos tanto en épocas de expansión como en periodos recesivos. Al nivel de sueldos y precariedad actual, en nuestro país debería haber no menos de tres empleos disponibles por cada trabajador, como seguramente habría en España o cualquier país desarrollado si se pagaran los magros sueldos de acá. El nivel de conformismo frente a la situación actual es alarmante. El empleo precario es la forma moderna de la esclavitud y para combatirlo tenemos que comprender acabadamente sus razones.

La única solución real al problema de precarización laboral se logra el impulso de la demanda laboral, a fin de generar las condiciones para que exista una puja a favor del trabajador. Sólo así será valorado y potenciado. Se debe lograr que sea el empleado quien elija la empresa y no a la inversa. Para que esta situación sea posible es necesario fomentar la competencia empresarial, en la cual un empleado capacitado y conforme sea la clave del éxito.

Existen dos factores fundamentales para impulsar la demanda laboral: la existencia de mercados en competencia y la productividad del trabajo. El primer factor está determinado por la existencia de PYMES que tengan posibilidad de penetrar mercados y subsistir y crecer en función de su mérito. El segundo factor se determina esencialmente por el nivel de capacitación, los costos asociados al empleo y la tecnología. La competencia entre empresas logra impulsar la inversión en tecnología y la formación del trabajador, mejorando así la productividad laboral. Sin embargo, existen costos asociados al empleo, principalmente impuestos y cargas, que amenazan fuertemente la productividad y requieren de una decisión del estado.

En resumen, puede concluirse que vivimos una situación de precariedad laboral debido a una combinación de una carga fiscal inadmisible sobre el trabajo, sumada al sometimiento de los trabajadores frente a los monopolios. A partir de esta situación, se torna urgente promover una explosión de la demanda laboral, poniendo el foco en las dos principales causas de su letargo.

No hay transacción en el país más gravada que la contratación de un trabajador. Entre cargas sociales e impuestos a las ganancias, una porción desmesurada del monto que paga la empresa se lo lleva el Estado en impuestos. Esta situación es incluso más grave cuando un trabajador aspira a un aumento salarial. En este caso se dan situaciones insólitas, en las que los impuestos y cargas se llevan la mayoría o hasta la totalidad del aumento.

La decisión empresaria de emplear a una persona debe ser la menos gravosa, pero ocurre exactamente a la inversa. Es inadmisible que semejante peso fiscal recaiga sobre la decisión de emplear y de darle un aumento al trabajador en función de su mérito.

Para que el trabajador no esté sometido a las grandes compañías, con posiciones dominantes en los mercados, hace falta que muchas más empresas estén pugnando por él. La sana competencia, bien entendida, implica que los mercados estén repartidos entre varios, principalmente PYMES, compitiendo en un marco de legalidad y equidad. Actualmente es muy difícil para las PYMES lograr subsistir y desarrollarse en Argentina debido a la combinación de una alta presión fiscal y regulatoria, de una competencia desleal por parte de mercados informales y de las posiciones dominantes de las grandes empresas. Estos tres factores, combinados, limitan la propagación de nuevos emprendimientos, dejando a los mercados, y en consecuencia a los trabajadores, a merced de los monopolios. Es necesario comprender la importancia que tiene la defensa de la competencia en la lucha por la soberanía del trabajador. La sana competencia implica la democratización de los mercados, en cuanto empodera al ciudadano como consumidor y como trabajador.

A través del trabajo podemos lograr una mejora sustancial en la situación social. Para ello es necesario que comprendamos la importancia de las pequeñas y medianas empresas como verdaderas impulsoras del empleo de calidad. Visto el vaso medio lleno, tenemos un enorme potencial a ser desarrollado mediante el impulso de la demanda laboral, desde las PYME y en un marco de sana competencia.

El eje de la competitividad

Las empresas, como núcleo de la actividad económica, comprenden muchas veces la importancia de la formación de sus colaboradores (empleados, directivos y hasta proveedores). Esto lo perciben, fundamentalmente, como una inversión que tiene su repago económico, más allá de su impacto social positivo. Así, muchas organizaciones suelen embarcarse en el esfuerzo de llevar adelante la capacitación de sus empleados. Para ello es necesario invertir tanto en el dictado de los cursos como en el tiempo destinado por las personas para recibirlos. Esta decisión pone a la empresa frente a la oferta educativa existente, que tiene algunos limitantes estructurales. Por un lado, difícilmente responda a requerimientos específicos de los puestos a formar y, por otro, los programas de capacitación preexistentes no suelen tener vínculo con la actividad real de la empresa.

Es fundamental que haya una conexión directa entre la formación y la actividad real de las empresas, especialmente para rangos bajos y medios. Sin ella es difícil que el operario comprenda en forma acabada su función y se sienta capaz de realizarla. La dificultad radica en que son sólo algunas pocas compañías las que, por su tamaño, tienen la escala que les permite generar programas de formación que articulen el dictado de clases teóricas con la experiencia práctica en el puesto. La gran mayoría de las empresas quedan fuera de esta posibilidad y deben conformarse con el “enlatado” que representa la oferta educativa preexistente.

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Inversión multigeneracional, una receta posible

Hace cinco años comenzábamos la aventura de salir a convocar inversores extranjeros para apostar en la Argentina. En aquel entonces, presentábamos al país como víctima de una eterna paradoja, “The Argentine Paradox”: nuestra tierra es, por sus características estructurales, uno de los mejores lugares del mundo para invertir pero, por distintos motivos, se convierte en uno de los peores destinos de inversión.

Mostrábamos estadísticas de población, educación, diversificación de la matriz productiva, recursos naturales, existencia de mercados sofisticados, tecnología, innovación y muchas otras características distintivas de Argentina. Sin embargo, reconocíamos la cantidad de veces en las que los inversores habían sido defraudados.

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