Devaluación de jure y devaluación de facto

Eduardo Curia

Analizando diversas opiniones sobre el tema devaluatorio, la sensación es que la comprensión del asunto aún es acotada.

Por un lado, no se capta bien el íntimo nexo del tipo de cambio real –visto, claro, como crucial componente de una matriz macro- con la dura restricción externa instalada en el país, que fuerza al estancamiento. Véase que el negativo giro estratégico –corporizado en especial a partir de 2010-, que pasó de una matriz macro afín al dólar competitivo (que, por supuesto, venía desgastándose) a una matriz muy pro retraso cambiario, fungió como la causal no única, pero, sí, clave, del arraigo de la restricción externa. El cepo cambiario fue un corolario de ello. 

La incomprensión también radica en la no distinción entre devaluación de jure y devaluación de facto. Algo confirmado cuando se alude a la relatividad de la solución devaluatoria, a que su impronta dura cada vez menos, a su tenor cortoplacista, etc.. Así, no se encara el quid de la cuestión.

Una cosa son las devaluaciones que “suceden”; otra, es el planteo de la devaluación de derecho. O sea: la que remite a la cabal comprensión de la estrategia y a los modos expertos y eficaces de su implementación, sin olvidar, claro, el contexto.

Así, la megadevaluación de 2002, es, de hecho, “tan devaluación” como la de enero pasado, aunque contrasten en magnitud. En la primera, la actualización del valor del dólar fue, digamos, del 250%, y la devaluación del peso –su contracara- superó el 70%. En enero de 2014, sumando algún residuo, los valores fueron, respectivamente, de 28 y 23%.

¿Y en materia de devaluación de derecho?. En su orden, la megadevaluación de 2002, aun con las obvias rispideces del proceso global, conformó un saliente éxito. Por eso se la estudia en conspicuos papers a nivel internacional. El pass through o pasaje a precios internos fue relativamente sobrio y en el buen sentido, quedando arraigado y sostenido de modo extendido el objetivo de drástica mejora de los grandes precios relativos de la economía. Sobre esto abrevó uno de los lustros económicos más notables de nuestra historia económica. Por cierto, su deseable proyección hacia delante, exigía una tarea de reacondicionamiento.

En ese éxito pesó, pese a dudas iniciales, un esquema integral que encuadró la actualización cambiaria. El fracaso del intento menor de enero, precisamente, se debió a la falta de un esquema de ese tipo. Luego, su efecto real se licuó enseguida.

Pero, a la par, séase conciente que el volver, por ese fracaso, al nivel de aguda sobrevaluación cambiaria real de octubre de 2013 (similar al de fines de la convertibilidad), es una razón relevante –junto al duro affaire Griesa y a sus varias contingencias complicantes- del endurecimiento de la restricción externa, asomando  expectativas superiores de devaluación, fuertes presiones alcistas sobre los distintos tipos de cambio, y una mayor exposición en materia de reservas.

El país, entonces, se ve  muy embretado. Con densos vencimientos hacia delante, y con un ciclo mundial en 2015 con bemoles. Conviene, por ende, reconsiderar algunos comentarios descuidados sobre el tema devaluatorio. De paso, sépase también que, cuanto más se rechace este instrumental, tanto más se debe extremar la búsqueda de dólares por “otra vía”, sopesando las chances de perpetuación del estancamiento.