Las propias culpas en la distorsión cambiaria y en el declinar exportador

Eduardo Curia

Se suele creer que la historia reinicia todos los días, desde cero. Lo que aplica al ascendente debate sobre el tema devaluación.

Aclaremos equívocos previos. Es torpe enfocar la variable cambiaria de modo aislado. Sí, el cambio nominal es una variable, pero el real -clave y que incluye al anterior- lo calza con las demás variables de la macroeconomía; hay una matriz. A la par, hace tiempo que el Gobierno devalúa (en lo nominal) continuamente, a diversos ritmos. Claro, en el contexto, ello deriva en una dura sobrevaluación real.

En lo de la historia, se olvida -incluso, en medios de la industria, sector harto favorecido en su época- que venimos de un esquema afín a una matriz macro de dólar alto -con los demás complementos-, que marcó uno de los lustros más notables de nuestra historia económica. Más allá de un mero efecto rebote y del apego al llamado “viento de cola”, con un crecimiento sostenido cercano al 9 % anual, aun mayor para la industria (y sin un gran déficit de divisas sectorial), una suba masiva del empleo (en especial privado), el repunte de la inversión, y la solidez externa (superávits y gran acopio de reservas).

Ese modelo exigía ya en 2007 un service, como lo dijimos temprano. En cambio, se giró en 2010 hacia una matriz ligada al dólar (real) barato, acorde con el rediseño de otras variables, alentando más inflación y cayendo -aun con una actividad resentida- en la restricción externa, con su disfuncional colateral del cepo cambiario (que ayuda a reciclarla). Se instaló un sistemático declive exportador, con muchas pymes que se iniciaron en el negocio y luego dejaron, y con una escasez de divisas nunca zanjada (por más que se amparó a ciertos rubros del retraso cambiario, vía medidas que ven amenazada su continuidad). En el tiempo, hubo dos ocasiones de hacer correcciones, tal como lo recomendamos: fines de 2011, aprovechando el gran triunfo comicial de Cristina Kirchner, y fines de 2013, cuando atisbaba un esfuerzo de mejora. Cuadraba una adecuación cambiaria de cierta entidad, dentro de una propuesta integral, derivando luego en un curso de inflación descendente.

Ahora encaramos una instancia muy apremiante, porque más allá de la fachada transitoria que atañe al Plan Verano, los desvíos macroeconómicos endógenos, agudizados al perderse esas ocasiones, se cruzan con un ciclo mundial denso en claroscuros. Justamente, en este marco, junto con otros factores, el tipo de cambio real multilateral, al que si bien nunca le otorgamos una prioridad absoluta en el análisis, sí ofrecía cierta distensión ante el bilateral con el dólar, ahora también nos contraría.

El tipo de heterodoxia dominante consolida el retraso cambiario (devalúa en lo nominal, pero, por negligencia, con efectos reales negativos) y lo legitima aduciendo que, cambiando, poco se ganaría en exportaciones dado el contexto mundial. Otra vez saltea la historia: su propia culpa en nuestra flojedad exportadora. Además, aun con ese contexto, nos exponemos a ceder crecientemente el market share en los mercados. Sin olvidar las pérdidas productivas y de dólares.

Urge un serio sinceramiento de la distorsión de los precios relativos macro. Aun aspirando al aflujo de capitales. Desde ya, la óptica en boga opina distinto: postula ese aflujo casado con el dólar barato. He aquí el meollo del debate entre las opciones: continuismo-gradualismo-shock.