Nivel de precios y precios relativos, en perspectiva

Como se sabe, el llamado nivel de precios atañe al desempeño inflacionario, mientras el plexo de precios relativos hace a la asignación dinámica de los recursos productivos. Ambos factores interactúan íntimamente. En el caso argentino, a la tal instancia, la denominamos la “problemática de la doble problemática”.

Fácil de explicar. El país arrastra desde hace años una inflación efectiva elevada, con alguna oscilación; lo que es un problema. A la par, muestra un agudo desalineamiento de precios relativos, respecto del cual, el ligado al severo retraso cambiario real, no es el único, pero, sí, el más rudo; otro problema. Reiteradamente -un clásico de la economía argentina- se usa al cambio nominal como ancla crucial de inflación –cuestión del nivel de precios-, instigando a pleno retraso cambiario real, una tara clave en los precios relativos, y responsable principal de la instalación de la restricción externa. Es la problemática de la doble problemática.

El asunto jugó últimamente en el marco de un cuadro de estanflación estructural: mezcla de inflación con un estancamiento de base. En medio de una distorsión acusada de rentabilidades y de precios relativos, sumando expectativas y la puja de ingresos, la vivaz rotación de estos factores decantó en que, cada nueva vez, los golpes de demanda interna asumidos rindieran menos en materia de activación económica y más en términos de inflación.

Se solía argüir: bajemos el curso inflacionario, y, de paso, arreglamos el incordio cambiario real. Falso. Aun en una desinflación, atendiendo a los ritmos comparados de la inflación en baja y del ajuste cambiario en marcha, no habría que descartar una mayor sobrevaluación real.

¿Qué hacen hoy las autoridades? Pues, por un lado, buscan acotar el ritmo de la citada rotación. El canal clave al respecto: el uso desembozado del cambio nominal como ancla, consolidando el retraso real. Aportan otros medios, como el intento de un mayor encuadre del rubro salarial. Se aspira a que, en tales condiciones, ciertos influjos de la demanda interna, ahora, peguen más en la actividad y menos en la inflación. ¿Y la asfixia de dólares?. Pues, tratan de aliviarla descubriendo las delicias del neofinanciamiento externo.

Aun dados los límites sustantivos de un tal enfoque, se lo entiende hasta cierto punto en tanto capítulo del esquema que bautizamos “Plan Verano”, un plan “de tránsito”, con un horizonte ceñido al 2015. Lo notable es que, de cara al 2016 en adelante, muchas voces enarbolan un planteo similar, posiblemente, buscando un estilo más pulcro.

Así, bastaría con intentar ajustar apenas al cambio real de base, sumando algo de devaluación fiscal, colocando entonces el acento en un supuesto aluvión de dólares asociado a la cuenta capital, alentado por una confianza redimida. De paso, bajo maquillaje, el cambio nominal persistiría como ancla, y el dólar (real) seguiría esencialmente barato.

¿Así se resolvería en serio la problemática de la doble problemática?. Es verdad que las alternativas –vgr., un shock de precios relativos que, a posteriori, derivara en un plan antiinflacionario-, también se las traen. Pero, convéngase que la opción recién comentada, no se libra de serias dudas.

¿No conviene “bajar un cambio”?

Nuestra economía atraviesa un trance muy delicado. Padece un cuadro de estanflación y su mercado laboral se ve expuesto. Arrastra una restricción externa instalada -retornándose a un nivel muy agudo de retraso cambiario-, siendo que las implicancias del fallo de Griesa -actuales y potenciales- pueden agravarla, incluyendo la obstaculización de la vuelta a los mercados financieros que se estaba buscando. En un marco así, no hay que descartar mayores presiones sobre las reservas internacionales, el tipo de cambio oficial y los “terceros” cambios de sobra conocidos.

Un contexto como el descripto, objetivamente, posiciona un grado de incertidumbre no trivial en el horizonte inversor. Con expectativas inversoras afectadas -por indicios palpables, y no por un mero psicologismo romo-, ciertos estímulos que se piensen para mejorar la alicaída actividad,  pueden, paradójicamente, pegar más en materia inflacionaria que en términos de más producción.

Es en este concierto tan erizado, donde las autoridades lanzan la iniciativa de reforma de la ley de Abastecimiento, a la vez que se conoce la intención de aplicar la ley antiterrorista en el caso de la imprenta multinacional Donnelly, que obtuvo su quiebra judicial. Los ruidos de todo esto son enormes. Los tópicos referidos no sólo pesan puntualmente, sino también por sus vastas repercusiones.

Una primera impresión es, si, existiendo ya una ley de Abastecimiento (no exenta de discusiones), no implica una sobrecarga acotadamente oportuna el alentar ahora su reforma. Máxime con contenidos -varios de ellos durísimos- que exhalan un exagerado intervencionismo (vgr., fijación estatal de diversas variables de las empresas), el que agita innecesariamente el fantasma del “desapoderamiento”. 

En el caso de la empresa Donnelley, si se confirmara la arbitrariedad de la quiebra decretada, hasta podría ponerse en duda el propio accionar -¿cómplice?- de la justicia. Otra vez, cabría aducir que existen procedimientos judiciales de rango más normal para “arrancar” con la investigación que persiguen las autoridades, como paso previo a la posibilidad de aplicar una categorización tan radical como la ligada a la ley antiterrorista.

Desde ya, hay una lógica en el proceder oficial. En función de los mecanismos macroeconómicos básicos, realmente, la situación económica luce complicada, con incómodas secuelas en el mercado de trabajo. El tema de los fondos buitre añade otro bemol importante. Así las cosas, parecería que el gobierno busca contrabalancear este molesto espectro -que hasta puede acentuarse- intentado robustecer el control político directo sobre la economía, con la esperanza, por esa vía, de poder neutralizar “desmadres”. El gran riesgo de todo esto, es que puede agravarse la incertidumbre inversora y aquellos mecanismos resentirse aun más. Examinado más reflexivamente un fenómeno como el recién señalado, ¿no convendría “bajar un cambio”?

El error de diagnóstico oficial

El día 7 de agosto, el Gobierno anunció medidas de intención reanimante. Algunas, como las ligadas al REPRO y a un sistema de pasantías, son de corte “ofertista”; pueden otorgar un cierto paliativo en un mercado laboral que viene rengueando. Se añade un proyecto más impulsivo, como el programa de renovación de la flota de colectivos (con tasas de interés subsidiadas), y una adecuación del régimen de CEDIN, buscando un mayor compromiso de los bancos y una mayor entrada de dólares por esta vía.

Los anuncios no definen demasiada “masa crítica”. Pero, fundamentalmente, el quid es que ellos se enmarcan en un error de diagnóstico, y, por ende, los enfoques de política lucen limitados. Por de pronto, se imputa a pleno la seria desaceleración interna con la debilidad de la economía mundial. Ciertamente, ésta no rebosa; los países del continente, también presentan mellas. No obstante, la Argentina viene figurando entre los países de más bajo crecimiento comparado; en más o en menos: estancamiento. Y, cuando se dice que esa debilidad hace caer exportaciones, en rigor, hay países (por razones varias) que suben sus exportaciones: vgr., EE.UU., Alemania, Irlanda, Portugal, España.   

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