En el 2015 se gana con la economía o se pierde…

Eduardo Fracchia

Se está preparando a fuego lento la estrategia electoral mediante la cual este gobierno aspira a perpetuarse. La Presidenta, hoy con pocas chances, quiere plantear la elección como un plebiscito de su gestión para que refuerce una legitimidad deteriorada. En abril de 2003 Kirchner sólo obtuvo el 22% de los votos. Si bien Cristina posee índices de popularidad relativamente favorables, aunque en descenso, aspira a una reafirmación de poder en estos dos años que quedan. Procura una base electoral representativa para la conformación de una fuerza política de alcance nacional en 2015. Este posicionamiento le permitiría además aspirar a liderar el justicialismo después de los cuatro principales referentes que lo han conducido desde mediados de los ’80: Cafiero, Menem, Duhalde y Néstor Kirchner. 

Para la economía siempre un proceso electoral es relevante por las presiones naturales que emergen sobre el gasto público y por la influencia del resultado electoral sobre indicadores vinculados al bienestar: PIB, desempleo, inflación, clima de confianza de los consumidores, clima empresarial de negocios. La de 2015 es una de esas típicas elecciones donde se puede ganar con la macroeconomía. Al tratarse de una elección presidencial su relevancia es sin duda mayor. Podríamos recordar antecedentes de elecciones con fuerte impacto en la economía y en la política como la del 6 de septiembre de 1987, cuando el justicialismo reconquistó la provincia de Buenos Aires y ganó prácticamente en todo el país. Alfonsín perdió virtualmente el poder ese domingo negro. La economía, al derrumbarse la confianza en el liderazgo político de Alfonsín, se fue enrareciendo hasta llegar, año y medio después, a la primer hiper de nuestra historia. Veamos un segundo ejemplo: las elecciones de octubre de 2001. Con un fuerte cuestionamiento al sistema político, supusieron en los hechos (votos) un claro respaldo a Duhalde, resultado electoral que dos meses después derivó en su llegada al poder después del caos de diciembre.

¿Habrá exceso de gasto público en estos dos años motivado por las elecciones? Seguramente sí. En cuanto al gasto público sabemos que su crecimiento fue muy importante en la última década. Existe una estructura creciente de subsidios para que no afecten a nivel consumidor las tarifas realistas. Pueden incrementarse otros subsidios sociales tanto a nivel federal como provincial. Es sabido que existen un conjunto de gastos que están asociados a corregir distorsiones en los ingresos reales. Si se reunieran en un paquete se los puede interpretar como de gasto electoralista tendiente al  incremento en el ingreso de bolsillo.

No fue el propósito de estas líneas realizar un análisis político a fondo sino esbozar algunas repercusiones de las futuras elecciones en la marcha de la economía y en particular reflexionar sobre el gasto público. En el análisis macro es un clásico relacionar el ciclo de naturaleza económica con el ciclo de raíz política. Esta futura elección es muy apropiada para pensar sobre esta  interacción.

Así como en la época de Menem hubo mucho voto en su momento asociado a la permanencia de la convertibilidad, en este caso qué duda cabe que la evolución del empleo va a influir en el resultado electoral. Por eso es clave que la recesión que está a las puertas no deteriore el mercado laboral.

La presidenta es un animal político y por lo tanto no hay evento más importante que las elecciones de 2015. Tenemos una interna entre dos proyectos antagónicos. Un peronismo más tradicional, encarnado aparentemente hoy por Sergio Massa, frente a otro oficialista que se vuelve más competitivo si presenta a Scioli como candidato. El oficialismo no ha logrado renovar la forma de hacer política. Lo que más le juega en contra al kirchnerismo son dos años de virtual estanflación que tenemos por delante. Se extrañan las prácticas más transparentes, de mayor democracia del sistema y con una propuesta de renovación de dirigentes con un nuevo estilo de hacer gestión pública para todos.