Dieciséis años de abusos e impunidad

Eleonora Bruzual

Caracas.- Dieciséis años de abusos e impunidad han cebado y dado absoluta confianza a esos facinerosos chavistas que de manera insaciable robaron y siguen robando en un saqueo, al que han llamado revolución, y que de tanto repetir que llegaron para quedarse se lo creyeron y ahora aúllan tratando de tapar el miedo con una baladronada que a las claras muestra que sus tiempos de libertinaje seguro llegan a su fin.

La prensa del mundo tiene un verdadero filón en ese saqueo que castrochavistas han hecho, saqueo que muestra que aunque son incapaces para crear progreso y felicidad para el pueblo, a la hora de robar son efectivísimos. Se conoce -y puede ser bastante más- que algunos venezolanos tienen en el exterior más de 350.000 millones de dólares de origen dudoso, y como la fortuna es una rueda que baja y sube, esa millonada ha sido detectada y esas leyes financieras que rigen en países desarrollados casi han eliminado el secreto bancario, tan útil para los pillos; y hoy la comunidad internacional puede husmear, precisar y congelar capitales mal habidos producto  del lavado de dinero derivado del terrorismo, la corrupción y el narcotráfico.

Esas circunstancias están destruyendo las “zonas de confort” de unos gamberros que comenzaron saqueando negocios durante tumultos callejeros, como aquel del llamado “Caracazo”, y así lograr llegar al poder. Una vez en el poder, ya el negocio no era un establecimiento de neveras o televisores, el negocio gordo fue saquear Venezuela  y lo hicieron.

Nos dejamos abusar de un tropero con dotes histriónicas extraordinarias, de él, de su banda y de su vivaracha familia… También de chulos extranjeros que se dieron cuenta que secundarle en sus ambiciones era muy pero muy rentable; el país todo se convirtió en una zona de tolerancia para cualquier vivaracho venezolano o foráneo, siempre y cuando tuviese claro que lo único que se pedía a cambio era complicidad. Así comenzó el saqueo de dinero, de historia, de gentilicio, de libertad.

Bien nos hubiese hecho leer al escritor y político francés Étienne de La Boétie para impedir que este atajo de malvivientes nos saqueara y además nos convirtiera en siervos… Mucho nos hubiese ayudado conocer su gran discurso sobre la “servidumbre voluntaria” que dice: “¡Os dejáis quitar bajo vuestras miradas lo mejor y la mayor parte de vuestra renta, os dejáis saquear vuestros campos, robar y hurtar vuestras casas y los antiguos muebles de vuestros antepasados! Vivís de tal modo que ya nada es vuestro. Parece ser que miráis ahora como una gran suerte que tan solo se os deje la mitad de vuestros bienes, de vuestras familias, de vuestras vidas”. 

La marabunta roja le cambió el nombre a Venezuela, la hija pequeña del tropero mayor decidió que el Escudo Nacional no le agradaba y el bárbaro la complació.

“¡Exprópiese!” fue el grito en la batalla por adueñarse de las riquezas del país. Quebraron a los empresarios para que militares infinitamente corrompidos montaran sus negocios de importación. Buscaron a cubanos e iraníes para estructurar siniestros lazos con el terrorismo y con el narcotráfico, además de fórmulas de control de quienes saben avasallar. Los rusos conocieron de la ambición desmedida de ese generalato indigno y lo claros que están en las comisiones que emanan de la compra de armas y equipamiento bélico. “¡Ganar, ganar!” fue otra consigna de una farsa que destruyó a Venezuela; a los militares se unieron niños bien que les mostraron que en Norteamérica y Europa se podían “cocinar” grandes negocios y contar con la banca prestigiosa que cuidara ese botín. El control de cambio, una receta eficiente para fortunas relancinas mientras convierten al ciudadano en mendicante.

Dieciséis años robando con avaricia y gozando de impunidad les hizo creer que eran intocables, pero de pronto ¡la vida les da sorpresas! a estos Pedro Navaja de boina roja, esa “zona de confort” que era el “imperio” les comienza a ser hostil. Siete son los primeros en caer y les angustia saber que vienen más. La “zona de confort” pasó a ser la “zona de culillo” (miedo en el argot venezolano). El sobresalto agobia a militares, jueces, “expedevesos”, banqueros, “bolichicos”… De arrogantes ricachos con crías de caballos, grandes fincas, palacetes, jets y yates, ahora el sueño parece ser convertirse en testigos protegidos. El próximo gran negocio está resultando lograr una pena menor y no ir preso el sueño máximo.

La “zona de culillo” es grande: Miami, Nueva York, Wellington, Madrid, Andorra, París… La “zona de confort”, como la revolución, no llegó para quedarse.

 

(Artículo publicado originalmente en Diario Las Américas, con el título “Zona de confort vs zona de culillo”)